Matar a un ruiseñor — Harper Lee

Título original: To kill a mockingbird
Idioma original: Inglés
Año: 1960
Editorial: Arrow / Zeta Bolsillo
Género: Novela
Valoración: Así sí

Recientemente he tenido la ocasión de releer Matar a un ruiseñor (o Matar un ruiseñor, como a veces se llama también), una obra que ganó el premio Pulitzer en su día y que ha sabido envejecer a la perfección. Es una novela que me mandaron leer en el colegio cuando yo era una pipiola, y aunque entonces me gustó mucho, creo que es ahora cuando he sabido apreciar el verdadero encanto que encierra esta pequeña joyita.

Los protagonistas son los hermanos Jem y Scout Finch, unos niños que viven en Maycomb, un pequeño pueblo de Alabama dominado por el racismo y el clasismo. La historia está narrada desde el punto de vista de Scout, la niña. Arranca con el recuerdo de una ocasión en que su hermano se rompió el brazo, y el libro entero es una digresión para explicarnos cómo tuvo lugar el accidente. Acompañaremos a los hermanos Finch y a su amigo Dill a lo largo de varios años de su infancia, con aquellos larguísimos veranos. La narración, que en un principio parece un tanto caótica, empezará a tejer, a medida que van pasando las páginas, dos historias que transcurren en paralelo y terminarán por confluir. Por un lado, los niños conocerán la historia de Boo Radley, un misterioso vecino que lleva varios años sin salir de su casa por razones desconocidas y que despertará tal curiosidad en los pequeños que acabará por convertirse en una obsesión. Por otra parte, Atticus, el padre de los hermanos, se embarcará en la misión de defender a Tom Robinson, un negro que ha sido acusado de violar a una muchacha blanca del pueblo y que se enfrenta a la pena de muerte.

Si hay una palabra que se me viene a la cabeza al pensar en este libro, esa es ternura. A pesar de que los hechos que describe son, en ocasiones, muy duros, y que la realidad en Maycomb es a menudo bastante desagradable, el libro respira ternura por todos los poros. Es tierna a más no poder la forma en que va mutando la relación de los hermanos con su padre; la admiración hacia él que poco a poco va surgiendo en ellos a medida que empiezan a comprender lo heroico de su hazaña. Es tiernísima, también, la peculiar amistad que acabará por unirles a Boo Radley, que les irá dejando pequeños regalos en el hueco de un árbol, y que sólo se animará a salir de su casa cuando (***SPOILER***) la vida de Jem y Scout corra peligro. El encuentro final entre Boo y Scout es de una dulzura que derrite el corazón.

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Tan tierno como estos perritos

Pero no se dejen engañar, queridos lectores, por toda esta aparente cursilería. La novela es todo lo contrario a un libro cursi (aprende, Torcuato). Scout es una niña de las de costras en las rodillas, que no quiere llevar vestidos ni ser una señorita. Y es desde su punto de vista desde el que vivimos toda esta historia. Lee ha sabido retratar a la perfección cómo piensa un niño. No los trata como cuasi-personillas con una especie de déficit cognitivo, como a menudo ocurre en los libros «infantiles» que lo son tanto literal como figuradamente. Los pensamientos de Scout siguen una lógica perfecta, aunque desde nuestro punto de vista a veces resultan desternillantes. Otras veces, en cambio, su visión de la realidad nos permite darnos cuenta de lo absurdo de determinadas actitudes adultas, como los prejuicios o la hipocresía, que de tan enraizadas que están en nuestras sociedades a menudo pasan desapercibidas.

Y esto nos lleva al gran punto fuerte de Matar a un ruiseñor: su tratamiento del racismo. Es sencillamente magistral la manera en que Lee describe la transición de los niños desde un racismo inconsciente que les ha sido contagiado de su alrededor, a la comprensión de que todos somos iguales; de que Tom Robinson ha de ser juzgado como un hombre más, y no prejuzgado desde su condición de negro. Es su punto fuerte, decía, por la manera casi invisible en que esta «moraleja» está presente en el texto. Lee no alecciona al lector ni cae en paternalismos. Simplemente asistimos a esta transición ideológica de los niños, que ocurre de una manera tan sutil que es imposible no dejarse llevar y concluir, con ellos, que la manera en que solemos tratar a quienes son diferentes no está bien. Sin duda este sutil mensaje a favor de la igualdad es la razón por la que es una novela de obligada lectura en los colegios anglosajones, y ojalá lo siga siendo por mucho tiempo. ¡Tenemos tanto que aprender de este libro!

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