Año: 2015
Editorial: Páginas de espuma
Género: Relatos
Valoración: Recomendable
A la hora de escribir una reseña o darle una valoración a un libro, es a menudo muy difícil ser objetiva, sobre todo porque las lecturas no siempre te pillan en el mismo momento, y tu estado de ánimo o mil otras cosas pueden influir en ellas. Así que yo tengo un sistema que sigo, que no es 100% infalible, pero, oye, a mí me hace un apaño. Cuando un libro me ha gustado, me toca elegir entre una de las cuatro valoraciones positivas que tenemos en Libros Prohibidos (está bien, recomendable, muy recomendable y ovación). Lo que hago es lo siguiente: partiendo de la base de que hay millones de libros que leer y un tiempo muy limitado, me imagino a un ser querido preguntándome “oye, ¿me recomiendas que me lea este libro?”. Si la respuesta por mi parte sería “mira, está bien, pero hay demasiados libros excelentes que leer como para que emplees tu tiempo en él”, le casco un está bien. Si sería “sí, desde luego que tu tiempo estaría bien empleado”, ahí le va un recomendable. Y en aquellos casos en los que en vez de esperar a que mi amigo me pregunte, me entran ganas de coger el teléfono y decirle “colegui, no sé qué haces que aún no estás leyendo esto”, le toca un muy recomendable. Ovación lo reservo para aquellos que considero que deberían superar la prueba del tiempo y convertirse en clásicos.
Este sistema me sirve para ponerle una valoración más baja a aquellos libros que me han encantado porque me han tocado alguna fibra en particular, pero que siento que aquellos que no compartan mis gustos o experiencias vitales no disfrutarán en la misma medida. Y también me sirve para subirle la valoración a aquellos libros que a mí personalmente no me han emocionado, pero que objetivamente cumplen con todos los requisitos para merecer ser leídos. Y esto es lo que ocurre con Siete casas vacías.
Ya he comentado alguna vez que me cuestan los libros de relatos, porque me suele dar pereza lo de tener que resituarme una y otra vez al comienzo de cada cuento. Con algunas colecciones me ha ocurrido que este sentimiento se ha esfumado, en el caso de que la autora o el autor sea especialmente ducho en el arte de introducir al lector en la historia en un pispás. Pero no me ha ocurrido con Siete casas vacías. Cada comienzo de cuento se me ha hecho un mundo. Me he encontrado teniendo que leer y releer el párrafo inicial una y otra vez porque no lo procesaba. Y no porque esté escrito en un lenguaje muy complicado. Más bien al contrario.
El estilo de Schweblin se caracteriza por una simpleza engañosa, de esas que ocultan un minucioso trabajo por encontrar las palabras adecuadas, eliminar toda floritura superflua y no añadir nada que se salga de lo estrictamente necesario. Esto, que algunos consideran una característica de la narrativa de calidad, se traduce en una prosa que no cautiva por su belleza y, en mi caso, me aburre y no logra retener mi atención. Los distintos relatos comienzan con frases como “–Nos perdimos –dice mi madre.”; “El señor Weimer está tocando la puerta de mi casa.”; “Mi suegra quiere que compre aspirinas.” Todo muy anodino y soporífero.
Una vez que superaba el obstáculo del primer párrafo, ya sí, me encontraba con relatos la mar de bien construidos: con ambientes enrarecidos y misteriosos, personajes con una psicología compleja y muy verosímil, un control perfecto del tempo… Sin duda, Samanta Schweblin es una escritora con mayúsculas. Y es solo porque yo no soy amante de los relatos, ni de la narrativa, ni de la prosa minimalista, que se me ha hecho tan cuesta arriba la lectura de esta colección de apenas 120 páginas.
Todos los relatos de Siete casas vacías tratan de la locura, en sus diversas facetas y desde distintos ángulos. Personajes que se han vuelto locos, que se están volviendo locos, o que tienen que convivir con locos. De la locura, y de las casas. De la relación entre la locura de estos personajes y los sitios donde viven o donde querrían vivir. La conexión entre todos los cortes es muy sutil y muy potente a la vez. Es por eso que creo que debería haberse quedado fuera de la colección Un hombre sin suerte, que no estaba originalmente planeado como parte de Siete casas vacías y que, a mi juicio, y pese a ser un relato estupendo, rompe demasiado con la temática común.
Mi relato favorito ha sido La respiración cavernaria, y probablemente porque se trata casi de una micro-novela. Es el más largo con diferencia, y logra meterte con maestría en la cabeza de una mujer con demencia senil, creando al mismo tiempo muchísimo suspense y sin dramatizar lo más mínimo. Pero, con todo, y aunque no sea mi tipo de literatura, no hay aquí ni un solo relato del que no se pueda decir que es excelente. Por ello, y con la intención de ser lo más objetiva posible, os lo recomiendo.