Año: 2017
Editorial: Cassandra 21 (autopublicación)
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Los multimillonarios también sufren, o algo así
Sin duda, aparte de las obras de ciencia ficción y fantasía por las que siempre me he sentido especialmente atraído, las historias satíricas y humorísticas son mis preferidas. Y si saben utilizar el presente como arma arrojadiza contra nosotros mismos, pues mejor que mejor. De modo que nadie se extrañará por lo maravillado que me sentí al descubrir este El siglo de la folie que con tanto gusto ahora me dispongo a reseñar.
Arturo Menéndez es el dueño de la cuarta mayor fortuna del planeta. Sus tentáculos son incontables y parecen extenderse por lo profundo de numerosas empresas y países. Entre ellos está Urania, nación del Sur de Europa que podría decirse que es prácticamente suya. ¿Qué más podría desear un hombre que lo tiene todo? Pues poder controlar el comportamiento de la gente, empezando por su hijo Mauricio, que incomprensiblemente quiere convertirse en un estudioso hombre de letras.
Existen muchas formas distintas de afrontar una obra de humor y ninguna de ellas asegura el éxito. Más bien, al contrario; fracasar miserablemente tratando provocar la risa en el lector es muy común. Así que aquí nos encontramos con el primer punto a favor de El siglo de la folie. No se trata de la obra más sutil del mundo, pero tampoco va buscando continuamente el chascarrillo fácil, lo que es de agradecer. David Condis, el autor, muy pronto sitúa el escenario y los personajes para comenzar a sacarle el jugo a sus —a priori— pocas posibilidades humorísticas. Porque un mundo de empresarios, abogados y psiquiatras no invita a la fiesta, precisamente.
Lo peor que le puede pasar a un padre multimillonario es tener un hijo que no sea rentable, y Mauricio parecía no serlo. ¡Tanto dinero gastado para acabar teniendo un hijo culto! ¡Qué derroche! Él quería un hijo avieso, no extremadamente avieso, pero sí moderadamente, un hijo listo, alguien capaz de sacar rendimiento económico hasta de sus propias desgracias. ¿Te diagnostican un cáncer? Pues publicidad de la clínica que te trata o de los medicamentos que tomas, previo cobro de la clínica y del laboratorio.
Humor satírico que nos lleva de lleno a la ya anunciada crítica profunda que esta novela realiza sobre nuestro mundo. He de reconocer que no es complicado meterse con nuestra realidad: nuestro sistema hace aguas, la sociedad está cada vez más polarizada, estamos regidos por personajes mediocres y los medios de comunicación se afanan en desinformar y, si acaso, conseguir clics. Sin embargo, el autor se vale de darle la vuelta a la situación poniendo el foco en un lugar poco explorado: un multimillonario tan culpable como beneficiario de la corrupción del sistema. Y funciona. A través de las vivencias de Arturo Menéndez y su disfuncional familia, el lector se sumerge en un país distópico, Urania, que no es más que una representación bastante fiel de cierto país que yo me sé. Vamos, que la distopía somos nosotros y el momento es ahora.
—Papá, me estás contando una falacia. El dinero sirve para comprar la libertad.
—Tu visión romántica empobrece tu juicio sobre la realidad. —A don Arturo le exasperaba lo que él reputaba ingenuidad de su hijo—. ¡El dinero sirve para ejercer poder! ¡A ver si aprendes de una vez! ¡Para decir lo que te da la gana y cuando te da la gana! ¡Para ponerte a mear en el hall de cualquier hotel de cinco estrellas si te sale de los huevos! ¡Y que te aplaudan además! ¡Y que te digan que no han visto otra más grande y bella que la tuya, coño!
Pero no os penséis que tenemos ante nosotros un libro que se limita a atacar unilateralmente a los superricos. No, aquí hay estopa para todos. Por un lado, nos encontramos con un líder de un partido comunista largamente pagado de sí mismo, y por otro también vemos al grueso de la sociedad —lo que viene siendo nosotros mismos— como masa aborregada y manipulable y, por tanto, como parte responsable de esta vergonzosa y surreal situación. Y es que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, frase que, por cierto, siempre atribuí a Nietzsche, pero que resulta que es de Joseph de Maistre.
Me encanta que los planes salgan bien
Al igual que don Arturo Menéndez, protagonista de El siglo de la folie, a David Condis le gusta tener todo bajo control. Desde el tono hasta el estilo, pasando por la intención, la trama, los personajes, los giros… Todo baila siguiendo el compás marcado por su batuta. Es cierto que, poniéndonos exquisitos, hay un momento en el último tercio del libro que parece aflojar la tensión y la trama da algunos bandazos, pero queda solucionado lo suficientemente pronto como para que no lleguen a encenderse las alarmas.
No quiero dar carpetazo a esta crítica sin hacer mención al remarcable —¿Cómo? ¿Que no existe esta palabra en español? Bueno, pues sobresaliente— estilo con el que está escrito El siglo de la folie. Dependiendo de la situación, el autor varía la extensión de las frases, llegando a encadenar líneas y líneas sin usar ni un punto cuando se trata de descripciones o estados de ánimo, sobre todo al principio. Lo maravilloso es que tiene la rara capacidad de conseguir esto sin que quede fatal, que es lo normal. Atención, la cita que viene a continuación no refleja esto —ocuparía media reseña si no—; solo es un pasaje que me hizo especial gracia.
La idea de disparar contra alguien no le seducía a Menéndez. Él estaba acostumbrado a causar daño moral, a estafar, a arruinar al prójimo, a imponerse en esa ley de la selva que tantos beneficios le había reportado, pero ¿daño físico? No, por Dios, él era un hombre honrado, buena persona, un hombre que no comete delitos.
En resumen, una nueva obra autopublicada de calidad que nos llega desde Cassandra 21 y que os recomiendo encarecidamente. Si no os destapa una realidad miserable, os va a alegrar más de una mañana.