Año: 2016
Editorial: Autopublicado
Género: Libro de relatos
Valoración: Pasable
No sé si he dicho ya algo parecido en alguna de mis reseñas (lo que es probable con las más de 160 que llevo publicadas en estos últimos 3 años): los libros de relatos proliferan porque para los autores es más fácil reunir 200 páginas en relatos que en una novela, porque de un tiempo para acá se han puesto de moda “redescubrir” los cuentos de grandes escritores, y porque resulta relativamente fácil escribir relato. De estos tres motivos dados, uno es falso. Efectivamente, no es tan simple escribir un relato. Creo que el libro que reseño hoy, Lo dicen en la tele, es un perfecto ejemplo de ello.
Como decía, escribir un cuento es mucho más complicado de lo que podría parecer; exige tiempo, planificación, un estilo depurado, una intención clara, un milimétrico control del tempo que permita desarrollar la historia con todos sus matices en unas pocas páginas. En contra de lo que muchos creen, un relato no es una historia en formato reducido. Requiere desarrollar un arco narrativo complejo que transporte al lector del principio al final. Esto no termina de suceder con los cuentos de Lo dicen en la tele. El final siempre, o casi siempre, llega de forma abrupta, dejando descolocado al lector. Sorprender mediante finales inesperados está bien, pero en los relatos de este libro el final simplemente llega; el texto termina en un corte, como el océano en los mapas medievales. Esto hace que recaiga en el lector la responsabilidad de si lo relatado le convence o no.
Al carecer también de un arco convincente, el interés de lo que está ocurriendo es relativo. Por ejemplo, en Cruce de caminos se cuenta la historia de un chaval que trabaja en una planta de tratamiento de pollos muertos hasta que consigue el dinero para irse una temporada de viaje. No hay suspense ni intensidad y la acción resulta bastante simple, por lo que cuando llega el giro final, no hay espacio para la sorpresa ni para un cambio en la percepción del lector. Solo queda una tibia sensación de pues muy bien. Esto se va repitiendo, más o menos, en todos los cortes del libro. Y es una lástima, ya que considero que este libro está muy bien armado temáticamente hablando. Su autor tiene un gran ojo para las situaciones, para resaltar los más ínfimos detalles de lo cotidiano, o para la melancolía, como en La partida.
Con los microrrelatos que se incluyen en la colección pasa algo parecido: no hay nada excepcional que les haga destacar ni dejar en el lector ninguna sensación en especial. Sinceramente, no veo ningún motivo especial para subrayarlos y sacarlos de Twitter:
“Lo normal en la vida es fracasar. Si por fracasar entendemos no destacar en nada. Al que fracasa no le buscan los periódicos, ni las cadenas de televisión, para que cuente al mundo cómo lo hizo”.
O:
“Atravesé a toda mecha las calles de la ciudad, apurando cada frenada. Al entregarle la pizza, el muy cabrón no me dio la propina”.
Para ser justos, el último de los microrrelatos sí que me pareció muy conseguido. De hecho, en mi opinión creo que es lo mejor de toda la colección:
“Precisos movimientos, fruto de siglos de evolución. Impasible y sigiloso; dejaba su rastro al abordar la lechuga, el caracol”.
El motivo por el que Lo dicen en la tele se queda en Pasable, es porque tampoco se trata de un desastre ni una mala experiencia lectora. El estilo no es ninguna maravilla, pero no se aleja nunca de la corrección, lo que es de agradecer. Los cuentos están impregnados de ese espíritu a medio camino entre el sometimiento y la rebeldía de esa sufrida generación que ahora se encuentra entre los 30 y 40. También hay grandes dosis de denuncia de la sociedad actual y reivindicación por todo aquello que se le niega al ciudadano y que se supone que le pertenece. Y, bueno, no enamoran pero se dejan leer.