Año: 2016
Editorial: Forja
Género: Libro de relatos
Valoración: Pasable
Finalizamos la semana con un nuevo libro de relatos de un autor chileno (ya llevamos unos cuantos así en Libros Prohibidos): Irse a las manos.
Al leer este libro, se me ha despertado gran curiosidad (e incluso un poco de angustia) por el autor y no he podido evitar buscar en la red para saber más de él. Me explico. En sus relatos, independientemente de la temática, me dio la sensación de que Cortés Vidal consigue traspasar las páginas y presentarse a sí mismo. No sé si será algo pretendido o no, pero sus escritos tienen esa rara capacidad. Debo reconocer que tampoco fui capaz de dar con esa información; debe de estar poco accesible y yo no es que sea un as del stalking. Al menos, descubrí que se trata, tal y como imaginaba, de un escritor joven.
¿Y a qué viene todo esto? Viene a que el autor de Irse a las manos es, más que atrevido, osado, y más que osado, temerario. Se ve tentado a innovar, a buscar nuevas formas de contar las mismas historias, como si le aburriera lo que ya hay o como si la escritura le supusiera un reto. Es de jóvenes como él de lo que está necesitado el mundo de la literatura para salir adelante y no estancarse. Y sin embargo, pese al trailer cargado de buenas intenciones, los relatos contenidos en esta obra no terminan de acometer con éxito lo que se proponen. No es raro encontrarnos con propuestas interesantes y atrevidas a las que le falta calma, o tiempo, o una segunda oportunidad para alcanzar lo que el autor busca. Por ejemplo, en Borgoña, el osado cambio continuo de los puntos de vista se entorpece a sí mismo por la (a mi entender) mala elección de la narración en segunda persona. O en Turbulencia, donde trata de jugar con referencias completamente externas al relato (en este caso la película Parque Jurásico) para crear un giro final que, por desgracia, queda demasiado descolgado. O en El “juego”, donde pretende centrar la emoción que subyace a la partida en la propia partida, pero que al final termina dándole más protagonismo al juego, con lo que acaba pareciéndose más a un partido de fútbol radiado que a otra cosa.
Este afán por encontrar nuevas formas de comunicación que no termina de cristalizar, tiene su máximo exponente en Ztandup, relato narrado por una persona con algún tipo de retraso cognitivo. Esto, que a priori no supondría ningún problema, incurre en uno de los PECADOS CAPITALES de la literatura: todo él está escrito de manera que imite (con mayor o menor éxito) la forma de expresarse de la protagonista. Dejo aquí una muestra:
“Como doz adudtoz fidtdoz pada ezte tipo de cozaz, no me coztó encontdad pododoz en da univedzidad. Doz pdofezodez me tdataban iguad que a doz demáz y, con ed tiempo, ze acoztubdadon a mí hazta ed punto de no nezezitad que dez depitieda daz cozaz cuando dizedtaba. Ez máz fome que da cdezta da vida pada da gente que no llama da atenzión.”
Esto NUNCA se debe hacer en un relato. Una parte, vale; un personaje que hable así, está bien. Pero ¿cinco páginas así escritas en un relato con presentación nudo y desenlace? No, no y no.
Como no quiero cerrar esta crítica con un aspecto tan negativo, de esta colección de relatos me quedo con la sensación primera, con esa capacidad de traspasar más allá de las palabras. Y también, que no se me olvide, con esa necesidad vital que tiene Cortés Vidal de cambiar las reglas del juego. Creo que está en el camino correcto, pero que necesita mayor pausa y aplicar a sus escritos mayor severidad. Le seguiremos la pista.