Edward Cross: Los surfistas nazis deben morir

Novelización de la película Surf Nazis Must Die
Año: 2015
Editorial: Tyrannosaurus Books
Género: Novela
Valoración: Mejor no

Hay muchas motivaciones posibles a la hora de decidir qué lectura será la que ocupe nuestro tiempo. El absurdo y la desconexión mental son dos de ellas y quizás sean las que puedan esgrimirse como justificación para entrar en el demencial universo de estos surfistas nazis. En un mundo repleto de estímulos parece inevitable e incluso recomendable para la salud apagar el sistema racional de vez en cuando, poner a descansar las neuronas y dedicarse a entretenimientos menores. Hay mucho de eso en esta novela, el disparate como andamio para todo lo que sucede en sus páginas nos hace desarrollar una actitud condescendiente, permitimos parches y maneras de narrar que no exigiríamos a otras obras. Incluso llegamos a desear la acción descabellada, los personajes que son de cartón piedra y a los que se les ven los hilos y la ambientación chusca y poco trabajada, y lo hacemos porque nos hacen sonreír y nos mantienen entretenidos sin la necesidad de gastar ni un ápice de energía mental. Nos evadimos para aceptar el juego que se nos propone, permitimos a la narración engañarnos y nos disponemos a disfrutar de unos ingredientes muy reconocibles que logran que durante unas horas (pocas porque la historia es breve) no hagamos nada más que asistir a un deslavazado espectáculo.

Sin pretensión de calidad literaria, así hay que leer esta obra que no es más que la novelización de una película de serie B que en 1987 produjo Troma Entertainment y fue dirigida por Peter George: Surf Nazis Must Die. Encontraremos acción muy cercana a la distracción, tratamiento fetichista de la violencia y el sexo, lenguaje soez, simplificación de ideas para que todo transcurra como una huida hacia delante en la que intuimos qué va a suceder pero aun así, una vez metidos en faena, no podemos dejar de confirmar si lo sospechado termina cristalizando.

Las referencias a la película que he leído para preparar esta reseña la califican como serie B, pero tras leer la novela me surgió una duda o una necesidad: hace falta otra letra en el abecedario para adjetivar algunas creaciones; porque si las obras de Ed Wood inauguraron la Z como etiqueta para algunos productos de dudosa calidad y limitadísimo presupuesto, esta historia encajaría mejor en un trasunto literario de esas obras cinematográficas que en una simple y benévola B que no le hace justicia. Me imagino al autor una tarde cualquiera, con su cerveza recalentada y dentro de una caravana en medio de la nada dándole a la tecla con un cigarrillo colgando de sus labios, por supuesto ataviado en camiseta interior de tirantas y calzoncillos amarilleados. Un personaje más de este delirio que quizá tenga su público dentro del mercado del ocio vacuo creado a partir de las palabras. Lo dicho, literatura de serie Z++.

El argumento es simple. Sin anestesia nos encontramos una California arrasada por un terremoto que se sale de todas las escalas de medición. La costa se convierte en un caos y en territorio abonado para el pillaje. Varias tribus urbanas se organizan como bandas violentas para aprovecharse de unas fuerzas del orden desbordadas y tomar el poder a las bravas. De todas ellas los surfistas nazis parecen el grupo hegemónico, sus métodos son los más violentos, sus escrúpulos atrofiados les dan vía libre para explayarse (perdón por el juego de palabras que viene) y sembrar el terror en las playas. Las olas son suyas y todo el que se cruce en su camino sufrirá las consecuencias. Nadie parece prestarles atención en la anárquica ciudad, pero cometen un error, enfurecer a una madre anciana, “Mama” Eleanor Washington, que no duda en armarse hasta los dientes para destruir a ese grupúsculo que tanto ha contribuido a arruinar la que hasta antes de la catástrofe era una vida plácida y llena de amor. A partir de este argumento todo es posible: acólitos que se nombran a sí mismos como los altos cargos de la cúpula nazi, una mujer que más que una venerable anciana parece Usain Bolt con peluca, pijos convertidos en sanguinarios delincuentes, tablas de surf tuneadas y con más cuchillas que la última maquinilla de afeitar que te regalaron los reyes magos, una furgoneta-tiburón, artes marciales, muertes, asesinatos, fuegos, pillaje, una orgía sin sentido de violencia, un gazpacho con los ingredientes elegidos y mezclados por un chef esquizofrénico con el día cruzado.

La obra es plana; sin argumentación ni antes, ni durante, ni después de lo narrado. Pero, oye, curiosamente, tras pasar unas pocas páginas, si uno decide quedarse en estas playas se encuentra enseguida con el final y, aturdido, puede empezar a restañar la sangre que mana de su nariz mientras marca el número del neurólogo. Como divertimento superficial y de consumo rápido puede valer. Quizás esa sea la única justificación para aproximarse a esta historia donde el machismo, el racismo y la ultra violencia campan a sus anchas, no podíamos esperar menos de unos surfistas nazis.

Termino hablando de la edición, de la textura del libro, de cómo al meterlo en el bolso se deteriora y toma una pátina de pastiche pulp que casa muy bien con la portada (copia de la cartelera de la película) y que satisfaría al imberbe Asimov (si es que no tenía patillas ya a los doce años) en su infancia de consumo compulsivo de este tipo de literatura. Un envoltorio oportuno para una obra llena de carnaza que rezuma sangre y salitre.