«Al fin y al cabo, el dibujo es una cuestión de observación minuciosa y las técnicas se adquieren, pero la creatividad no se aprende en la escuela». Entrevista a Duchy Man Valderá.

Duchy Man Valderá. Libros Prohibidos

Duchy Man Valderá nació en La Habana en 1978 y es una de las artistas plásticas más notorias de la contemporaneidad cubana. Cuando nos acercamos a su biografía o, más íntimamente, a su historia de vida sorprende lo multifácetica que ha sido su carrera. Guionista, ilustradora, historietista, coordinadora de proyectos culturales, escritora o diseñadora de vestuarios son rótulos que pueden acompañar su nombre, dependiendo de la ocasión.

En Cuba, decir «Duchy Man» es establecer automáticamente un vínculo mental con los trabajos que ha hecho como ilustradora de la editorial Gente Nueva. Es, sin lugar a dudas, una de las artistas visuales más queridas y respetadas, y más de uno lleva en su piel, en la forma de tatuajes, diseños o ilustraciones suyas. En alguna entrevista ha dicho que de no vivir actualmente en Bruselas, con su familia, estaría en La Habana, tatuando en La Marca, una popular galería/taller de tatuajes que hace poco presentó una exposición personal de la artista bajo el nombre: «Sangre de sirena».

Entre los reconocimientos que ha obtenido por su obra se encuentran el premio de Diseño del Libro, «Raúl Martínez» ―2007―, en la categoría de Ilustración y el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Historietas de Argel, otorgado al álbum colectivo Crónicas urbanas ―Maison Autrique, 2010―.

Desde Libros Prohibidos hemos querido conversar con Duchy Man sobre ilustración, literatura, su trabajo y sus influencias, con el objetivo nada oculto de que quienes no estén familiarizados con el mundo de la ilustración cubana o, más ampliamente, con el nutrido mundo de las artes visuales latinoamericanas, se pongan al día de la mano de una de las creadoras más interesantes ―por ecléctica, heterodoxa y mujer sabia que es― del panorama actual.

P: ¿Cuál es tu formación y cómo llegaste al mundo de las artes plásticas y concretamente de la ilustración?

R: No tengo una formación precisamente «académica». Recibí algunos cursos básicos de dibujo y participé en talleres de técnicas creativas, pero nunca pude entrar a la Academia de Bellas Artes, a pesar de intentarlo al menos cuatro veces. Por eso me acerqué a grandes artistas y diseñadores cubanos, les contemplé trabajar y juntos compartimos momentos y conversaciones que me enseñaron buena parte de lo que hoy sé. Al fin y al cabo, el dibujo es una cuestión de observación minuciosa y las técnicas se adquieren, pero la creatividad no se aprende en la escuela. Luego de incursionar en las diversas técnicas que más me atraían ―pintura, dibujo, acuarela― y de una beca de diseño de vestuario escénico en Madrid, decidí que la ilustración era lo adecuado para mí. Y es que durante mi niñez los álbumes ilustrados eran mi posesión más preciada. Fue precisamente Tulio Raggi, uno de esos ilustradores de mi infancia, quien me abrió el camino para comenzar a trabajar ilustrando textos en la editorial Gente Nueva, la más importante del país en lo que a literatura infantil y juvenil respecta.

P: Muchos han sido tus trabajos junto a la editorial cubana Gente Nueva, con la que todavía continúas colaborando. ¿Cuáles te han dejado más satisfecha?

Me gusta decir que Gente Nueva es mi «alma mater», es el sitio donde todo comenzó y a donde siempre regreso. He trabajado con ellos desde 2005 y a lo largo de todo este tiempo han sido muchas las satisfacciones. Quiero resaltar los libros El amor de los volcanes, por el que recibí el Premio Nacional de Artes del Libro, El trono de Ecbactana ―trilogía en curso―, Calvina de Carlo Frabetti, Turandot y Loca por Roger, una antología de cuentos noruegos contemporáneos para adolescentes, por cuyas ilustraciones todavía hoy me reconocen jóvenes que lo leyeron en el momento de su publicación en 2007.

P: Rosa de La Habana, el cómic que creaste junto a Alexander Izquierdo, y que fuera la primera representación de Cuba en el Festival de Cómics de Bruselas, se ha convertido en una obra de referencia para muchos. ¿Cuál es la historia detrás de su creación y cómo llegan estos dos cubanos a uno de los festivales más importantes del mundo?

Alexander era también ilustrador en la editorial Gente Nueva y allí nos conocimos. Luego participamos juntos en la publicación colectiva «Soñar La Habana», en la cual apareció una versión corta ―14 planchas― de Rosa de La Habana. El álbum fue posteriormente presentado en el Festival Internacional de Historietas de Argel ―FIBDA― y llamó la atención de Michel Jans, director de la editorial francesa Mosquito. Él nos propuso hacer un libro con dos historias ―Rosa y otra similar― o extender la versión original de 14 planchas a 44. Yo me decanté por la segunda opción, pues se me habían quedado muchas cosas por decir. El libro salió en Francia en 2016 y un par de años después fue traducido al español y publicado en España por la editorial Ponent Mon. Rosa es el primer cómic enteramente cubano publicado en francés; por esa razón y por la vinculación de Alexander Izquierdo a proyectos belgas de colaboración cultural fue que pudimos participar en el festival de Bruselas.

P: En la creación de una historieta has estado tanto en la posición de guionista como de ilustradora. ¿En cuál te sientes más cómoda? ¿Qué particularidades tiene cada una?

Paralelamente a mi carrera de artista visual he desarrollado una, más modesta, como narradora. Lo cierto es que me gusta mucho hacer ambas cosas y el cómic es la cohesión de esas dos manifestaciones, por lo que sería una consecuencia natural que yo incursionara en él. Sin embargo, nunca lo busqué y ha sido una mera coincidencia que terminase escribiendo guiones. Me siento cómoda por igual en la ilustración y la narrativa, aún cuando la segunda es más un pasatiempo. Con el cómic la historia es diferente, pues la narrativa «literaria» y la visual van de la mano, se complementan simultáneamente y el ritmo de realización entre una y otra es desigual; un guionista puede trabajar paralelamente en dos o más historias en lo que un dibujante hace una. El dibujo en el cómic lleva mucho más tiempo y eso me resulta exasperante por la misma razón que prefiero escribir cuentos que novelas: me gusta la síntesis, la inmediatez y dibujar un cómic requiere paciencia y dedicación. Es evidente entonces que prefiero ser guionista, no obstante me estoy aplicando y acometiendo seriamente el dibujo de cómics. Para evolucionar siempre hay que salirse de las zonas de confort.

P: ¿Cómo es vivir en Bruselas, la capital mundial del cómic francófono? ¿Has conseguido insertarte en ese mundo? Cuéntanos de sus pros y sus contras.

Tengo la ventaja de que mi esposo es editor de cómic y manga, lo que que me permite tener una visión más completa e íntima del fenómeno desde «la otra orilla», la de los editores ―y también correctores, libreros, especialistas en marketing, etcétera―. Además me da acceso a criterios acerca de mi propio trabajo desde un punto de vista completamente diferente. Es como tener «el editor en casa» y no uno precisamente complaciente, aclaro. Mi trabajo dentro del medio me ha permitido insertarme, poco a poco, no solamente como creadora, sino como promotora de proyectos culturales relacionados con las historietas. Es un mundo fascinante y terrible al mismo tiempo. Estar en contacto con autores y procesos creativos es maravilloso, pero el entorno tiene, por otro lado, aspectos muy desagradables, absurdos y casi aberrantes. Cabe señalar que estamos en un momento de conmoción y profunda crisis dentro del cómic ―franco-belga―: hipersaturación del mercado, precariedad de la profesión, necesarias reivindicaciones de género… Es una etapa de gran incertidumbre pero también de muchas expectativas. Al final creo que es una suerte poder estar aquí y ser testigo directo de ello.

P: Desde la perspectiva de la lectora empedernida de cómics que sé que eres, ¿cómo ves el panorama para los y las historietistas hispanohablantes? Y, por otra parte, ¿cuáles son tus cómics de referencia, tanto clásicos como contemporáneos?

La verdad, no me atrevo a opinar mucho. Estando en Cuba ―años ochenta y noventa― mis mayores referencias eran la escuela argentina ―Breccia, Oesterheld, Muñoz y Sampayo― y otros autores suramericanos, Carlos Giménez y la escuela española, ya que eran casi los únicos que se publicaban en el país. Cuando salí de Cuba en 2010, casi todo estaba copado por el manga y el cómic de superhéroes norteamericano. Llego a vivir en Bélgica, centro neurálgico de la historieta francófona, que tiene características un tanto diferentes de las otras vertientes europeas ―España, Italia―, así que siento que tal vez todo está por decir.

Sí que puedo hablar de las historietas que más me han marcado, no de todas pues la lista sería interminable, aunque tal vez algunos de estos títulos no han sido traducidos al español todavía:

«Koolau, el leproso» y «Paracuellos» de Carlos Giménez, «Anarcoma» de Nazario y mucho de lo que salía en la revista El Víbora, «Supertiñosa» del cubano Virgilio Martínez, las adaptaciones de Lovecraft hechas por Alberto Breccia y por Gou Tanabe, «Gilgamesh, el inmortal» de Robin Wood y Lucho Olivera. De Italia, todo «Dylan Dog», «Diabolik», los «Ex-libris eróticos» de Massimo Rotundo, «Corto Maltés» de Hugo Pratt, la serie «Valentina» de Guido Crepax.

También «El príncipe Valiente» de Harold Foster, las «Crónicas de la Luna Negra», fantasía épica casi operática de Froideval/Ledroit/Pontet/Angleraud, «Sambre» de Yslaire, los mangas «Innocent» de Shinichi Sakamoto y «La rosa de Versalles» de Ryoko Ikeda, «Le cycle d’Ostruce», un excelente steam-punk ―¿pre-soviético?― de Pona & Dubois, «Los Ogros-Dioses» de Hubert & Gatignol, algunas cosas de Kerascoët y del guionista Fabien Vehlmann. Y absolutamente todo de los autores Magnus, Sergio Toppi, Dino Battaglia, Georges Pichard, Andreas, Frédéric Bézian, François Deflandre, Suehiro Maruo, Junji Ito y el eroguro en general. Siento un afecto particular por la estética de Ana Miralles y la francesa Annie Goetzinger, con las que comparto un interés casi fetichista por el diseño de vestuario de época.

P: En tus exposiciones y muestras personales y colectivas los elementos maravillosos o sobrenaturales ―dragones, sirenas, fantasmas― tienen una notable importancia. ¿De dónde proviene esa predilección?

Desde que puedo recordar, siempre me ha cautivado lo surreal, la fantasía. Con los años me he decantado más por el realismo mágico, el horror, el tratamiento de lo maravilloso en las mitologías orientales, la ciencia ficción, la literatura decadente y sobrenatural, el fantástico al estilo de autores como Arthur Machen o Algernon Blackwood. Mis fuentes de inspiración son la literatura, las artes plásticas, las mitologías del mundo, la música, el cine.

P: Apareces en Deuda temporal: Antología de narradoras cubanas de ciencia ficción, eres egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y fundadora del grupo Espiral, sobre literatura de género. Háblanos de esta faceta tuya. ¿Cuáles son los temas sobre los que te interesa escribir?

Nunca me he considerado una narradora de ciencia ficción. Para ser honesta, me siento como una «intrusa» en Deuda temporal, donde hay excelentes autoras del género. Sin embargo Raúl Aguiar, antologador del volumen, siempre consideró que el cuento con el que aparezco, «Electric Geisha», es una pieza de ciencia ficción. Raúl es una autoridad del género en Cuba y no voy a cuestionar su apreciación, además de agradecerle mi inclusión en un libro que hace justicia a la ciencia ficción cubana «en femenino». Y puede que tenga razón ya que el cuento es lo suficientemente ambiguo como para no dejar claro si se trata de un humano o una máquina, de la realidad física o la virtual. Recientemente fue llevado al inglés, de manera impecable, por Toshida Kamei, aunque con la traducción se perdió el equívoco intencional en el sexo de la figura «protagonista» del texto. Lo cierto es que para mí fue principalmente un ejercicio de estética narrativa, no lo escribí pensando en un tema o género en particular.

Mis temas recurrentes son la diversidad sexual y el erotismo, la locura, el terror psicológico, el fetichismo, a veces con guiños al género gótico… en fin, el fantástico en general. Siempre partiendo del «fantástico» como la irrupción, a veces violenta, de lo sobrenatural en la realidad y no como la fantasía en su expresión más pura.

P: Hablemos más de libros. Es la literatura una fuente nutricia para tu obra; eso es indudable. ¿Cuáles son los libros o autores que más te han influido o aquellos por los que guardas un cariño especial?

La verdad es que suelo ser muy ecléctica, pero puedo afirmar sin dudas que mis autores favoritos son casi todos del siglo XIX o principios del XX, todos los géneros mezclados. Por ejemplo, Zola, Maupassant, Turguéniev, Colette, Oscar Wilde, Mishima, Tanizaki, Edogawa Ranpo, Horacio Quiroga, Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Juan Perucho… En poesía, Baudelaire, Rimbaud, Jules Laforgue, William Blake. Y los «fantásticos» anglonorteamericanos: Poe, A. Machen, Henry James, Stevenson, A. Bierce, Robert. W. Chambers, Lord Dunsany, William H. Hodgson, Saki, A. Blackwood, Lovecraft y la «escuela» que lo sucedió. No pueden faltar los cubanos: Julián del Casal, Eliseo Diego, Regino Boti, Alejo Carpentier, Chely Lima, Alberto Serret, Daína Chaviano, Gina Picart y Alberto Garrandés, quienes son, en mi opinión, de lo más grande y complejo que ha dado la literatura cubana.

No obstante los autores mencionados ―me abstengo de incluir más―, hay libros y textos que me han marcado profundamente: El rojo y el negro de Stendhal, El romance de Genji de Shikibu Murasaki, Monsieur Vénus de Rachilde ―seudónimo de Marguerite Vallette-Eymery―, El amante de Marguerite Duras, El elogio de la sombra de Tanizaki, Las flores del mal de Baudelaire, Hiere, zarza negra de Claude Louis-Combet, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, A contrapelo de Joris. K. Huysmans, La edad de la inocencia de Edith Wharton, El necrófilo de Gabrielle Wittkop, La onírica búsqueda de la desconocida Kaddath de Lovecraft, La jungla de Upton Sinclair, El camino de los escolares de Marcel Aymé, un par de antologías de horror y fantástico compiladas por Rogelio Llópis… Mas, por encima de todos, debo mencionar los cuentos «El hombre de los dientes de oro» de Elise Diego y «El polvo blanco» de Machen, aparecidos respectivamente en los libros Noticias de la Quimera y Dossier del Terror I, este último un curioso volumen sobre Machen publicado por Ediciones Picazo… Ambos textos los leí a principios de la adolescencia y aunque en ese momento no los comprendí totalmente, marcaron un antes y un después en la evolución de mi pensamiento y mi apreciación de la realidad. Son mis «textos fundacionales».

P: En los últimos tiempos se te ha visto como ilustradora de Elaine Vilar Madruga y otros autores de género en Cuba. ¿Cómo han sido esas experiencias? ¿Cuál es tu relación con el mundo de la literatura de géneros fantásticos en tu país de origen?

Ya es más que evidente mi pasión por el género, así que es normal que buscara relacionarme con gente que compartiera mis intereses. Fue así que entré en contacto con autores como Yoss, Raúl Aguiar y Vladimir Hernández, entre otros. Entonces yo era muy joven pero igual me impliqué activamente en iniciativas relacionadas con lo fantástico en Cuba, tales como algunas exposiciones de arte, participación en fanzines como el MiNatura de Ricardo Acevedo, talleres literarios como Espiral o los festivales Ibeficción ―luego rebautizado Cubaficción―, Las 24 horas fantásticas o más recientemente el Behíqu.

En esos eventos compartía con mucha gente de generaciones posteriores a la mía y así conocí a Elaine ―entonces casi una niña―, con quien he podido fraguar sólidos lazos de amistad y profesión. El privilegio de ilustrar sus obras, especialmente su trilogía El trono de Ecbactana, fue una iniciativa suya.

P: ¿En qué estás trabajando ahora mismo? ¿Qué esperas de los próximos años y en qué lugar de tu carrera te gustaría encontrarte?

Aparte de continuar ilustrando las novelas de Elaine y de un par de proyectos expositivos, me estoy concentrando en mi trabajo con el cómic. Tengo dos guiones «en taller»: una re-lectura contemporánea ―y muy erótica― del mito de Tristán e Isolda y una historia en la Cuba de principios del siglo XX que podría servir de precuela a Rosa de La Habana, aunque constituye una historia independiente. El proyecto más importante y en el que estoy, de lleno, enfrascada es una historieta libremente inspirada en el cuento «El polvo blanco» de Machen, que ya mencioné anteriormente, es una idea que llevo cocinando a fuego lento durante muchos años. El guión y el diseño de página están hechos en colaboración con el belga François Deflandre, pero el dibujo será enteramente mío. Este proyecto es una vieja deuda que tenía conmigo misma y ha sido todo un reto.

Por lo demás, lo único que espero de mi carrera y de la vida, es no perder jamás la capacidad de sorprenderme.

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