Año: 2013
Editorial: Triskel Ediciones
Género: Novela corta
Valoración: Está bien
Ya sé que últimamente me dejo caer poco por aquí, pero mi vida, aunque sigue sin ser la cosa más interesante del mundo, me exige ciertas obligaciones. Espero que no dejen de amarme por ello: yo sigo siendo todo vuestro. Hoy me desmarco con una lectura que se sale de los tochazos que suelo meterme entre pecho y espalda (o mejor dicho, entre frente y nuca). Una lectura rápida que, creo, me va a permitir realizar una reseña también rápida. Espero no liarme, que soy muy dado a ello.
Sensaciones encontradas las que se me han presentado al leer este libro. Por un lado, este tipo de obras, con una escritura tan preciosista, a mí no me gustan demasiado. Por ello a veces leía con la intención de verlo acabado lo antes posible. Sin embargo, cuando llegó el final, me quedé atontado porque quería que siguiera. Es la primera vez que me ocurre. Posiblemente sea por sus reducidas dimensiones. Lo llevaba en mi e-reader, que no ocupa nada, y en dos días, en el rato que tardó el bus en llevarme desde el punto A al B dos veces, me lo terminé.
Vamos a por el principal (y podría decirse que único) problema que me encontré. Alana tiene un secreto pertenece a la narrativa, pero tiene alma de poesía. No lo puede evitar. Incluso cuando parece estar haciendo un esfuerzo por aligerar el estilo, las imágenes musicales le brotan por los poros. Podría decirse que es poesía narrada, versos que no buscan rimar. Esto, que por otra parte no tiene nada de malo, sí tiene la peligrosa tendencia a sobrecargar los párrafos con legiones de adjetivos que, bajo mi punto de vista, distraen la atención del lector. Esto hace que ciertos detalles importantes pasen demasiado por alto. A lo mejor ésa era la idea desde un principio del autor. No lo sé, la cuestión es que este romanticismo (no me refiero al de las películas de Meg Ryan, sino al Romanticismo de principios de siglo XIX, de Bécquer, Espronceda, Lord Byron y tal), no termina de hacerme tilín. Gustos personales, oiga.
La parte positiva la encontramos en sus personajes. Desde Alana, una rica señora entrada en edad que dice estar muerta, hasta los demás habitantes del edificio. Las peculiaridades de cada uno de ellos hace que la visita al edificio se vaya pareciendo cada vez más a un paseo por un manicomio. Son hombres y mujeres muy distintos entre sí, pero que tienen en común pinceladas inquietantes: que son ya mayores, que repiten las mismas cosas un día tras otro, que están encerrados, que visitan a Alana al anochecer… Son sombras, imágenes de fotografías antiguas que se mueven.
Es con ellos donde aparece uno de los grandes alicientes del libro. Las referencias mitológicas, mágicas, e incluso ocultistas, están a flor de piel con cada uno de ellos. Así yo iba viendo representaciones de deidades antiguas, como la Madre Tierra, el Sol y la Luna, el Tiempo… Aunque posiblemente, la lectura sea que todos los personajes están muertos y sus almas han quedado atrapadas en este mundo. Sólo Alana, una especie de medium, parece poder comunicarse con ellos, o al menos, reconfortarlos de sus cargas. A lo mejor es que tanto verso enjaulado en prosa me confundió, o a lo mejor es que estimuló sobremanera mi imaginación. Sea como fuere, Manuel Arduino Pavón es capaz de recrear un universo macabro y misterioso, donde adentrarse es decisión del lector.