Título original: The Rust Maidens
Traducción: José Ángel de Dios
Idioma original: Inglés
Ilustraciones: Juan Alberto Hernández
Año: 2018
Editorial: Dilatando Mentes (2020)
Género: Novela (Terror)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020
Para qué tantos premios, con el polvo que cogen
Sacudámonos las medallas lo antes posible. Esta obra ha sido galardonada con el premio Bram Stoker del 2019 (sí, el de Drácula), a la mejor primera novela. Y tiene más premios y muchos méritos y guarda dentro toda la podredumbre que un alma enfermiza puede desear. Si esto es una primera novela que vengan los cenobitas y lo vean. Porque sí, en la fase de promoción nos pueden meter por los ojos que si ha ganado todo lo ganable, que si ha sido incluida en la lista de mejores cosas que pasaron después de la invención del gazpacho, que si es lo mejor que ha salido de una pluma humana desde la última de Corín Tellado, pero lo cierto es que en estas páginas hay mucho saber hacer, una templanza interesante a la hora de manejar la tensión narrativa y una intuición que permite mezclar de todo y que el guiso salga rico, en su justa sazón y con la proporción adecuada de caldo y tropezón.
Vamos al lío, nos metemos en un barrio obrero de la ciudad de Cleveland, con su fundición, sus huelgas, sus problemas de alcoholismo y de falta de horizontes. Esto simplificando muy mucho, pero es que la ambientación es personaje en esta novela de unas niñas que al llegar a su ceremonia de paso a la adultez, estilo estadounidense, con barbacoas y sonrisas prietas tras una graduación cargada de incertidumbre, se quedan al borde de un abismo. Su salto, su miedo, sus dedos aferrándose al escuálido ramajo que asoma como última esperanza y, por último, la aceptación del vacío que hay bajo nuestros pies, un vacío al que algunas tienen menos oportunidades de dar esquinazo. Eso cuenta Las doncellas de óxido, la historia de un vacío que arruga al más pintado.
Dice Antonio Torrubia en el prólogo —hay un postfacio también a cargo de Silvia Broome— que últimamente lo que más le apetece leer es terror. Pues bien, me siento identificado y parece que en Libros Prohibidos se han coscado y me dejan hacerlo a mis anchas. Por eso se me regaló esta posibilidad de leer algo de terror traducido, de literatura de calidad, ahora que varias editoriales se están lanzando a la pesca de buenos relatos de este género por todo el mundo. Dilatando Mentes destaca en este propósito audaz, solo tenéis que mirar su catálogo para ver la mezcla de lo de aquí y lo de todos lados, un gustazo. Estamos en un buen momento para el género, los mostradores están llenos a rebosar de horrores frescos, hay dónde elegir.
El inicio de Las doncellas de óxido es bastante triste, casi agorero. Sentimos la derrota de Phoebe, la protagonista, su incomodidad mezclada con la desolación de un escenario vampirizado, un barrio al que le han arrebatado la vida y en el que solo quedan ruina y recuerdos fugaces de todo lo que pasó allí.
El toma y daca entre presente y pasado es uno de los mecanismos que aportan tensión y ritmo a la narración. Es muy interesante también cómo se combina con un tono de honda melancolía, con una fatalidad que parece adherirse a la piel de todos los personajes y que lleva al lector a ir entrando en lo inevitable.
Una historia de mujeres para que se entere todo el mundo
Lo masculino está tratado como un elemento secundario, de forma natural, no se nota ni rastro de panfleto, ni un ápice de odio, las cosas son así en el barrio donde todo transcurre como tienen que ser, un mundo femenino que grita. Mejor dicho, una mujer aún niña que se rebela contra la presión de todas las demás mujeres acostumbradas y resignadas a un papel marginal.
También es la historia de un derrumbe tras un deterioro al que nadie quiere atender. Vidas que no van a ningún sitio, un río emponzoñado, una ciudad exhausta, acabada, que ya no tiene nada que ofrecer, un barrio que solía ser seguro y que alberga a las doncellas, que las ignora hasta que ya no puede negar su condición de amenaza para un carácter que prefiere la debacle antes que mirar a los ojos de lo real. Esta novela, en definitiva, puede leerse como una alegoría de todo lo que se pudre abandonado tras una inercia que erosiona y envilece.
Las doncellas de óxido también tiene un componente ecologista muy marcado que se aúna a la perfección con una evidente visión feminista. Ambos unidos tienen una potencia que eleva el atractivo del conjunto y se condensa en la protagonista, en Phoebe, que es una chica problemática, es decir, distinta a lo que se estila en la calle Denton. No es la típica adolescente que se conforma y toma la miseria que la vida le tiene preparada, quiere huir y esa intención se interpreta como traición por los poderes fácticos de su entorno, pero ella persevera en su afán de escapar del horror.
Lo que quieren. Lo que los doctores quieren. Lo que nuestros padres quieren. Nunca lo que las chicas quieren. Llamé a la puerta de Jacqueline, pero nadie contestó, así que volví a la acera, esperando verla en la ventana. No hubo suerte.
El componente ecofeminista se va asentando a medida que vemos a las doncellas de óxido crear una sororidad que nadie entiende, que es atacada como una amenaza por el entorno. Solo ellas saben qué está pasando mientras a su alrededor el mundo normal muestra su peor cara: la ambiciosa, represora y timorata. Vemos cómo se alejan de la realidad, y entendemos su postura, deseamos alejarnos con ellas, escapar. Cuando una novela consigue despertar estos sentimientos, esta empatía, es que está bien planteada y que no tiene reparos en mostrarnos esa pulpa detrás de lo aparente que solo las buenas ficciones saben hacer visible.
Crítica con enjundia
Las doncellas de óxido es una novela de terror sobre una maldición insidiosa, una que pervive asociada a un entorno, a un lugar concreto, maldito, pero que nada tiene que ver con cementerios indios ni zarandajas con cadáveres que se levantan para vengarse de los vivos. Es un libro que va sobre la huida desesperada de un mundo irrespirable, los muertos son los que se quedan, los que no quieren ver su hacer anquilosado, su devoción por conductas y costumbres de un mundo en ruinas. Es una narración que supura dolor infectado, dejadez, crueldad.
También es una historia sobre la hipocresía, sobre la apariencia y la superficialidad. El tan conocido «es la economía, idiota» se aplica aquí a unos niveles abyectos y la única que parece darse cuenta es la protagonista. En general, este libro es una crítica a todo lo que se supone normal y normativo, a lo que actúa con inmunitaria saña e irracionalidad.
Cuando todo se desmoronaba, cuando no quedaba ninguna aceptación imaginaria para las chicas. Katheleen acompañó a Lisa a través de la multitud, con una raída manta cubriendo a la pequeña muchacha. Nadie les ofreció una bebida, o un pedazo de tarta de manzana, ni una palabra amable.
Vamos viendo como este libro de apariencia sencilla va mostrando facetas y planos, simbologías, detalles insertados con habilidad por la autora para hacernos sentir la carnalidad recia de las gentes que habitan la calle Denton, la densidad y pesadez de las vidas que llevan. Mención especial merece el toque de barrio obrero tan bien plasmado, el resplandor y sonido de la fábrica que palpita detrás de todo lo que se nos cuenta, amenaza y volcán que se extingue. Lo industrial sobrevuela la obra, la podredumbre de las muchachas tiene mucho que ver con la polución y los restos emocionales de un mundo acostumbrado a trabajos sucios, silenciosos, llenos de lucha y desesperación.
La ambientación es excelsa y ominosa, en ella está la verdadera amenaza. Hay que huir de allí, no por la pobreza material, sino por una miseria que se ha instalado en los vecinos. La corrupción, que en otros cuentos de terror viene de entes sobrenaturales, surge en esta historia del propio entorno opresivo, envenenado por la contaminacion y el conformismo, por los silencios y las rigideces. Las doncellas de óxido parecen una invocación de unos aldeanos convertidos en caterva, el enemigo necesario, la bestia a la que culpar para no mirar la vileza propia.
Y es que la calle Denton es un personaje más de la novela. Un lugar que desborda pánico al qué dirán y que rechaza por ese temor a algunas de sus hijas. Les niega su participación en la supuesta vida idílica a la que están destinadas. Calle Denton como espina dorsal de un barrio que no es más que un espectro, el fantasma real de esta narración, la comunidad envenenada, sectaria, que agrede y escupe a quien se atreve a negarla.
¿Es que salían todos con prismáticos al amanecer? Y si era así, ¿por qué no se dedicaban a escudriñar la mansión? Ese parecía un mejor objetivo que yo. Pero ese era nuestro problema, ¿verdad? Siempre observando y preocupándose por las cosas equivocadas.
La autora nos pinta un vecindario que mira para otro lado, incapaz de aceptar nuevas formas de existencia, un entorno sórdido donde los adultos, sobrepasados por la aglomeración de circunstancias, reaccionan con una mezcla de autoritarismo e infantilismo. Solo quieren permanecer dentro de la rueda, seguir disimulando su turbación y angustia. En un escenario así uno entiende a la perfección la presencia continua de sustitutos de la verdad. El alcohol es una de las mayores aficiones de todo el barrio, podemos ver como la madre de la protagonista abusa de él, y lo vemos lógico, hay que descansar de un ambiente tan espeso e intransigente. La petaca siempre pegada al corazón y los cócteles mañaneros son una forma fácil de hacerlo.
No es una historia con sorpresa final
Es más, en la última parte de la novela la rabia y el pulso tenso se van difuminando, ya ha pasado todo lo que tenía que pasar, y de qué manera. Se siente como la trama se aquieta, es algo natural, todos se resignan y se dan por vencidos, es la aceptación, esa etapa última del duelo. En este tramo hay un encuentro que resume muy bien el estado de las cosas, sentimos la fantasmagoría, la emulación de lo real-cotidiano al contemplar a dos chicas que charlan en una playa, pero sabemos también, mientras las escuchamos, que ya nada será igual, empezamos a notar que el desenlace es el esperado, vemos que estamos preparadas para acompañarlas, para aceptar su decisión. Este tramo está tan bien narrado que es complicado no sentir la confusión de Phoebe, no solidarizarse con ella.
Cuando todo parece ya resulto y en calma, se le pone nombre al verdadero horror de esta historia, a lo que convirtió en monstruos a las doncellas de óxido. No esperen causas rocambolescas, no esperen hechizos, aprovechen el espejo roto que esta novela ofrece. Lo que ven en él es su propia inercia reflejada, las consecuencias del sálvese quien pueda pero que puedan los de siempre. Es nuestro cansancio y angustia lo que hace posible, probable, de hecho pasa todos los días y a nuestros seres más queridos, una vida sin opciones. Al menos este libro dejará al descubierto la participación de cada cual en la infamia. Lo corrompido señala el camino para el alivio, pocos parecen querer entenderlo.
En el postfacio dice Silvia Broome que, además de híbrido, este libro le ha parecido sumamente lírico. Estoy de acuerdo, pero el lirismo de esta historia se pone al servicio de la intención de superar clichés de género asumiéndolos y utilizándolos. Un lirismo que es bálsamo y arma, que es motor de conocimiento y pincel —o brocha gorda y apelmazada— de la rabia.
Las doncellas de óxido es una gran novela. Ahonda en la oscuridad y la basura que solemos ignorar. Sin negatividad solo es posible la obediencia y en este libro, con todo en contra, la vida se apoya en lo trágico para seguir adelante. Elijan bien sus causas, hay chicas a las que no se les permite hacerlo.
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Foto extraídas de Pixabay