Año: 1947
Editorial: Destino
Género: Novela
Valoración: Así sí
Leer a Delibes debería contar como deporte de riesgo. Porque son experiencias agotadoras y porque nunca dejan indiferente al lector. Literatura extenuante, pesimista, obsesiva hasta el punto de no ver nada más allá. No sé qué habría pasado de haber leído La sombra del ciprés es alargada inmediatamente después de leer a Houellebecq (el concepto de literatura de riesgo, de verdad, yo lo veo arraigando). No habría terminado tan entera como ahora, desde luego, y lo estoy mucho más que ayer cuando cerré la novela. Porque Delibes coge esos temores, esas dudas, esos “y si” que todo lector ha tenido alguna vez y los exprime, los pone sobre la mesa. ¿Qué vas a hacer sino mirarlos? No hay escapatoria. Aprovecha asimismo la sequedad de su prosa y esboza el retrato de un protagonista tan perdido en este mundo como el lector, al que no le merece la pena vivir. Porque como dice don Mateo: es mejor no llegar nunca que perderlo (o perderle, que en Valladolid el leísmo…). Un protagonista con voz propia, que por las circunstancias de la vida, termina por ver que cada persona tiene un tipo de árbol y un tipo de sombra, que cada cual es distinta, y que si tu sombra es alargada y afilada como la del ciprés, de estas que parten en dos, estás jodido. Jodidísimo. Sobra decir que si lees este libro también lo estás. Aunque solo sea durante la lectura, la sombra se torna aguzada. Los riesgos, decíamos.
Por otro lado, y entrando en una zona algo más técnica, un par de notas a pie. Como novela con una historia y un final, La sombra del ciprés es alargada funciona: no es un libro para todo el mundo ni desde luego una lectura fácil (ni la mejor para comenzar con la obra del autor; para mí, por la ternura que produce, mejor El camino, que también hace sufrir, pero menos), y así y todo funciona. Incluso con Delibes calificándola de obrita menor porque andaba aún buscando su estilo. Ya quisieran muchos buscar su estilo así de bien, don Miguel, y ser tan certeros en el peor de los casos. Decir también que tras una dura lectura, el final da al lector la oportunidad de mirar desde otra óptica. ¿Quizás sí sea posible ver la luz y no la oscuridad, redondear el alma para que no sea la de un ciprés? No lo sé, ahí entra ya el modo de cada lector, la perspectiva que se tenga y lo mucho que le haya influido el pesimismo vital de Pedro. De fondo, Ávila. Con su nieve. Su muralla. Su cementerio. Su plaza con sus guerreros grabados en la piedra. Y esa atmósfera castellana que no puede sino forjar un tipo concreto de caracteres. Ávila y el mar. Lo tiene todo.
Esto es La sombra del ciprés es alargada. Una joya. Un así sí. Un “discúlpame pero tengo que irme a pensar”. Un grito al vacío, a la inmensidad más absoluta, pero con el miedo de escuchar una respuesta y tener que salir de ella.