Ilustraciones: Rafa J. Cordero
Año: 2020
Editorial: Premium
Género: Novela corta (Terror)
Terror en castellano
El eiróforo rojo, de Federico de la Fuente, viene avalado por una mención de honor en el VII Premio de novela corta de terror Ciudad de Utrera. El mismo certamen que, en su edición anterior, nos permitía leer Ciudad Espejo, de José A. Bonilla. Y, como aquel, está publicado por la editorial Premium.
El libro nos informa de que el jurado del certamen estaba compuesto por Eduardo Vaquerizo, J. G. Mesa y Estefanía Abril Garrido. Dato interesante en cuanto el estilo de Federico de la Fuente nos recordará enseguida al de esos y otros grandes nombres del terror español, como Santiago Eximeno o Pilar Pedraza. Porque su prosodia y su formar de narrar denotan un texto escrito en castellano, que no se limita a impostar el estilo de los autores anglosajones que copan el mercado de la literatura de terror.
El retrato del trastorno
El erióforo rojo comienza con un poema de Emily Dickinson y una descripción del trastorno de personalidad por evitación. Un mal que, como veremos, marca las decisiones y el ritmo vital de la protagonista. Federico de la Fuente nos hace reflexionar sobre ese trastorno, que probablemente padezca, sin diagnosticar, un porcentaje de la población mayor del que pensamos.
La protagonista, Ángela, una mujer de mediana edad que sufre este mal, es incapaz de retener un empleo, tiene grandes dificultades para relacionarse con los demás y acaba teniendo problemas con la bebida. Por todo, decide dar el último golpe de timón de su vida, dejar atrás la ciudad e instalarse en la antigua casa familiar en una pequeña localidad rural. Allí desea pasar el resto de sus días ociosa, dibujando y cuidando las plantas en compañía de su gato Sherlock y de Watson, el autillo que anida en su jardín.
El erióforo, el otro protagonista
Federico de la Fuente vuelca sus conocimientos de botánica en su obra y en su personaje, y una planta, el erióforo, será el otro gran protagonista de la novela. El erióforo es una flor de color blanco, pero Ángela descubrirá un raro ejemplar de color rojo. Una flor que poco a poco parece multiplicarse, ante la indeferencia de los lugareños, e ir acercándose a su casa, cercándola, invadiéndola…
Es imposible no tener reminiscencias de clásicos de la ciencia ficción como El día de los trífidos, de John Wyndham, o Invernáculo, de Brian W. Aldiss, pese a que el papel de los erióforos de Federico de la Fuente sea muy distinto al de las mentadas historias de plantas asesinas. Existe, en cambio, un pequeño clásico innegablemente referencial: El camión del tío Otto, el relato de Stephen King en el que un camión abandonado se va acercando al anciano protagonista, año tras año, con paciencia infinita, ante la indiferencia de todos, que lo toman por loco cuando afirma que el camión se mueve.
Un terror de lo cotidiano
Aquí entra en juego la habilidad de Federico de la Fuente, como la de José A. Bonilla antes que él, y como la que comparten los grandes autores y autoras del terror contemporáneo, para lograr arrancar el horror de escenarios comunes y escenas cotidianas. Desde Arthur Machen ya no hay necesidad de recurrir a ambientaciones góticas o elementos exageradamente sobrenaturales. En El erióforo rojo bastan una mujer solitaria, un gato, una casa en el rural español y una planta que no debería existir para provocar el miedo.
El mayor valor de la novela es, precisamente, el tono ominoso e imparable del avance de los erióforos, que nos hace temer tanto por Ángela como por los actores inocentes, sean humanos o animales como Sherlock y Watson. Podemos, de hecho, entender al erióforo rojo como una alegoría del trastorno psicológico de Ángela, de lo que le dificulta llevar una vida normal y le impide tomar las decisiones que la harían feliz.
Ángela, una protagonista bien construida
Con sus 107 páginas, El erióforo rojo es una novela breve, y se articula por completo en torno a su protagonista. Ángela pasa la totalidad del texto bajo el foco principal. Sin interludios ni pasajes dedicados a otros actores, y sin líneas de acción paralelas. Aun con sus analepsis, el resultado es fuertemente teatral: pocos personajes, pocos escenarios, una situación a la vez, una escena a la vez.
Este planteamiento narrativo permite a Federico de la Fuente centrarse en Ángela, fabricarla con mimo, hacerla real y creíble. Logra la empatía del lector, e incluso la identificación. Pues no son pocas las personas que podrían encajar, por completo o en parte, en su perfil psicológico y en su situación vital.
Introducción y nudo hacia el desenlace
La citada sensación ominosa, casi de tragedia griega, convierte todo el texto en una espera tensa del desenlace inevitable. Por una parte, esto beneficia la atmósfera de terror, en la que Federico de la Fuente parece influido por Stephen King en su capacidad para manejar el suspense. De hecho es imposible que el pobre Sherlock no nos haga recordar a otros ilustres gatos de la literatura de terror, como Church, de Cementerio de animales.
Pero por otra, como también adolece el propio King, puede jugar en contra de la historia, si el desenlace no resulta satisfactorio. En el caso de El erióforo rojo podríamos decir que le falta un poco de pegada. No decepciona, y va en consonancia lógica con toda la narración previa, pero podría tener un poco más de mordente. Tal vez, si Federico de la Fuente hubiese atravesado más a los personajes secundarios en el camino de los erióforos, la trama hubiese sido más predecible, más trillada. Pero también habría añadido carne (o carnaza) al plato de los que busquen un terror más físico, más sanguinolento.
El terror español, con voz propia
Federico de la Fuente ha optado, en cambio, por un horror de corte más psicológico, más atmosférico. Y el resultado es notable. Ahí está la citada mención de honor en Utrera para respaldarlo. Como sea, satisface escuchar una voz propia de nuestro terror, con raíces en nuestra realidad, hablando de un mundo que conocemos y de personas que podemos ser nosotros.