Título original: The Celestial Café
Idioma original: Inglés
Año: 2016
Editorial: Expediciones Polares
Traducción: Felipe Cabrerizo
Género: Autobiografía
Valoración: Está bien (si eres fan)
Al abrir este libro, lo primero que se encuentra uno es una breve biografía del autor que comienza diciendo: “El mayor poeta de Escocia nació en Ayr en 1968”. Pero no, el autor de este libro no es Lord Byron, ni Walter Scott, ni Andrew Lang, ni siquiera Conan Doyle. El autor es Stuart Murdoch, líder del grupo musical Belle & Sebastian. No sé quién habrá escrito la mini-biografía introductoria, si el propio autor o el editor, pero creo que se ha pasado un poco. En cualquier caso, esa frase hiperbólica ha conseguido conmigo lo que probablemente pretendía: causarme curiosidad por lo que me disponía a leer y crear expectativas.
Vaya por delante que no soy fan de Belle & Sebastian. Ni siquiera conocía el nombre de su líder. Y sé que es arriesgado leerse la autobiografía de un artista cuya obra no conoces, pero desde Expediciones Polares nos habían mandado el libro (¡¡muchas gracias!!) y lo que hacen en esa editorial es siempre tan cuidado, tan bonito y tan apetecible, que no me pude resistir. Además, después de haber reseñado ya varias biografías y autobiografías de artistas que sí admiraba, me parecía un buen experimento probar a ver cómo era leer un relato autobiográfico de un desconocido.
En realidad El café celestial, no es una autobiografía, sino una serie de breves entradas de diario escritas entre 2002 y 2006. Bueno, parecen entradas de diario, porque tienen fecha y lugar de escritura, pero al poco de comenzar a leer uno se da cuenta de que debieron de ser concebidas más bien como posts de blog o algo así, pues en ellas hay mucha interacción con los lectores, dirigiéndose a ellos continuamente, haciéndoles preguntas e incluso copiando algunas de sus respuestas o comentarios. Pero lo que predomina en las páginas de El café celestial son los pensamientos de Stuart Murdoch. ‘Pensamientos’ en sentido literal, porque el estilo narrativo del autor es un perfecto ejemplo de “flujo de conciencia” o monólogo interior, donde las ideas, vivencias y opiniones se van sucediendo unas a otras sin aparente relación. En este libro se pueden mezclar la Guerra de Irak con la lista de sus películas favoritas, los sueños de la noche anterior con las sesiones de grabación, las anécdotas de las giras con las sesiones de acupuntura, los partidos de fútbol con ideas para próximas canciones, sus creencias religiosas con la admiración por las tetas de Scarlett Johansson. Todo vale. Como ejemplo, una entrada que resultará significativa para los fans españoles, escrita el 15 de marzo de 2004 en Bilbao, y que comienza reflexionando sobre lo difícil que fue tocar en Madrid el mismo día de los antentados del 11M y pensando en todo lo que deberían haber estado sintiendo los espectadores, pero que en menos de dos páginas acaba (sin saber muy bien cómo) de la siguiente forma: “¡Toma! Hay una tía glamurosa en la plaza fijándose en mí. Echadme la bronca si queréis, pero tiene todo el aire de una puta con clase…”.
Durante las dos últimas semanas, he ido leyendo poco a poco El café celestial mientras desayunaba, y creo que he elegido un momento y una atmósfera muy adecuados. La extremada sencillez de la pluma de Murdoch hacía que no tuviera que poner mucha concentración por mi parte, y por otro lado, la inmediatez de su narración y la mundanidad de las anécdotas me iban devolviendo progresivamente al día a día, al mundo real. Además, la traducción de Felipe Cabrerizo ha conseguido que no se pierda ni un ápice de la frescura, cercanía y sencillez del original, sin dejar de ser rigurosa, aportando alguna que otra nota al pie para aclarar juegos de palabras de difícil traducción o referencias a personajes poco conocidos para los hispanohablantes.
Sin embargo, El café celestial no va mucho más allá. Es sólo eso: lo que se le pasó por la cabeza a un músico de pop a lo largo de cuatro años. Los que sigáis a Belle & Sebastian estaréis encantados de leer cómo eran los ensayos o qué ocurría durante las giras, pero para los demás no hay reflexiones sorprendentes ni opiniones reseñables. No hay frases que subrayar o descubrimientos que ir a buscar inmediatamente a internet. Hay cinco o seis poemas intercalados a lo largo del libro, que no están del todo mal. No me han entusiasmado pero me habría gustado que hubiera alguno más, para conocer mejor el pensamiento lírico del autor. Tampoco funciona bien el libro como introducción para ‘no iniciados’ al universo de Belle & Sebastian, porque, como los textos estaban pensados para fans que leían la web del autor, se dan por sentados muchos hechos y personajes. No se hace ninguna explicación detallada sobre la evolución de la banda o sobre la discografía. No era la intención del libro, obviamente.
Lo que sí me ha llamado la atención es lo abiertamente que Murdoch habla sobre su fe y su vida religiosa. No debería llamarme la atención, la verdad, pero hoy en día ese tipo de declaraciones implican, sin duda, un cierto coraje dentro del mundo de la cultura. Un mundo en el que una persona creyente siempre está expuesta a comentarios como el del propio prologuista del libro, Julio Ruiz (Disco Grande, RNE, Radio3), que casi lo primero que hace es referirse al “ramalazo religioso” del autor.
A los que os pueda interesar este libro, por ser fans de Belle & Sebastian, ya os lo habréis comprado y leído. Los demás no os perdéis mucho. Al menos yo no he encontrado mucho. Y lo poco que he encontrado quiero compartirlo con vosotros. Así que os dejo con una de las pocas reflexiones del libro que, aunque no comparta necesariamente, me parecieron dignas de ser subrayadas:
Las canciones son algo curioso. ¿Ya os he contado que las considero un arte bastardo? No he cambiado de idea. Las sigo viendo como una excusa para un narrador incapaz de sostener su historia al acabar el primer párrafo. Para un director de cine que abandona la escritura de un musical después del primer número.
Y es que no hay mejor manera que la música para captar la emoción inmediata o para convertir una explosión abstracta de placer en algo tangible. ¡Y vaya manera! Una sensación tangible eterna.