Ilustraciones: Juan Alberto Hernández
Año: 2019
Editorial: Cerbero
Género: Novela corta (fantasía)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020
El mundo necesitaba una obra larga de Almijara Barbero. Ya cuando ganó en la convocatoria de Alucinadas II (Palabaristas, 2016), su relato «Historia y cronología del universo» bailaba con seguridad en la difícil cuerda flotante de la tragicomedia. Las mocedades de Rodrigo sigue ese rastro, navegando entre escenas épicas, cómicas y dramáticas, con más altura pero el mismo aplomo.
Un cantar del siglo XXI
Cerbero ha vestido un libro medieval de bolsilibro. No hay otra definición para el inicio y final de la novela, donde se disponen las condiciones de publicación del libro y el índice de capítulos, respectivamente, con elementos y lenguaje que recuerdan a estas antiguallas literarias.
Continúa la edición con una dedicatoria a (la espera de tu respuesta, dice mi teclado predictivo), por si no acabara de quedar claro el tono del relato. Y lo cierto es que no queda, pues comienza con una críptica escena en la que atisbamos una disputa familiar y reconocemos quién será el narrador de esta historia.
El inicio puede resultar duro, ya que el estilo es de todo menos a lo que estamos habituados. No esperéis frases cortas y sesudas, sino idas y venidas por la cronología de los personajes, por sus pensamientos, como si nos estuvieran contando esta historia junto al fuego bajo el rasgueo de las cuerdas de un laúd. Quizá esa sea la definición más exacta de lo que es este narrador, aunque no hallaréis (casi) ninguna rima entre sus páginas.
Sin embargo, no podría haber sido una elección más acertada. Al fin y al cabo, Las mocedades de Rodrigo narra los orígenes del héroe más grande de la Historia de España. Es cierto que el planteamiento es ucrónico, pero la utilización de estos recursos literarios lo reviste de realidad, creando una nueva leyenda a su paso.
Una revisitación de los inicios del Cid Campeador
Una vez entrados en materia y acostumbrados al estilo particular de Las mocedades de Rodrigo, el lector puede detenerse a disfrutar de la historia en sí misma y los elementos que la conforman.
Cosita, así es, así dijo, así quedará registrado en los anales de la Real historia de los hechos de España, Rodrigo Díaz de Vivar miró cara a cara al adalid de su destino y lo llamó cosita, y Cosita pareció impacientarse. En más, Cosita, aprovechando la inmediación voluntaria de Rodrigo, se apresuró en una carrera vertiginosa que provocó que se adelantara apenas medio centímetro en varios minutos lo que, por una parte, confirmó que la velocidad de algunas especies no es proporcional al ardor de su anhelo y, por otra, despertó una notable ternura en Rodrigo que, viéndola temblar desaforadamente en su dirección, soltó un suspirito y, el muy insensato, alargó el brazo para tocarla.
Rodrigo Díaz de Vivar no es más que un caballerizo en la corte de Sancha I. Su glorioso futuro se acerca a él con la presteza de una oruga, y lo recibirá al son de los coros celestiales. No es cuestión de hacer aquí relación de los hechos acontecidos, pues lamentaría torcer las risas de aquellos descuidados que se aventurasen en estas páginas. Pero sí que os animaría a no quitarle ojo a la espléndida portada de Juan Alberto Hernández, donde recoge muchos de los personajes que aparecen en la obra y sus actitudes.
Así, tenemos en primer plano a Rodrigo, que como vemos es un joven no muy listo, ¿a lomos? de un unicornio. En lo alto encontramos ángeles-musas griegas que recuerdan sin duda a las que aparecen en Hércules, la película de animación de Disney. Perritos correteando, una mujer desnuda sobre una vaca… todos ellos tendrán su momento en la formación del Cid y más de uno nos arrancará una carcajada.
Por otra parte, la conversión de Rodrigo en el Cid Campeador no será el único motor de la trama. También las guerras de Sancha I, el ir y venir de sus hijos y de su esposo, así como su herencia, serán clave en la conclusión de esta historia.
Un nuevo pasado matriarcal y queer
Como he mencionado unos párrafos más arriba, Las mocedades de Rodrigo es una obra ucrónica. Toma prestados nombres y hechos que ocurrieron, pero nos los presenta vestidos con nuestro traje favorito: ¿y si…?
Lo primero que nos llama la atención es la presencia de personajes y relaciones queer, principalmente homosexuales y bisexuales, sin que la mención de la Virgen suponga contradicción alguna. Poco después vemos que los cambios sociales que ha introducido la autora van más allá: aunque los estratos medievales siguen bien asentados, conoceremos reinas y guerreras sin que su condición de mujeres se discuta en momento alguno.
Barbero se mueve con comodidad entre sus propias normas, demostrándonos con ellas que la fantasía histórica puede ir más allá de lo que nos tiene acostumbrados. Y también pone sobre la mesa un hecho que a veces olvidamos: la riqueza y la capacidad de nuestra Historia y la tradición cristiana para crear nuevos universos. La autora, además, ha elegido hacerlo de la forma más compleja: jugando con la realidad en sí misma y no aislándose en un universo paralelo, lo que habla de un gran esfuerzo de documentación.
Podemos jugar a separar lo ficticio de lo real en Las mocedades de Rodrigo, aunque reconoceremos varios hechos, como la conquista de Valencia o el reinado de Urraca I en León. Quién sabe si con ello Barbero consiga que más lectores se interesen por estos episodios de la Historia de España.
Mezcla de humor y drama
Como habréis podido deducir, Las mocedades de Rodrigo se mueve continuamente en la parodia, pero no está exenta de drama. Aunque algunas cosas las toma con ligereza (como la partida de Rodrigo de Manzora), con otras sabe detenerse para darle el peso que requieren.
El último tercio del libro, por ejemplo, es menos humorístico y está más centrado en la parte política de la obra. Con él rescata la escena inicial y la sitúa en un lugar y un tiempo, descubriéndonos por fin por qué se está contando esta historia.
Este cambio de tono al final (y la puerta abierta hacia el futuro) quizá no sea del agrado de todo el mundo. A mí misma me dejó cierto regusto amargo. Podríamos hablar de que la obra necesitaría un reequilibrado entre estas partes más paródicas y las más serias, pero quizá el efecto final que se consigue se perdería con ello: que Las mocedades de Rodrigo continúe en nuestra mente aun después de acabar la novela.
Es cierto, si todo hubiera sido un gag habríamos cerrado el libro con una sonrisa en la cara, habríamos comentado lo bien que lo hemos pasado y lo habríamos guardado sin más. De esta manera, Barbero consigue una reflexión final que se asienta con fuerza sobre el lector, cierra los hilos que había abierto al principio y continúa su propia leyenda sobre el Cid Campeador.
Mi último deseo sería que, cuando todo el cantar del Rodrigo flurflureño esté escrito, se publique con su tapa dura, sus capitales ilustradas y sus ilustraciones interiores, como un buen manuscrito medieval. Sin duda, por esta primera parte ya lo merece.