Título original: Experimental Film
Iidoma original: Inglés
Año: 2015
Editorial: La biblioteca de Carfax (2017)
Género: Novela (Terror)
Traducción: Elisa Rivera
Terror a mediodía
Y por fin cayó un libro de La biblioteca de Carfax en mis manos. Esta joven editorial, que cuenta ahora mismo con menos de 3 años de vida, se ha especializado desde sus inicios en la literatura de terror en lengua extranjera. Se afanan en traernos al mercado español aquellas obras de terror independiente que, por su calidad, despuntan y merecen estar traducidas. Ya reseñamos hace unas semanas El pescador, de John Langan, premio Bram Stoker 2016, y hoy le toca el turno a Experimental film, de Gemma Files, también premiada en 2016, en esta ocasión con el Shirley Jackson.
Lois Cairns, una exprofesora de cine, desempleada y al borde de la depresión, descubre la existencia y las películas perdidas de quien se cree que es la primera directora de cine de Canadá. Al investigar su trabajo, Lois descubre que esa directora se veía acosada por unas fuerzas sobrenaturales que ahora amenazan con perseguirla a ella también.
Empecemos con lo bueno, que ha sido mucho. Lo primero que el lector capta cuando empieza a leer Experimental film es que la autora impone un tempo marcadísimo y ya no lo abandona hasta que se pasa la última página. No es demasiado ligero, todo hay que decirlo, pero sorprende ver la capacidad que Files tiene de mantenerlo, de llevarlo, con un sentido del ritmo que ni Ringo Starr. Como, además, la temática de la novela es tan evocadora, tan basada en cuentos y leyendas que hablan del calor del mediodía, me ha sugerido una nana que se le canta a los peques para que duerman la siesta de después de almorzar. Imagino que habrá lectores que no soporten este ritmo de metrónomo que, como ya digo, tiene tendencia a la pausa más que a lo contrario —yo mismo, de hecho, tuve más de un momento en el que rocé la desesperación—, pero, si se cuenta con suficiente tempo y reposo, puede ser gratificante.
Y siguiendo esta cadencia medida que avanza sin prisa pero sin pausa, la historia va desplegándose en toda su magnitud y complejidad. Es verdad que tal vez al principio, en los primeros capítulos, la autora da demasiados detalles sobre las peculiaridades del panorama independiente en el cine canadiense —detalles que tampoco es que sean vitales para la trama ni para la vida de los lectores, así en general—. De hecho, y es algo que se le puede reprochar a esta obra, tarda bastante en llegar la mandanga. Porque, ya que uno tiene un libro de terror en sus manos, le gustaría saber por lo menos en qué va a consistir esa cosa por la que hay que temer. Y si es antes de la página 150, mejor, que está guay aquello que decía Stephen King de esconder al «monstruo» en lo posible, pero tampoco hay que pasarse. En fin, que pese a este inconveniente, la historia se va construyendo a base de piezas que parece que están ahí solo para hacer bulto, pero, qué va, lo que pasa es que están desordenadas, como un puzle que va cobrando sentido poco a poco. Con el paso de las páginas van teniendo un significado y, entonces sí, va dando el pretendido y esperado canguelo.
Me gusta cuando un libro de terror da miedo y no solo te deja mal cuerpo, y es algo que Experimental film logra, al menos conmigo. Soy muy miedica y es posible que esto no tenga demasiado mérito, todo hay que decirlo, pero lo consigue. Y lo hace desafiando uno de los tropos básicos de las obras de terror: la noche. En esta historia todo lo malo llega en la mitad del día, que es el momento en el que el «monstruo» desarrolla su poder. Y es cierto que en principio a nadie le atemoriza el mediodía —a no ser que andes por Sevilla un 15 de julio, claro—, pero solo en principio. Todo el terror, toda la atmósfera malrollera y toda la tensión que la autora es capaz de generar, lo hace usando la más brillante luz y no la oscuridad. Y lo consigue. Y mola, joder.
En su forma más pura y si se hace bien ver una película experimental es lo que más se acerca a vivir los sueños de otra persona. De ahí que cuando vemos ese tipo de obras lo que hacemos, en esencia, es dejar entrar a otra persona dentro de nuestra cabeza con la esperanza de salir embrujados.
No quisiera pasar al siguiente apartado sin señalar que Experimental film le gustará sobre todo a los amantes de películas como The Ring. Y es que no he conseguido deshacerme de esta sensación mientras lo leía. De hecho, iba incrementándose cuando iba conociendo nuevos detalles de la trama. Es posible que esté demasiado sugestionado por una de mis pelis de miedo favoritas, sin embargo los puntos comunes entre este libro y aquella cinta son incuestionables. No estoy hablando de una copia, no es eso, sino que ambas obras manejan la posibilidad de que una maldición provocada por un ente paranormal trascienda la ficción narrada en imágenes… Y paro ya de dar pistas.
Experiencia agridulce
Con lo ya expuesto, y recordando de nuevo que creo que esta obra contiene varios puntos de interés que le aportan gran valor, mi experiencia global es agridulce. Si bien la veo como una buena historia, siento que no la he disfrutado tanto como podría. No me estoy refiriendo a que sea lenta, ya digo que uno se acostumbra pronto a ese tempo, sino que, a veces, me ha resultado aburrida. Ha habido momentos que he llegado a desear que ocurriera algo porque la historia lo estaba pidiendo. Y sin embargo la narración seguía y seguía en un valle de eventos poco trascendentes. De modo que no puedo recomendar este libro a ciegas, que tengo que avisar de que el lector no puede ir con prisas aquí si quiere desentrañar todo lo que la historia es capaz de ofrecer —que, repito, considero que es mucho—. Así que impacientones, abstenerse.
Tal vez los iconoclastas tuvieran razón y cada imagen es un ancla, una trampa, una invitación abierta. Cuando vemos al dios, a cualquier dios, o lo olvidamos o enloquecemos tratando de olvidarlo. Ektasis, así lo llamaban los griegos, «estar fuera de uno mismo». Una retirada a otra parte.
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Foto: Arthur Aldyrkhanov. Unsplash