Gerbrand Bakker: Los perales tienen la flor blanca

Título original: Perenbomen bloeien wit
Idioma original: Neerlandés
Año: 1999
Editorial: Rayo verde (2015)
Género: Novela corta
Valoración: Recomendable

Hoy os traigo una novela holandesa que nos ha llegado de la mano de Rayo verde. Se trata de Los perales tienen la flor blanca. Pese a ser la tercera obra traducida al español del reconocido escritor Gerbrand Bakker, es la primera que tengo ocasión de leer. Sin duda, no será la última.

Los perales tienen la flor blanca nos habla de tres hermanos: Klaas y Kees, que son gemelos, y Gerson, el menor. Juntos tienen la costumbre de jugar a un juego llamado Negro. Posan las manos en un árbol de su jardín, cierran los ojos con fuerza y, cuando uno de ellos nombra un lugar o un objeto de los alrededores, se sueltan y tratan de encontrarlo a tientas. Un desafortunado accidente provocará que Gerson pierda la vista y se vea obligado a jugar a Negro el resto de su vida.

La historia está narrada desde tres puntos de vista distintos. Alterna capítulos en primera persona del plural (!), cuyos narradores son los gemelos Klaas y Kees, con algunos contados por el propio Gerson. Hacia el final del libro hay una pequeña joya en forma de un episodio narrado por Daan, el perro de la familia. Puedo afirmar que ha sido lo que más me ha gustado. Quizá se deba al hecho de que soy una gran amante de estas adorables criaturas. Quienes tengan o hayan tenido perro disfrutarán enormemente esta pequeña digresión sobre su forma de ver la vida. Y los que no, apreciarán también el cuidado con el que está escrito este episodio, la sutileza de lo que Bakker trata de transmitirnos. Es un capítulo de gran sabiduría, muy divertido y profundamente conmovedor.

En la última página de esta edición podemos leer lo siguiente:

La escritura de Gerbrand Bakker es sencilla, de frases cortas y diálogos que dicen más de lo que se habla. Bakker nos deslumbra y emociona con esta magnífica obra que, debéis saber, se recomienda a los jóvenes neerlandeses. Y Maria Rosich, su traductora, nos traslada la obra con toda su intensidad y veracidad. Es un orgullo para nosotros publicar este autor que nos parece imprescindible.

Quería mostrarles esta inscripción, primero, para que quede constancia del mimo y el cuidado que esta editorial imprime a sus obras. Son conscientes de que están haciendo algo importante y valioso para la sociedad, que va más allá del negocio que pueda generar. Es una buena muestra de la gran labor que hacen muchas editoriales independientes que a menudo no gozan de la fama que merecen. Desde Libros Prohibidos queremos agradecerles su empeño y animarles a seguir en el camino.

Y segundo, esta pequeña nota que nos deja Rayo verde me sirve para traer a colación ciertas cosas que no quiero dejarme en el tintero. Primero, la forma de narrar de Bakker, con su estilo sencillo y sus frases cortas. Creo que consigue imprimirle mucho realismo a la historia que cuenta, a pesar de que el relato tiene siempre un leve aroma a magia. Es un magnífico ejemplo de cómo no son necesarias grandes florituras para conseguir remover las emociones del lector. Es, como no podía ser de otra manera, una historia tristísima, a pesar de que en más de una ocasión me he reído mucho con ella. Es tristísima por los acontecimientos que narra, sí, pero también por ese clima angustioso que genera, esa sensación de tragedia inminente que queda impresa en cada una de sus páginas.

Se trata, en efecto, de una historia que «deslumbra y emociona», que te toca en lo más hondo. Sospecho que a todos nos da un miedo infinito perder la vista, y esta preciosa novela es capaz de hacer palpable la tragedia que supone, no solo para Gerson, sino también para toda su familia. El mensaje que subyace, de apreciar las pequeñas cosas, de sentirnos agradecidos, y de la necesidad de entender y cuidar al prójimo, lo convierte en una obra muy potente para leer en la juventud. No obstante, la sutileza de la prosa de Bakker, esos diálogos que «dicen más de lo que se habla», hacen de Los perales tienen la flor blanca un libro que, sospecho, no se puede apreciar en toda su extensión hasta no haber logrado cierta madurez.

Quería terminar con una mención al excelente trabajo de la traductora, Maria Rosich. Quienes me conozcan sabrán que soy doña tiquismiquis para estas cosas, pero en este caso me ha parecido una traducción casi impecable. Así da gusto.

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