Año: 2016
Editorial: Tyrannosaurus Books
Género: Novela de terror
Valoración: Mejor no
Con lo que me gusta un hombre lobo, desde pequeño cualquier historia que tuviera uno entre sus líneas me tenía ganado para la causa. Han habitado mis pesadillas, mis obsesiones y alguna reflexión tonta de adolescencia sobre el animal que todos llevamos dentro. Porque, con este título, está claro que Lycaon tiene como protagonista a este ser mitológico que aparece y desaparece según las modas, un secundario de lujo, que casi nunca está en primera plana como le sucede a los aristócratas del terror, los vampiros, o al lumpen hambriento que tanto parece obsesionarnos en la actualidad, los entrañables zombis.
Leyendo un poco sobre el autor de la novela me cuadró al instante el carácter visual que la caracteriza. Más que una obra literaria al uso parece que nos enfrentamos a un borrador para un guion de una película de terror con aspiraciones limitadas. Guillermo Tato ha participado en varios proyectos cinematográficos y eso se traduce en el uso de lenguaje directo y simple (a veces demasiado, rozando cierta pobreza léxica), en acción sin concesiones y en el escaso pudor que demuestra a la hora de utilizar la picadora de referencias literarias, históricas y culturales.
No, Lycaon no es una gran novela. Quizás en ningún momento pretendió serlo, pero con los mimbres elegidos podría haberse construido una guarida más aterradora, mejor terminada y con mucho más encanto. Si algo tiene que tener cualquier obra es la intención de conectar con sus lectores, bien sea para entretenerlos o para hacerlos pensar, y esta historia no lo consigue en ningún momento y, como dije en el primer párrafo, yo soy presa fácil de los licántropos, pero ni por esas.
El argumento es sencillo, un grupo variopinto de seres humanos que han fracasado en sus proyectos vitales acuden a la llamada del agro en busca de un futuro sin ataduras. Necesitan empezar de nuevo, lavar pecados, pérdidas y cobardías para llevar una vida que no desemboque en la más absoluta desesperación. Por eso deciden restaurar y repoblar una aldea dejada de la mano de dios en algún lugar entre Galicia y Asturias. En los primeros momentos de su convivencia todo transcurre con armonía, se dedican a trabajar para adecentar y hacer habitable una aldea desastrada a la que deciden llamar Utopía (primer cliché de los muchos que vamos a encontrar en las páginas de la novela). Pero en determinado momento todo empieza a torcerse, las tensiones se acrecientan, las enemistades se hacen patentes y los ilusionados vecinos acaban enfrentados y sin esperanza de que se pueda solucionar la situación. Su sueño de una existencia armónica cerca del bosque y lejos de su pasado se desmorona cuando un cuerpo aparece en el lecho del río cercano al poblado. Para colmo el invierno se acerca y amenaza con dejarlos aislados y sin posibilidad de escapar de lo que tiene toda la pinta de convertirse en un infierno bajo cero.
En la primera parte de la novela el ritmo y la tensión están bien medidos, asistimos a los vaivenes de las relaciones entre los personajes, vemos cómo se van formando alianzas y anticipamos traiciones. Es fácil entregarse a la labor de conocer a toda la población de Utopía, actores que, como corresponde a una historia de estas características, están construidos a base de tópicos de género, de piezas ya vistas y que han demostrado una y otra vez ser efectivas. La amenaza implícita desde la primera línea se va desplegando con pausa en este primer tramo de la historia, se nos desvelan detalles en su momento justo y queremos seguir leyendo porque, aunque intuyamos lo que va a pasar, nos han picado la curiosidad. Pero hacia la mitad de la obra se desata la locura, ya sabemos quiénes son los lobos y quiénes los corderos y el resto de la novela no es más que una persecución de aquí para allá, un ir y venir de situaciones y personajes que no parecen saber qué hacer, normal si te persigue un monstruo sanguinario, que da la sensación de ser más una huida hacia delante del narrador y que hace que la trama vaya perdiendo credibilidad. La acción se precipita, se centra en la carnicería y además, a la hora de cerrar el círculo y dar una explicación plausible, empiezan a aparecer de la nada objetos y personas sospechosamente oportunos para ayudar a los pobres corderos a no convertirse en pienso para lobos.
La sensación que queda después de leer Lycaon es la decepción y cierta confusión. Podría haber sido una historia ágil, con unos malvados carismáticos (ya que la transformación en bestias de los afectados por la licantropía tiene un punto de originalidad que la hace atractiva), con acción, mordiscos, su toque de puntito picante e incluso con algunas trazas de humor. Pero todo se disuelve, el autor no se atreve a profundizar, a dotar a sus personajes de verdaderas motivaciones, la trama hace aguas a un ritmo alarmante hasta que la barca, llena de pelos, se hunde en las aguas heladas de un final desafortunado.
Otro punto negativo es el excesivo número de errores de estilo. No me gusta incidir demasiado en este aspecto porque entiendo la dificultad que algunas editoriales independientes tienen para llevar adelante todo el proceso de edición, pero en este caso son demasiadas erratas, demasiadas incongruencias gramaticales, frases a medio construir o mal construidas, reiteraciones de palabras en un mismo párrafo… Este estilo poco cuidado acaba sacándote de la lectura y cualquiera que exija algo a la obra que tiene entre manos es probable que acabe desistiendo y pasando a otra cosa.
En definitiva, mejor esperar al estreno en pantallas de esta película novelada. Porque quizás una película admite mejor lo que Lycaon contiene: muy poca chicha para tanta bestia suelta.