Ariadna Castellarnau: Quema

Quema. Libros Prohibidos.

Ilustración: Anne Morley
Año: 2017
Editorial: Catedral
Género: Novela mosaico (literatura fantástica)

Quema de Ariadna Castellarnau es un libro excelente. Por eso me sorprende tanto la poca atención que se le ha prestado, desde que fuera publicado en 2017. Y me refiero a la poca atención que le hemos prestado los lectores; pues, en su momento, este libro fue merecedor del Premio Internacional Las Américas, así que tan desapercibido realmente no pasó. Pero el fandom, la gente que consume activamente libros de temática fantástica, ¿cómo es que no está… cómo no estamos en las afueras de la casa de la autora en Barcelona, con pancartas, gritándole lo buena que es y exigiendo que nos de más? Tengo alguna que otra hipótesis.

Los peligros de habitar los bordes

Quema, además de excelente, es un libro raro, incómodo en muchos sentidos. No es estrictamente una novela ni una antología de relatos, sino un híbrido; un tipo de texto que algunos denominan «cuentinovela» o «cuentela». Está compuesto de relatos que funcionan separadamente, pero que juntos conforman una historia global. Repite personajes de un cuento a otro y un mismo hecho es narrado desde diferentes perspectivas. Esto le otorga una cualidad fragmentaria que la autora sabe aprovechar muy bien para lograr el efecto de suspenso que está presente a lo largo de todo el libro.

Se trata de una ficción postapocalíptica; sin embargo, contrario a lo que frecuentemente ocurre en esta clase de narrativas, en que el apocalipsis se explica por una epidemia, un desastre natural o provocado por la acción del hombre… o simplemente no se explica, pero se adivina su causa por un suceso, cuanto menos, racional o verosímil; este apocalipsis parece tener su génesis en un hecho sobrenatural, denominado genéricamente como «el mal». Aunque tampoco es el apocalipsis cristiano, advierto; al menos no en apariencia, pues mucho de expiación y búsqueda de la salvación individual sí que hay. De aquí que no estemos en presencia de un libro de ciencia ficción, sino de uno de literatura fantástica. Y digo «literatura fantástica» y no fantasía, pues los elementos sobrenaturales no están integrados a las reglas del mundo o naturalizados, sino que llegan a él precisamente para trastocarlo y provocar temor y caos. Así, el libro está emparentado antes con La peste de Albert Camus o con Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, que con el Oryx y Crake de Margaret Atwood o La historia interminable de Michael Ende, por poner dos casos de mundos destruidos o en peligro de ser destruidos, pertenecientes a la ciencia ficción y la fantasía respectivamente.

El último invierno antes de la Quema fue feroz. Una capa de hielo fina e invisible se posó en el pueblo, borró el cielo y fundió todos los días en uno solo. Los fuegos ardían en las chimeneas pero no lograban calentar las casas. Por las mañanas salíamos a palear la nieve para despejar la entrada de la casa aunque sabíamos que con este tiempo no íbamos a ir a ninguna parte y que nadie iba a acercarse hasta nuestra puerta. Murieron muchos perros y animales de granja. Solo las bestias salvajes lograron sobreponerse por un tiempo breve, alojándose en lo más profundo del bosque, buscando el resguardo de los árboles. Confiábamos en que cuando llegara la primavera, el verano, las cosas mejorarían. Pero se deshizo la nieve y todo siguió igual. Como si el invierno hubiera agarrotado la tierra y le hubiese matado el corazón y nada bueno pudiese salir ya de su seno.

Por último, la manera en que está escrito: en una prosa concisa, casi entrecortada, fría en muchos sentidos ―muy a pesar del leimotiv del fuego que recorre las historias― hace recordar a la narrativa norteamericana o más concretamente a la narrativa de la estirpe de Hemingway. Casi se podría decir que la obra entera está sustentada en la célebre teoría del iceberg, que sistematizara el premio Nobel, puesto que la mayor parte de la información en Quema tiene que inferirse precisamente de lo que se privan de contar sus escuetos narradores en tercera persona o, en los casos de los relatos «Siberia» y «Quema», sus narradores-personaje. Particularmente, me resultan muy manifiestos los nexos de esta obra con una novela como La carretera: la falta de explicación del post-apocalipsis, la construcción de la trama principalmente a partir de escenas, la importancia concedida a los detalles y las acciones, el intento fallido de reconstrucción de una moralidad en un mundo en el que han cambiado las reglas. Este libro, como el de Cormac MacCarthy, posee esa cualidad escurridiza que lo hace demasiado mainstream para el fandom y, al mismo tiempo, demasiado friki para el mainstream. Así, tenemos que corre el riesgo de encallar en un limbo de inmerecido desconocimiento por parte de ambos mundos.

Los engendros reinarán

La incomodidad que mencionaba antes no solo proviene de la dificultad para clasificar este libro, sino de su propio contenido. Los temas que trata son de una dureza extrema y el tono que predomina es el de la desesperanza. Por ejemplo, abundan los personajes de niños siniestros, que han tenido que arribar a la adultez por la fuerza, a golpe de realidad. La maternidad o lo parental se subvierte y rige en las relaciones entre padres e hijos el abuso de poder, el desprecio y el egoísmo, fundamentalmente, por parte de los adultos. El hambre, lo yerto y estéril, la muerte, el cinismo y la indiferencia parecieran ser las claves para la lectura de esta cuentinovela; sin embargo, se logra atisbar una luz al final de ese oscuro túnel de destrucción e inmolaciones.
Quema narra el término de un mundo y el comienzo de otro en que los defectuosos, los desplazados, los engendros, los antes inservibles e invisibles van a gobernar. No llegamos a conocer concretamente el motivo por el que se ha implantado el caos, pero el origen del mal, se sospecha, siempre estuvo dentro de nosotros mismos. Ahora, un nuevo reino se levanta sobre las cenizas que dejaron las hogueras de la Quema.

Salió al jardín. Pasó de largo junto a la hoguera extinta. La madre, las hermanas y los niños dormían exhaustos. Quemar cansa. Entonces sintió la presencia del chico a sus espaldas y se detuvo en seco. Quería explicarle que no podía llevarlo con ella. Que la salvación era individual, que así de duro era el mundo que despuntaba. Pero la que había vivido lejos no dijo nada. El niño debería aprender todo eso solo, si es que sobrevivía.

Ariadna Castellarnau nos deja entrever con su libro una post-humanidad de nuevos signos. No es la post-humanidad límpida de los ciborgs o la hipermente, de los superhombres y las Inteligencias Artificiales. Es una en que sus recién nacidas criaturas sacian su hambre con los despojos de nuestra civilización. Y esto infunde miedo y fascina a partes iguales.

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