Pablo G. Naranjo: Todos somos carnaza

Portada e ilustraciones: Juan Alberto Hernández
Año: 2019
Editorial: Dilatando Mentes
Género: Novela (terror)

Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019

Una jovencita recién llegada a la gran ciudad para trabajar en un departamento de inversiones. Un mendigo predicador con una misión de vital importancia. Un jefe de seguridad alcohólico a cargo de un rascacielos de cincuenta plantas y de dos subalternos. Una vigilante nocturna que pasa las horas llenando de faltas su cuadernito de los agravios. Un yupi ambicioso que incluye en su escalada a la cima el gesto simbólico de colarse a mear en el lavabo de los ejecutivos. Un misterioso director general ataviado con seda y trajes italianos cuyo nombre no aparece la puerta de ningún despacho. Todos ellos están reunidos en el edificio de IntechCorp, un monstruo de acero y hormigón, la noche en la que se cierra un trato de cien millones de dólares; la noche en que cambiará todo. Todos ellos son carnaza.

Una novela con regusto a celuloide y palomitas

Así la describió Declan Sinnot, añadiendo que debería venderse dentro de una caja de VHS. Creo que Pablo G. Naranjo y yo compartimos pocas referencias cinematográficas, pero su Todos somos carnaza me trae ecos de RoboCop (Verhoeven, 1987), Están vivos (Carpenter, 1988), Wall Street (Stone, 1987) y Suspiria (imagino que él pensaba en la de Argento de 1977, aunque yo solo he visto la de Guadagnino de 2018); él menciona como referentes al mismo Argento y Michele Soavi, y las películas Jungla de Cristal (McTiernan, 1988), El coloso en llamas (Guillermin, 1974) y Poltergeist III (Sherman, 1988), entre muchas otras. Sus personajes tienen nombres anglosajones y viven en una ciudad sin nombre, suponemos que estadounidense, en un tiempo que sugiere la década de los ochenta. No hablan como tú o como yo, sino como si hubieran salido de una película americana doblada al español. Comen bollería industrial y engordan de pasarse el día sentados, respiran humo, esconden una botella de whisky en el cajón del escritorio, necesitan pastillas para dormir por las noches, los más afortunados esnifan coca para poder acabar sus jornadas laborales maratonianas y los que no lo son se alivian con una compañera en el cuarto de las fotocopias. Y no encuentran la salida.

Como en sus obras anteriores, Naranjo muestra una gran habilidad mimética para reproducir los motivos y estilos característicos de ciertos géneros muy concretos; explota la capacidad evocativa de esos nichos narrativos que muchos de nosotros conocemos ya bien. La primera mitad de Todos somos carnaza reproduce lo peor de la cultura urbana de la era Reagan, que también es patrimonio del cyberpunk: contaminación, suciedad, precariedad, conspiraciones, depresión, ambición desbocada, derroche y el desmorone general del sueño americano. El gran acierto

de Naranjo es emparejar esta temática con un compañero de cama que no es el habitual: el horror cósmico de rituales, invocaciones y acólitos con capucha siniestra, el cual irrumpe con fuerza en la segunda mitad. Y lo cierto es que la criatura ha heredado lo mejor de las dos familias. Los horrores atávicos que dormían en las ruinas de imperios perdidos a principios de siglo han visto destruido su hábitat natural y están débiles y exhaustos: no pueden sobrevivir en el mundo de asfalto, acero y vidrio que ha construido para ellos el progreso, como tampoco pueden los humanos. Tal y como sospechábamos, los individuos encorbatados y engominados que viven en sus despachos entre las nubes y las estelas de los aviones se dedican a hacer negocios con la muerte. Literalmente.

Juego de espejos y duelo de estilos

El estilo de Naranjo tiene mucho de pulp y bastante de victoriano. Los improperios, las palabras vulgares, la sordidez de las situaciones y lo impostado de los diálogos nos llevan a los relatos de explotación escritos en papel de estraza de los años treinta; la adjetivación alambicada y la profusión de palabras poco comunes nos recuerdan a nuestros antecedentes decimonónicos. La combinación crea un efecto único. Como único punto negativo señalaría que el texto está salpicado de erratas, redundancias léxicas y algunos vocablos equivocados que habrían desaparecido durante una revisión concienzuda; es una lástima que desmerezcan otros pasajes con un estilo francamente rotundo:

Ya había estado allí en un día lleno de cocaína y promesas, precedido por el señor Soavi, vestido con su mejor traje y con la sonrisa más amplia que un rostro podía dibujar. Le habían abierto las puertas del sancta sanctorum de IntechCorp y tendría un lugar en la mesa del Señor, como un apóstol tardío o un caballero de la mesa redonda.

Pero no le esperaba ni Jesucristo ni el rey Arturo.

Le aguardaba una boca llena de dientes que nunca se cerraba; una oquedad ácida como el meconio de un recién nacido y amarga como el último suspiro de una joven.

Le esperaba la Madre que nunca termina de morirse.

Lo que sí está cuidadísimo es el diseño gráfico, con tres ilustraciones originales de Juan Alberto Hernández y las esquinas de las páginas y encabezados de los capítulos decorados con dibujos de anatomía humana. Una delicia de contemplar que evoca muy adecuadamente los temas de la novela.

Conclusión

Todos somos carnaza gustará a los aficionados al cine de terror de los años setenta y ochenta, aunque como veis no es necesario estar versado en él para disfrutar la novela. Gustará a los que lo pasaran en grande con obras anteriores de Pablo G. Naranjo como Coburn y PurgatorioAgradará a quien busque una novelita sórdida acerca de un hatajo de desgraciados sobre los que se cierne el desastre en forma de enigma de otro mundo.

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Foto de Jason Wong en Unsplash