Año: 1963
Editorial: Mar Maior (2016)
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Los miedos (finalista del premio Nadal en 1961) abre con un prólogo en el que el señor Blanco Amor habla de la corrección de la novela que leeremos a posteriori; un recurso manido el manuscrito encontrado, dice, pero solo si es mentira; y en este caso es verdad. Así pues, la historia ‘real’ es la siguiente: unos niños, Pedro Pablo (el narrador) y sus primos, pasan los veranos en el pueblo. Uno de estos veranos, deciden averiguar lo que es el miedo. De paso maduran, claro, y así queda una de estas novelas de crecimiento o formación que a mí me gustan tanto.
Abro diciendo que Los miedos es una de las obras que más gratamente me ha sorprendido este año. No sabía qué me iba a deparar su lectura, pero tampoco esperaba este fuerte calado. Sorprende en primer lugar la forma, con muchos diálogos y poca narración como tal, olvidando un poco la ambientación, aunque también sea relevante, para centrarse en los personajes. Aquí los adultos en general son descritos como gente chabacana, estúpida, mala a veces, en contraposición con la visión que se nos da de los primos favoritos del protagonista, todo fuerza, dulzura y valentía. Así se desarrollan dos mundos que tan solo se rozan de vez en cuando por obligación, y así se crea el espacio para que los niños investiguen el miedo.
Durante la primera parte de la lectura no hay un gran avance de esta parte de la trama; es tan solo una novela costumbrista que asienta poco a poco a cada uno de sus personajes, se nos cuentan anécdotas, pero todo es más pausado y no parece que la cosa vaya a pasar de entretenida. Es a partir de una conversación entre Pedro y sus primos (en la que ya se habla de los miedos como es debido) cuando la cosa se acelera y aparece la parte verdaderamente interesante. El contraste entre estas dos cadencias es maravilloso. A partir de aquí sí que puedo decir que me gustó muchísimo. Desde ese momento hasta el final se convierte en una montaña rusa de emociones confusas para Pedro, en la que se da cuenta de que por más que se busquen los miedos en algún fantasioso delirio, al final lo más aterrador son las cosas que pasan en la vida. Llegados a este punto nos damos cuenta de lo interesante de la forma de ver el mundo de Pedro, la narración tan inocente, sensación que ya se va notando al principio, sí, pero que se acentúa hacia el final. Cuando los acontecimientos se aceleran, la mirada de Pedro se vuelve aún más tierna, más joven y, sobre todo, más indefensa.
Lo siguiente que me parece maravilloso es que a medida que van pasando las páginas, una se va dando cuenta de toda esa conclusión que se quiere dejar caer, que en ningún momento se dice tal cual (gracias a dios), pero comienza a percibirse en la trama. Hay un cierto momento en el que toda la tensión que existía en la casa donde se desarrolla la novela llega a un punto tan alto que la paz se fractura. Es este el momento de que los niños realicen una serie de descubrimientos que empujan a la trama a acelerarse, tensarse y llegar a un fin terrible. Es un poco como escuchar una pieza de música cuyo final es mucho más fuerte, acelerado y tenso que el tranquilo inicio, esa es la sensación que da leer Los miedos. Quería destacar también de este final el arco del personaje de Roque Lois, para mí el más ambicioso de la obra por su relación con el protagonista. También es el que provoca reacciones más fuertes durante la lectura, ninguna de ellas precisamente positivas, pero al final la visión que percibimos de él es bastante diferente. En este sentido, es muy interesante la elección del autor de terminar como lo hace (y el ‘epílogo’ del ¿corrector? también me parece una maravilla, por cierto). No se cierra: vosotros, lectores, decidís qué pasa ahora con Pedro.
No puedo hacer otra cosa que recomendaros esta desconocida novela que tanto he disfrutado. Merece mucho la pena conocer este pequeño pedazo del mundo y a sus habitantes. Os animo a haceros con el libro.