Año: 2012
Editorial: Sportula / Cazador de Ratas (2018)
Género: Novela corta (Fantasía)
Texturas y contextos
La textura de las palabras es una novela corta publicada originalmente en 2012, que formaba parte de una revisión-homenaje conjunto y dedicado a los mundos de Akasa-Puspa, universo en el que se ambientan una serie de novelas escritas a cuatro manos por Juan Miguel Aguilera y Javier Redal. Ganadora de un premio Ignotus en 2013 y recientemente reeditada de manera independiente por Cazador de Ratas, La textura de las palabras llega ahora hasta nosotros como la primera publicación de una autora ya asentada en el ámbito de la literatura independiente, galardonada con dos Ignotus y finalista en los Celsius por La mirada extraña, así como finalista en nuestros Premios Guillermo de Baskerville de 2017 por Despertares.
Conviene tomar especialmente en cuenta el hecho de que La textura de las palabras representa una especie de spin-off de las obras de Aguilera y Redal, ya que, pese a que se puede leer de manera independiente, hay varios elementos implícitos o sobreentendidos en la novela que, a falta de ese dato, se podrían atribuir a errores en su desarrollo.
Vamos a texturizarlo
Tal como explica la propia Felicidad Martínez en su blog, La textura de las palabras nace de la lectura de Mundos en el abismo, donde se explica que una de las sociedades que aparecen en la novela, la sociedad guerrera y fuertemente masculinizada de los kysatra, tenía entre sus costumbres quemarle los ojos a las niñas con agujas al rojo vivo a la edad de seis meses.
Este dato es relevante y no aparece reflejado en La textura de las palabras. Sin embargo, resulta evidente que Martínez tenía razones muy poderosas para obviarlo. La novela juega a ponerse en la piel de las mujeres kysatra, y éstas apenas saben nada acerca de sus homólogos masculinos ni de las prácticas que realizan (tan solo que luchan «en el exterior»). Al quedar ciegas a tan temprana edad, viven como si por razones naturales careciesen del sentido de la vista y articulan su sociedad en torno a los sentidos del oído y del tacto. Esa falta de información es necesaria para introducir al lector en la historia que se quería contar, y además contribuye de manera determinante a cimentar una de las ideas más potentes de La textura de las palabras: la forzosa adaptación a un medio hostil ya siempre comprendido como natural, y la interpretación de las relaciones de poder que se desprenden de tal adaptación. Sin embargo, todo ello se clarifica un tanto al contextualizar la propia en el universo más amplio en que se ubica.
La textura de las palabras lleva esa idea de adaptación forzosa al extremo, y en ese sentido resulta muy destacable la coherencia y verosimilitud con que se ambienta la novela. Así, puesto que las kysatra carecen del sentido de la vista, no utilizan metáforas relacionadas con la mirada, y las sustituyen por metáforas vinculadas al tacto. Las kysatra palpan, texturizan o perciben. No hay ni un solo párrafo, excepto en líneas de diálogo de hombres o en fragmentos relativos a los hombres, en el que se utilicen elementos relacionados con la visión. La idea es osada, ya que no solo estamos habituados a procesar la información a través de la vista, sino que la tradición cultural occidental, al menos desde Platón y sin duda a través de su revisión judeocristiana, se asienta en metáforas relacionadas con la visión, la luz y la oscuridad. En ese sentido, apenas nada tiene que ver La textura de las palabras con las vivencias de una persona ciega que conviva con adaptaciones y sistemas de apoyo en nuestro mundo, ya que en este caso toda la sociedad se sustenta en torno a la ceguera y esta no es percibida como una carencia, si no como el estado natural de las cosas.
Mamá insistía mucho en ello. Los hombres no eran aptos para utilizar el lenguaje que empleaba la textura de las palabras. Tenían una cosa llamada orgullo que no sólo les impedía ese tipo de aprendizaje, sino que les hacia reaccionar con cierta violencia o rechazo cuando una mujer trataba de hacérselo entender.
—Hmmm…—Mamá emitió la vibración de la duda antes de enfrentar la explicación —. Texturicemos el sonido «ver», ¿sí?
Otro elemento destacable en La textura de las palabras es la creación de una unidad de medida acorde a la sociedad que se describe. Vinculando la medida del tiempo a que estamos habituados al sentido de la vista, Martínez establece un sistema alternativo en el que el tiempo se desprende de los ritmos biológicos internos, como el hambre, el sueño o la orina. Se trata de una concepción totalmente antiintutiva, que sin embargo refuerza la sensación de que el mundo de las kysatras se articula en torno al oído y el tacto.
Todo ello no es gratuito, y se conjuga para desarrollar esa noción de adaptación forzosa: a medida que avanza la novela, el lector advierte tanto las notables desigualdades de género como la imposibilidad para las mujeres kysatra de desarrollar una conciencia crítica acerca de su posición. En el apartado mundo de las kysatra, lo natural es que los hombres se desfoguen con ellas, que los varones retirados deambulen por su mundo casi a placer y que el alumbramiento de un buen guerrero resulte el mayor honor al que puedan aspirar. Las kysatra se creen responsables de la lucha que los hombres mantienen en el exterior, en la medida en que puedan dar a luz un buen o un mal guerrero, y piensan que los hombres trabajan a su servicio para preservar la paz en que viven. Sin embargo, lo cierto es que incluso la reina de las kysatra mantiene una posición de suma fragilidad frente a los hombres retirados que conviven con ellas, que los encuentros sexuales rozan o encarnan violaciones y que su único rol parece limitarse a la procreación y la satisfacción de los impulsos sexuales masculinos.
De opresores y oprimidas
Es importante resaltar que, por todo lo mencionado, no hay en La textura de las palabras opción real para las mujeres de rebelarse frente al estado de cosas ya dado.Las kysatra han desarrollado una sistema social propio basado en y a partir de la situación de opresión en la que viven: cuestionar el statu quo sería tanto como poner en jaque su propio organigrama social y sus formas de vida.
Si aún no he mencionado nada acerca de la trama, es por que quizás su desarrollo concreto sea lo menos decisivo en La textura de las palabras: la obra narra la historia de Charmi, hija de la reina vigente de las kysatras, y predestinada a sucederla algún día. En ese contexto, aborda su crecimiento desde la infancia hasta la adolescencia, las luchas de poder internas en que se ve comprometida y su manera de posicionarse en su propio mundo. De nuevo, la coherencia con el planteamiento inicial es estricta: si la idea era mostrar al lector la realidad que viven las mujeres kysatra, lo único que tenía sentido era desarrollar una historia limitada a las vicisitudes de ese mundo. Así, la obra incita a la reflexión y sugiere vínculos con nuestra sociedad contemporánea y nuestro posicionamiento ante la desigualdad de género: de espaldas a la salvaje e injusta realidad en la que viven, las kysatra están volcadas en confrontaciones intestinas que de alguna manera perpetúan sus propias condiciones de opresión, porque en realidad no tienen ninguna otra posibilidad.
El silencio cubrió por completo los límites de la casa. Ni siquiera se oía la respiración de las presentes. Charni captó cómo su hermana se apretujaba aún más contra su pecho para percibirla mejor y no sentirse sola en un mundo que para la pequeña debía parecerle ilimitado y aterrador.
— Violenta, ¿cómo? — preguntó su madre en un tono casi gélido —. Algunos hombres son muy impetuosos a la hora de exigir la satisfacción de su miembro. Todas hemos probado en alguna ocasión un volcado de información doloroso. Así que, texturiza. ¿Violenta en qué sentido?
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Foto: Dario Veronesi. Unsplash