Año: 1942 / 2006
Editorial: Espasa Calpe
Género: Novela
Valoración: Así sí
Como buen lector que me considero, o más bien, que me gustaría ser considerado, siempre intento leer y leer. Da igual el género, o el autor, o el momento; lo importante es leer mucho y empaparme de todo tipo de literatura. Cada cual tiene sus vicios. En fin, que la cuestión es que uno quiere dárselas de lector empedernido, pero todavía no había leído nada de Camilo José Cela, que, ideologías y personalidad aparte, fue Nobel de literatura. Así que me decidí a leer lo primero que cayera en mis manos (o cerca de ellas) de este autor español. La providencia quiso que recientemente una persona muy querida me ofreciera la posibilidad de llevarme a mi casa un ejemplar deLa familia de Pascual Duarte. El resultado fue inmejorable.
Esa persona que me lo recomendó, me dijo que se lo tuvo que leer en el instituto, que era obligatorio para aprobar Literatura. Eso me dio que pensar. Por un lado, entiendo que se quiera que los estudiantes aprendan los conceptos literarios con propiedad, ofreciéndoles por ello la lectura de las más grandes obras. Pero yo me pregunto si esto no es un error. Está claro que no se va a obligar a los chavales a leerse a Paulo Coelho o Stephanie Meyer para que aprendan literatura, pero soy de la opinión de que los grandes clásicos sólo pueden ser disfrutados plenamente si con anterioridad se ha leído mucho. Creo, incluso, que si no se havivido suficiente, no se es capaz de apreciar la belleza de los más grandes títulos. Más al contrario, si se obliga a los jóvenes a leerse las obras cumbres de la literatura (que suelen ser más densas que el resto), lo que se consigue es que no se vuelvan a acercar a un libro en el resto de su vida. Como no quiero pensar que en realidad es esto último lo que se persigue desde el Ministerio de Educación, desde esta tribuna pido un poco de reflexión al respecto.
Vayamos al grano, aunque me va a costar, ya que tratándose de un Nobel, poco se puede decir sobre una de sus obras que no esté dicho ya. Sobre todo cuando hablo de uno de sus libros más reconocidos. El libro está escrito en primera persona en forma de memorias y da el pistoletazo de salida a lo que se conoce como género tremendista. Como tal, nos muestra en todo su apogeo a su protagonista, Pacual Duarte, un hombre bruto, recio, violento, irascible, con tan escaso control sobre sí mismo que no es difícil juzgarlo como poseedor de algún tipo de deficiencia mental. Los detalles de su vida, como no podía ser de otra forma dentro de este género tremendista, son crudos desde su niñez. Lógicamente, los miembros de su familia tampoco son unos santos, lo que ayuda al lector a empatizar con Pascual después de todo. Termina por dar pena, pese a ser un asesino que no conoce los remordimientos.
El tema de la complejidad de Pascual no queda ahí. El texto, escrito por él mismo, nos deja entrever que él mata porque no alcanza suficiente civismo como para solucionar sus problemas de otra forma. Montuno como él solo, y más bruto que un arado, Pascual mata porque puede, como vía de escape a las dificultades de la vida, del mismo modo que ha visto hacer a los animales en su entorno. ¿Encontramos aquí una versión castiza del superhombre nietzscheano con boina? Yo no lo descartaría del todo.
Bromas aparte, no quiero cerrar esta reseña sin ensalzar el maravilloso lenguaje desarrollado aquí por Cela, que le encumbra entre los más grandes. Es una delicia seguir la historia tal y como nos la cuenta Pascual Duarte, hombre de campo semi-iletrado. Su parcial desconocimiento de las reglas gramaticales no encuentran impedimento en su fluida y rica expresión, logrando casi por arte de magia que al lector se le olvide que está leyendo una novela en lugar del diario de un campesino.
No me extiendo más. Dejo caer sobre vosotros la responsabilidad de leer este libro, mientras voy haciendo hueco en mi estantería de pendientes para La colmena.