Año: 2009
Editorial: Nostrum
Género: Novela corta
Valoración: Recomendable
El título que traigo hoy es 100% la esencia de Libros Prohibidos. Se trata de Wilfred y la perdición, ópera prima de Ernesto Rodríguez, uno de los nominados al Premio Guillermo de Baskerville 2015 por El salto de Trafalgar. La que hoy os traigo es su primera obra, que le valió el Premio de Narrativa Jóvenes Escritores CCM “Valentín García Yebra” 2009. En la actualidad es muy difícil de conseguir, aunque, según dicen, todavía es posible. Voy a explicaros por qué os animo a haceros con un ejemplar de lo que creo que será un futuro objeto de coleccionista.
Wilfred tiene todo lo que un ciudadano de hoy en día puede tener: familia, novia, amigos, trabajo, hipoteca, perro… Todo ello perfecto, como sacado de un anuncio de bebidas gaseadas e hiperazucaradas. Sin embargo, y en contra de lo que la televisión le había contado, esta vida modelo le tiene vacío. Tanto que incluso llega a coquetear con la idea del suicidio. Pero tirarse de un puente sería demasiado simple para alguien como él.
Pese a haberme leído anteriormente una obra de Ernesto Rodríguez, me vi sorprendido por la emboscada que le tiene tendida al lector en los primeros capítulos. Humor absurdo, ritmo alto, estructura insospechada (la narración sigue la forma de una especie de documental), bromas agazapadas en lugares inimaginables… Así se las gasta este libro y, claro, las risas están aseguradas. Más adelante, y por lógica, el ritmo decae, espaciando más en el tiempo las carcajadas, administrando el humor sin llegar a volverse aburrido. Esto es debido, entre otras cosas, a que las bromas pierden el factor sorpresa. Sin embargo, y es algo de notable mérito, el autor consigue hacer recurrentes algunos de sus chascarrillos conservando la capacidad de sacar sonrisas.
Es muy posible encontrar paralelismos entre esta novela y El salto de Trafalgar. Wilfred y Trafalgar son dos personajes muy distintos, pero se encuentran en momentos vitales parecidos; tienen dudas existenciales paralelas, sus destinos se ven igualmente manipulados por circunstancias que ellos no pueden controlar, y ambos comparten un deseo irrefrenable de cambio que les llevará a realizar cualquier locura. A partir de estas premisas, una y otra obra toman caminos distintos. Wilfred opta por una solución disparatada, como es dejarlo todo e inmolarse en favor de un ideal revolucionario que sólo él mismo comprende.
Como ya hemos comentado, la estructura es uno de los puntazos de este libro. Ernesto Rodríguez, quien nos regaló una trama totalmente rota en El salto de Trafalgar, juega aquí también con los cambios espacio-temporales, introduciendo en mitad de la acción del protagonista las opiniones de los demás personajes, como su familia, amigos, novia y compañeros de trabajo (y algún que otro agregado). Esta alocada construcción, pese a ser muy dada a la confusión, es fácilmente asumible por el lector, y aporta al autor aun más posibilidades de bromear y jugar con la narración. El control de tiempo con el único fin de conseguir las risas es absoluto. Es más, la sensación predominante es que Rodríguez maneja todas las variables de la historia con el único fin de descolocar al lector y llevarlo a la hilaridad.
Y esto es todo. Me despido con uno de mis pasajes favoritos de este libro:
“La reunión de coordinadores tuvo lugar en la octava planta de la sede central de Pengüin Administrators. A ella acudieron […] el director comercial, el director del área informática, Mónica Cuesta de Enero […], el director de comunicaciones, George Urbano […], sus subalternos Raimundo Amestoy, Timmothy Vulcano (el vaquero intergaláctico) y Wilfred, que estaba sentado justo enfrente de Mónica (la cual no paraba de guiñarle el ojo), el director de la sección de comercio internacional, y finalmente […] el presidente: un cocker spaniel que podía hablar y aseguraba ser la reencarnación de Kurt Vonnegut.”