Pedro Mairal: El año del desierto

Año: 2005
Editorial: Interzona
Género: Novela (ciencia ficción)

En el año 2001, la Argentina comienza a ir hacia atrás por culpa de un fenómeno natural inexplicable llamado «la intemperie» que viene devorando la provincia y ha logrado cercar la capital Buenos Aires. Al mismo tiempo, y cuando el sistema de cosas conocido como normalidad comienza a desmoronarse, no tarda en aparecer la división entre la civilización capitalina y la barbarie del provinciano que observamos a través de los ojos de María, una empleada de la clase media, que debe observar cómo la historia de su país comienza a repetirse como un caleidoscopio acelerado, que proyecta en el futuro distópico varios de los hechos del pasado: el desastre económico, las dictaduras militares, el caudillismo, la peste de la fiebre amarilla e, incluso, la llegada de los españoles.

El corralito argentino del 2001 como detonante de la ficción

El libro en cuestión de Mairal tiene por título El año del desierto y su trasfondo político, sin querer decir con esto que el objetivo de la narración es tematizarlo, es lo que se conoce como el «corralito argentino» del 2001, que inició como una serie de medidas tomadas por el gobierno de la época para solventar una economía en crisis, que agudizaba la deuda externa y desembocó en préstamos con el FMI, en la prohibición para que los ciudadanos pudiesen retirar su dinero de los bancos y, finalmente, en protestas, saqueos y represión por parte de las autoridades.

El año del desierto empieza con un episodio parecido a la crisis de diciembre de 2001, pero desplazado como en los sueños en donde las cosas son pero no son. Es como si esa especie de aceleración que hubo en esos días de cinco presidentes siguiera —subraya Mairal—. Me gustó trabajar con la paranoia de la clase media. El miedo es siempre un material interesante.

El año del desierto. Buenos Aires. Libros ProhibidosDe camino a su trabajo, María observa cómo un grupo de personas protestan en Plaza de Mayo (mismo escenario central de las protestas del 2001) en contra de la intemperie, sin saber que en los días venideros, aquella protesta cobrará todo el sentido cuando se descubra que el fenómeno natural inexplicable está acercándose cada vez más. María es una empleada del común, una recepcionista que tiene un novio y que sueña con comprarse un vestido azul; en otro sentido podría ser una de esas personas afectadas cuando la economía de la Argentina se desplomó a principios de siglo. La intemperie la convierte de una emergente a una persona que comienza a rozar la pobreza y que termina de prostituta en aquella Buenos Aires sitiada y controlada por una policía corrupta y por los clanes que prohíben la entrada de cualquier persona de la provincia.

La intemperie se lo come todo; desertiza el campo y tira abajo las edificaciones. En su descenso de la estabilidad a la pobreza y después a la supervivencia, María experimenta como actriz pasiva de todo lo que está ocurriendo, la caída del sistema económico que convierte a sus antiguos jefes capitalistas en caníbales desesperados por comer cuando la propiedad privada desaparece y los porteños se ven obligados a vivir en comunas, por medio de organizaciones más comunitarias, casi que llevando a la realidad la pesadilla neoliberal de un comunismo improvisado y adaptado a la crisis. Como en Casa Tomada de Cortázar, María experimentará cómo ese apartamentico en donde vive con su papá se irá poblando por gente sin hogar, por hombres solos y desesperados, por mirones morbosos y una que otra madre que no tiene donde pasar la noche con sus hijos. En este sentido, el paso de la emergencia económica a la pobreza se da casi que con la misma rapidez del 2001.

De la ciudad a la provincia

Cuando la vida ya no es posible en la ciudad, María huye hacia la provincia. De esta forma transita el paso de lo que relacionamos con la civilización, la ciudad, hacia el campo, lugar en donde prima la ley del más fuerte, porque la tierra ya no era ni del que la pudiera comprar ni del que la pudiera sembrar, la tierra era del que la pudiera defender. La distopía se presenta desde el escepticismo hacia la ciencia y la vuelta de la iglesia, como si el siglo XXI ficcional sorprendiera a la Argentina como un conglomerado de pueblos y asentamientos de campo, en donde la iglesia es rectora de la vida, mucho más cercano al siglo XIX.

«¡Mueran los salvajes capitalistas! ¡Viva la Gobernación y la Santa Provincia de Buenos Aires!», y seguía un texto donde se advertía que cualquier persona que fuera vista arreglando o usando una máquina sería declarada traidora y ejecutada en el acto. Celestes quería fomentar la producción de cuero y carne salada. El pasto, las vacas y los hombres a caballo bastaban para eso. La carne sería la prioridad, sería el eje desde el cual se regirían las costumbres y las leyes. No les deberíamos nada a los trenes, ni a las máquinas, ni a ninguna cosa que tuviera que ver con la civilización.

En su trasegar, acompañada de las compañeras prostitutas con quienes huyó de Buenos Aires después de un crimen cometido, viaja por las llanuras en caballo y carreta, transformando la suya en una de las nuevas formas que la vida después del desierto va tomando. El año del desierto expone también uno de los temas que tal vez comenzarán a poblar las ficciones distópicas del futuro y es el acceso a un pedazo de tierra en donde puedan sembrarse y cosecharse alimentos naturales. Los rumores de lugares en los que se pueden asentar las personas para sembrar se escuchan en el campo argentino, al mismo tiempo que resurgen grupos guerrilleros y organizaciones tribales; en el campo la lengua cambia y el fútbol también. María, que fue anteriormente enfermera y prostituta, termina por convertirse en esclava y concubina cuando el paso de civilización a barbarie se ha consumado:

Cuando llevábamos más de una semana de marcha, entramos en una zona dominada por la tribu de los turíes, que vivían bajo tierra en cuevas redondas. Habían olvidado por completo el castellano. Domesticaban ñandúes y arrastraban las cosas con sogas, como si hubiesen olvidado también la rueda. Pereira les cambió unas pistolas por mandioca y pescado seco. Nos despidieron con un griterío al que se sumaron sus ñandúes. El ruido se seguía oyendo cuando ya los habíamos perdido de vista.

El tiempo hacia atrás y hacia adelante

Para Mairal se trató de acelerar los hechos socio políticos que ocurrían en su país, influenciado por ese clima de rápida destrucción económica y social que vivía la Argentina a principios del siglo XXI, especialmente en el 2001, cuando la crisis llevó a la nación a tener cinco presidentes en diez días. En sus propias palabras, el escritor afirma que tan solo debió asimilar dicha velocidad de destrucción para acelerarla y llevarla hacia «atrás». La intemperie, finalmente, no hubiera sido posible sin el hecho real con el que se comunica, es decir, con el corralito del 2001, pues aquel clima de descontento heredado de un modelo económico fallido instaló nuevas formas de la distopía en un país que ya había experimentado, por ejemplo, una serie de gobiernos militares represivos, acompañados de crisis económicas que no desaparecieron con la vuelta a la democracia.

El tiempo —ese tiempo que progresivamente va desdibujándose junto con la historia y el paisaje— retrocede implacablemente: allí donde hubo casas o enormes edificios espejados ahora se ha transformado en la nada o casi la nada, sólo pastizales y aguadas dispersas; allí donde hubo empresarios, con lujosos trajes y modernos celulares, ahora sólo son hombres sin más oficio que el de sobrevivir… quizá con los mismos hombres de antes, pero en harapos, conformando tribus, reinventando la lengua.

El año del desierto. Pedro Mairal. Libros ProhibidosEl año del desierto toma la forma de una narración que proyecta un futuro después del desastre, que pareciera ir desde el 2001 hasta 1492; la forma de un país que no sabe qué es en sí la intemperie, pero que ve cómo le saltan en los ojos todas aquellas desigualdades sociales que ese constructo de repeticiones diarias a las que llamamos normalidad, ha construido. María se convierte en una más de esos que observan cómo el mundo conocido se viene abajo con la caída de las instituciones, la lenta desaparición de la propiedad privada, la anarquía en las calles, la conformación de guerrillas anticapitalistas y, al mismo tiempo, la aparición de líderes y gobiernos provisionales militaristas. En este sentido, Mairal no inventa nada que no haya pasado en la Argentina, aunque es válido decir que El año del desierto no es una novela histórica al revés.

El tiempo que se proyecta en la ficción para la Argentina post-2001 es un futuro que va en retroceso, si lo medimos desde la linealidad temporal que pregona occidente, en donde la distopía social aparece y hace que la protagonista viva una serie de sucesos que pueden comunicarse con varios de los hechos históricos de dicho país desde la colonia, la independencia, el peronismo, las dictaduras militares y los gobiernos democráticos que quisieron instalar, a la fuerza, el modelo neoliberal. Un pasado proyectado al futuro que se consuma con una nueva llegada de los españoles:

—En algún momento, los españoles nos van a rescatar —dijo.
—¿Qué españoles? Me contó que, por un pedido de apoyo a España por parte del gobierno, los españoles habían enviado veedores, después interventores, después delegaciones, después tropas para poner orden. No se habían querido ir. El ejército de las Provincias Unidas había tratado de expulsarlos, pero seguían estando. Los intentos por recuperar la independencia habían fracasado. Las Provincias Unidas del Sur dependían de España, al menos hasta que mejorara la situación.

Pedro Mairal no solo escribió el relato de un descenso a la barbarie futura, sino el terror que puede experimentar cualquier persona del común o ciudadano de a pie, a la vez que expone los flojos cimientos, tal vez ficticios, sobre la que el modelo económico le ha levantado. Por otro lado, la narración en primera persona nos permite experimentar a María como alguien incapaz de decidir por sí misma en tiempos de crisis acelerada; no nos damos cuenta en ningún momento que sus pensamientos son pocos, ya que la descripción de lo que va viendo y lo que le va pasando nos arroja como lectores a un torbellino de constante deterioro del sistema normal de cosas y de nuevas organizaciones improvisadas. No deja de ser interesante cómo en El año del desierto el autor nos lleva de un día normal en la ciudad hacia un apocalipsis ecológico poblado de tribus y guerreros que alguna vez fueron habitantes de provincia.

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Foto de Sander Crombach en Unsplash