Título completo: La glándula de Ícaro. El libro de las metamorfosis
Título original: Икарова железа. Книга метаморфоз
Idioma original: Ruso
Año: 2013
Editorial: Nevsky Prospects (2014)
Género: Relatos
Valoración: Ovación
Seguimos a tope con la Semana Starobinets, que, con motivo de la época más terrorífica del año, nos está dando una excusa perfecta para profundizar en la obra de una autora imprescindible. Hoy le toca a La glándula de Ícaro, tercer trabajo traducido al español (gracias, equipo de Nevsky) y el segundo libro de relatos de Starobinets.
La glándula de Ícaro es una colección de siete cuentos que aúnan la ficción fantástica y el terror marca de la casa. En realidad, son relatos que tratan de personas comunes en situaciones normales salvo (como tan bien han comentado los compañeros de Libros Prohibidos en las reseñas anteriores) por la introducción de un detalle distorsionador de la realidad. Esta alteración, su capacidad de deformar lo cotidiano hasta puntos inquietantes y desagradables, es lo que consigue inocular el terror en aquel que ose aventurarse en sus párrafos. Y las posibilidades de contagio son en exceso elevadas.
Es mucho lo que se puede destacar de esta antología de lo siniestro. Lo primero que llama la atención es la capacidad de introducirnos en lo que está ocurriendo. Tras una primera página de extrañeza y una segunda de ir encontrando espacios comunes, el lector queda perfectamente integrado en la historia para la tercera página (a veces incluso antes). Sin grandes descripciones y sin casi pretenderlo, Starobinets te deja suelto en mitad de una atmósfera onírica de la que no es fácil salir.
Y es que hablar del plano de los sueños (aunque sería más apropiado hablar de pesadillas) no es en absoluto casual en La glándula de Ícaro. Starobinets es una maestra en el manejo del idioma de los malos sueños, lo que explica que los personajes puedan convivir con las situaciones ligeramente inverosímiles que se plantean en cada historia sin preguntarse continuamente pero qué demonios está pasando. Y esto es justo lo que ocurre en las peores pesadillas: nuestra realidad ha sido alterada por algo que somos incapaces de identificar y que, de una forma u otra, amenaza con causarnos un mal.
El agregar elementos de terror reconocibles, como niños siniestros, insectos, transformaciones imposibles, o el enfrentamiento estéril contra una cruel superestructura invencible, es otro recurso más que utiliza la autora para conectar rápidamente con su víctima favorita: el subconsciente del lector. Una vez dominado este, La glándula de Ícaro pasa a atacar el miedo al futuro próximo. En efecto, en esta obra se nos presentan historias que, si bien por ahora no pueden ser reales, perfectamente podrían llegar a serlo en 5 o 10 años; una cruda perspectiva que alimenta el primario temor a lo desconocido, creando una sensación de vértigo insondable. Es como asomarse a un acantilado un día de tormenta, sin barandilla, sin red, sin nadie que pueda oírnos gritar.
No me conformo con sólo recomendar fervorosamente este libro. Hay que destacarlo, anunciarlo bien fuerte, ponerlo donde se merece. Darle una sonora ovación.