Hablemos de cantos pintados

Esto iba a ser un post en Instagram, pero me iban a quedar cosas por decir, así que lancemos una epístola. Hablemos de cantos pintados y de ediciones especiales sin contenido novedoso.

En los últimos años el mercado ha dado un giro: a las lectoras de género nos va el brilli-brilli. Y, por extensión, las cosas bonitas. Se ven ediciones preciosas, con cubiertas cuidadas, dibujos a principio de capítulo, filigranas en la paginación, puntos de libro, pines, mapas… o, lo más nuevo, cantos pintados. Algo así, en abstracto, suena bien. Pero no ha ocurrido solo eso.

Los sueldos se han estancado, ilustradoras y traductoras se quejan de la congelación de sus minutas y es común una reclamación: de esto no se puede vivir. Donde esto es casi cualquiera de los oficios ligados a la publicación de uno de nuestros amados libros.

Por si eso fuera poco, el papel lleva años aumentando su precio. Editar hoy es más caro que hace cuatro años y sin embargo nadie vive mejor.

A eso hay que combinarle que nuestros gustos son exquisitos; un diseño complejo es más caro que uno sencillo.

Y, perdón que abra este melón, a que hay editoriales con un ritmo de publicación frenético. Sellos que cada mes lanzan más de tres libros de manera ordinaria. Establezco en tres la cifra a partir de la que me parece excesiva, pero reconozco que si me lo preguntáis mañana igual son dos o cuatro, no es un número específico que haya meditado demasiado, pero sí lo he hecho sabiendo que está a mucha distancia del número de lanzamientos de algunas marcas.

Fuente: pexels

El resultado es una rueda histérica en la que hemos entrado sin ser del todo conscientes, donde cunde el pánico si no tienes toda novedad (he escrito el verbo tener y no el leer conscientemente) y donde necesitas cada una de las ediciones. Porque ahora salen como setas. Compras el último título de moda, ese por el que literalmente se ven vídeos de gente llegando a las manos, y al par de meses estás obsoleta, otra nueva edición ha salido. ¿Con un relato inédito? ¿Con un perfil molonísimo de la autora? ¿Con un artículo donde recomiendan otros nombres que te pueden gustar si te ha flipado este? No. Con cantos pintados y, como mucho, una cubierta nueva (que a menudo nada tiene que ver con la historia, pero ese es otro tema).

Yo soy la primera en caer en ello: tengo más libros de los que leo, fruto de una especie de pánico por que esos títulos desaparezcan y nunca más pueda tener la posibilidad de leerlos. Y de que me gustan los libros como objeto, lo reconozco. Al ver ediciones nuevas que no tengo pienso que ojalá hubiera esperado un poco, como si fueran pokemons que hubiera que coleccionar. Toca echar el freno y poner un poco de sensatez.

Como decía, las ediciones caprichosas cuestan más dinero, pagamos más por lo mismo. O por menos, en ocasiones. Dado que todo ha subido, que se edita más de lo que se está capacitado y que muchos sellos no han escalado la empresa ante el aumento de productos en carta, tenemos en las manos malos libros. No todos, ni mucho menos. Sigue habiendo editoriales que dedican todos los recursos que hacen falta a sus lanzamientos, pero otras no lo hacen. Así que nos estamos poniendo en libros de casi 30 euros que vienen sin corregir adecuadamente, o sin pasar por galeradas, o -lo que es incluso peor- reclamando a sus implicadas multitud de horas extras no remuneradas. Algo de conciencia de clase se me despierta cuando veo que sí podíamos pagar más por un libro, solo que lo queríamos hacer únicamente para cosas, superficiales, que nos beneficiaran solo a nosotras.

Somos en cierta medida cómplices de que una autora a la que amamos trabaje años en un texto que caduca a los quince días en el peor de los casos, o que verá cómo su obra es editada multitud de veces en poco tiempo como si ninguna edición importara si es de mucho éxito en ese momento. Y la traductora cobra menos, la editora lleva a la vez siete títulos, la librera ya no sabe qué carajo poner en la mesa de novedades y, tú, como yo, entras en pánico cuando ves que nunca es suficiente. Ni espacio, ni dinero, ni tiempo para leer, ni energía para no agobiarte pensando que has fracasado por no llegar a todo.

Este año estoy teniendo que pensar mucho en cómo llegar a todo (y en el fracaso). A fecha de hoy puedo decir que no se puede. Simplemente es imposible. Hay que priorizar. Nuestro WIP vital es mayor que nuestra capacidad, así que vivimos ahogadas en cuellos de botella que podrían desaparecer arreglando la premisa inicial: prioricemos en calidad, más que en cantidad. Apostemos por usar nuestro único poder como consumidoras: consumir con criterio.

Cuando Libros Prohibidos nació, se pretendía reseñar (casi) toda la literatura independiente de género. Al llegar a mis manos, vi que la línea se estaba desfigurando y que algunas grandes editoriales apostaban por nombres arriesgados, mientras que otras independientes habían crecido demasiado para continuar considerándose como tal, además, el número de editoriales había subido como la espuma; así que pasé a hablar de títulos en general, intentando enterarme de todo el mercado. Hoy solo estar al día de qué se publica ya es un trabajo a tiempo completo. ¿Habéis visto el artículo mensual de Dani en la Windumanoth con los lanzamientos interesantes de cada mes? No todos, solo los interesantes. ¡Y no llego! En algún momento hemos comprado un discurso que es insostenible socialmente y que nos agobia.

Con las redes sociales, conocer de qué pie cojea una autora, una editorial, una divulgadora es más sencillo que nunca. Tenemos a nuestro alcance información cotidiana que nos permite ver qué sellos están llevados con todo el amor del mundo y dejan caer erratas debido a su simple mortalidad y cuáles lanzan libros como salchichas. No hago una llamada al boicot, porque es más complejo que eso. En esa editorial malísima curra una colega, o una autora que te mola y ha accedido a un mercado mayor y gracias a esa marca la ponen en mesas de cadenas de librerías. No todo es blanco o negro, pero nos estamos perdiendo en los grises.

Si estás leyendo esto es porque estás relacionada con los libros (lees, escribes, hablas de ello, o los usas como posavasos, da igual), así que lo que sí hago es un llamamiento a la única revolución que se nos permite en el mercado: consumir con cabeza. Habla mucho de la novela que te gustó, no lo limites a una línea pensando que tendrías que estar ya publicitando otro título. Haz apología de esa novela, con amigas, en el bar, a la librera, en redes. ¿Y qué si el algoritmo social te penaliza? Que se aguante. A ti te gustó ese libro, su autora dedicó miles de horas a pensar en ello, su editora se dejó la piel (incluso si trabajaba en una bestia editorial), tu librera dedicó el domingo a la mañana a ver de qué carai iba este título antes de ponerlo en tus manos. Ama a la gente que está implicada en el proceso y demuéstraselo de la mejor manera; préstale toda tu atención. Que no te dé miedo que alguna gente piense que eres una pesada, o que con eso parece que lees poco. ¡Qué caray te importa lo que crean cuatro pazguatos! Importa más toda esa gente que ha hecho posible que el libro llegue a ti. No compremos algo solamente porque su edición es nueva. ¿Aportan valor real unos cantos de colorinchis? No. ¿Tiene sentido que pasemos a pagar más por cada libro solo por eso mientras tu editora de confianza, esa que pelea en el despacho porque una mujer olvidada entre en el catálogo, cobra lo mismo que hace cuatro malditos años? Rotundamente no.

Date un capricho, compra de vez en cuando un ejemplar porque es precioso. No te fustigues, porque tener pequeñas incoherencias es normal y, no sé si sano, pero desde luego es impepinable en este mundo capitalista. Pero que sea un placer (no)culpable anecdótico, no la norma.

Y, sobre todo, demostremos por qué cosas estamos dispuestas a arrojarles nuestro dinero. Que el capitalismo empiece a trabajar para nosotras, y no al revés.

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