Título original: Thirteen cents
Idioma original: Inglés
Traducción: Alicia Delgado Moreno
Año: 2016
Editorial: Baile del Sol
Género: Novela
Una lectura de supervivencia
Estoy tan acostumbrado a los caminos trillados que cuando la voz del dios que obra sus milagros (y da sus latigazos cariñosos) dentro de esta santa casa me propuso leer una novela de un autor africano no pude más que elevar mis brazos al cielo y alabarlo. Soy tan atrevido, tan osado, tan, tan… patético. Sea como sea, a pesar de que el señor Duiker, perpetrador de la obra que hoy os traigo, resultó ser del país más occidentalizado de toda África, y no lo digo como crítica sino como constatación de que las sorpresas iban a ser menos; como digo, aun así, ha merecido la pena lanzarse a esta lectura. Me di cuenta, o constaté más bien, varias cosas. En primer lugar, mi ignorancia; porque este joven escritor, muerto en trágicas circunstancias (toma eufemismo y que viva la crónica de sucesos y el morbo), es más que conocido por sus latitudes, premiado y muy leído, y era un candidato ideal para que una editorial como Baile del Sol, que tiene sus raíces y querencias entrelazadas con el continente africano, recogiera el guante y se atreviera a traernos esta obra (a ver si también nos regalan la segunda de este autor: The Quiet Violence of Dreams). En segundo lugar, pude ver, una vez más, como el sufrimiento es similar en todas partes, como es posible conmoverse con Pepe el del bar de la esquina, pero también con un chaval que respira marginalidad porque no tiene más remedio y que habita en el otro confín del planeta. Es triste y al mismo tiempo apasionante constatar toda la realidad que hay oculta detrás de las distancias y de los referentes culturales más manidos. En Sudáfrica la gente resulta que respira y sangra como aquí. A muchos les parecerá una perogrullada esto que acabo de decir, pero, y es que los que hacemos Libros Prohibidos lo mismo reseñamos un texto que te lanzamos un reto empático, miraos dentro y decidme que no se os pone un nudo en algún lado del mecanismo cuando os lanzan a la cara alguna verdad como que para sobrevivir en nuestro propio pellejo necesitamos hacer el mundo más pequeño y, en consecuencia, lo falseamos. Pues bien, 13 céntimos hace eso, te dispara sin compasión, te amplía la realidad y te recuerda que hay otros mundos más allá de la borrachera del viernes noche, te sumerge en un entorno que pasa de la crudeza a la alucinación y de esta a la pesadilla. Paso a explicarme.
Pues sí, para un ser humano medio, como yo, de intereses limitados y capacidades ni eso, Sudáfrica es pingüinos en la playa, tiburones mordiendo jaulas o focas, el Pistorius homenajeando a Puerto Hurraco, Nelson Mandela cuando ya era chachi y todos lo querían y, para los más futboleros, el dibujo de los tacos de un holandés en el pecho palomo de Xabi Alonso (gol, qué gol; vuvuzela, mundial, la roja, eso qué es. Para mí Iniesta siempre y solo será el que anuncia los helados o el doble de Eddie Munster). Pero resulta que no, que este país es mucho más y que esta historia apenas indaga en su parte más sórdida. Se centra en el contraste entre ricos y pobres, negros y blancos, personas y sombras. El autor nos presenta las calles de Ciudad del Cabo como una jungla en la que no duraríamos ni un segundo; no como Azure, el protagonista, que se las tiene que ver con esa calle cuya mención nos hace temblar y que los más cínicos preferirán considerar una licencia poética o un animal criptozoológico. Pero existe, vaya si existe, y Duiker nos la trae sin hervir, sangrando, sudando, cagando y, sobre todo, degradándose rápido, pudriéndose, muriéndose.
Debo entender lo que es ser un adulto si quiero sobrevivir. Es lo que me repiten. Crece. Deprisa. Muy deprisa. A la velocidad del rayo. Todo es así siempre. Rápido. Debes actuar rápido. Entender rápido. Si no, alguien te joderá. Te darán una paliza para que siempre lo recuerdes. Cuando vas al baño y sientes un dolor terrible en la barriga y en las pelotas, cada vez que te sientes recordarás que todo debe ser rápido.
En 13 céntimos se nos cuenta, con un ritmo frenético y con prosa lacónica y que se apoya con frecuencia en los diálogos, la vida de Azure, un chico de la calle que pulula por la ciudad buscando qué comer o con qué calzarse; encontrándose por el camino a un caterva de seres depravados, maliciosos, distantes y dispuestos siempre a aprovecharse de su aún no perdida por completo inocencia. Se despliega ante nosotros un escenario siempre hambriento y que no perdona a la carne humana que lo transita. La miseria, la soledad, el paso a la adultez en un escenario de desprotección y la radical estratificación social son algunos de los temas presentes. También el racismo aflora de fondo en toda la lectura. Entre esta rigidez social se cuela lo mestizo, que aquí es signo de desarraigo y exclusión. Por ejemplo, los ojos azules del protagonista, ojos de hombre blanco, como metáfora de lo que acabo de decir, y que solo le causan problemas. Son su marca, su estigma y un recordatorio continuo de que para él es imposible aferrarse a nada o ser reconocido por nadie como una persona digna. Duro, muy duro, el vagar de este niño-hombre. Avanzamos con él, disfrutando los escasos momentos de belleza y calma de los que goza, deseamos protegerlo para que no caiga víctima del mundo derruido que le ha tocado habitar. Pero no podemos, no podemos.
Contiene verdades que pueden herir su sensibilidad
En definitiva, tenemos en 13 céntimos varios caminos hacia la degradación. Un niño que sabemos acabará mal. El reverso violento de nuestras idílicas construcciones sociales, en teoría tan avanzadas. La cultura del esfuerzo pero aplicada a ámbitos insospechados donde es mucho más efectiva —resulta que los tiburones con los que bromeaba antes caminan por las calles y comen vidas tiernas, oportunidades y sueños—. Este libro es una bofetada para el complaciente que tenderá a apartar la mirada ante el aprendizaje que la vida a la intemperie le da al chico de los ojos azules, que se escandalizarán viendo cómo lo moldean con técnicas no muy distintas a las que utilizaron con nosotros, los afortunados timoratos a los que nos tocó el lado luminoso de la vida. Este es el mensaje más potente que me llegó al leer el texto: la indefensión del individuo sin lazos sociales ante un sistema despiadado, necesitado de piezas de recambio, de engranajes de usar y tirar.
¿Qué significa eso? Que los adultos son malvados y te usan y usan sus hijos para usarte. Usan lo que pueden usar y cuando lo tienen quieren más. Nunca están satisfechos. No recuerdo a ningún adulto diciendo basta. Siempre quieren más. Incluso si ese más significa que debas trabajar hasta morir. Los adultos son lo peor. Son malvados. ¿Por qué me vigilan? ¿Qué tengo que no puedan lograr por su propio esfuerzo?
Se nos presenta la historia en medio de la ciudad desangelada, como si arrojaran a Azure y nos negaran sus antecedentes (que se desvelan de soslayo con un par de pinceladas que no hacen más que mantener y acrecentar nuestro desconcierto). Esta abrupta presentación de los hechos y los escenarios, la desconexión de los personajes con su pasado y la anticipación de un catastrófico futuro, son parte importante de 13 céntimos, la hacen transcurrir oscura, fatalista y siempre dando palos de ciego. Su esencia es un agujero sangrante, una ausencia pulsante, un dolor que nos avergüenza.
Leemos espoleados por un manejo desatado del léxico, por los párrafos incontrolados y exhibicionistas, por el morbo y la abyección, por la mierda en los espacios cerrados, por el olor de las prendas sudadas o de los alientos avinagrados; seguimos porque tocamos con los dedos el hediondo fluido que baja por las calles de Ciudad del Cabo hacia el mar y que no es más que maldad, traición, ambición, indiferencia y otros ingredientes que no podemos detectar, mezclados con rabia mal disimulada. 13 céntimos se lee como cuando nos arrancamos una postilla y seguimos hurgando en la herida, que se abre de nuevo exultante, fresca, como una erupción de sangre espesa y caliente. Queremos más degradación, estamos hipnotizados, queremos saturarnos hasta la náusea. Nos sabemos culpables y queremos nuestra catarsis.
Y cuando estamos más excitados e incómodos, el autor hace que la novela vire (para mi gusto de forma demasiado brusca. Aunque en una obra tan vehemente era complicado esperar una concesión al lector). Se transforma en una experiencia chamánica cuando Azure huye de sus recorridos marginales habituales y se refugia en una cueva, se pierde en el vientre de la tierra, y todo comienza a ser simbólico y onírico. La narración se hace más complicada de seguir, pero entendemos que el chico termine así, necesita arder, desprenderse de la piel viciada que ha ido acumulando en su vida en las calles. Azure se está transformando y el narrador prefiere mostrárnoslo de forma alegórica más que con una convencional historia de redención. Cuesta coger el tono a este nuevo registro, pero para mí es un acierto. Retar al lector suele ser una solución más que válida.
La novela termina así, sin que sepamos cómo el protagonista sale de su experiencia de tránsito, sin que se nos clarifique su visión alucinada. Finaliza cortante e inesperadamente, como empezó, y nos damos cuenta de que hemos estado caminando entre dos planos, el físico y el espiritual, que hemos ido avanzando hacia algo para lo que no estábamos preparados. Nos sentimos partícipes, puede que algunos culpables o al menos removidos, hemos sido testigos de una carnicería y después de una especie de redención que no aporta respuestas ni certezas.
Abrir los ojos a lo que pasa fuera de nuestras rutinas
Puro descontrol y caos, guerra, selva urbana indómita. Un mundo sin valores que se derrumba (real y metafóricamente). Bienvenidos a esta cacería, a este juego de supervivencia darwiniana con zapatillas de marca y vino barato. Veréis en este libro bestias de todos los colores: pardas, negras, zarrapastrosas, lechosas y descoloridas, de suave piel de cordero, bestias de fuego y otras de alucinada belleza; todo un zoológico por el que pasean su hipocresía y crueldad los hombres educados (blancos, puros, habitando pulcras casas y dejándose tentar por pequeños vicios tolerables de consecuencias que prefieren ignorar) y que no se mezclan con los seres híbridos, con los piel de noche y playa, y solo los tocan para consumirlos de mil maneras, todas con apariencia de civilización.
Un libro de pocas páginas pero contenido inmenso. En sus líneas están todos los fantasmas de lo humano, esos monstruos oscuros que ocultamos y que afloran en cuanto nos quitamos el traje de ciudadano modelo. Sí, todos los tenemos; suelen aguardar furiosos en sus jaulas porque los reprimimos, no como Azure que va a su encuentro. Recuerden, en el tiempo que les dure 13 céntimos, no alimenten a los animales. Volverán a por más si lo hacen. Porque en este mundo que tenemos delante, entre nuestras manos, todos podemos ser la siguiente comida. Este libro es un recordatorio efectivo y desolador de que ese mundo existe aunque no lo atendamos.