Aunque cualquiera pueda pensar lo contrario, no es sencillo para mí hacer reseñas. Con mi ritmo de vida, obligaciones y demás, ya resulta arduo sacar un tiempo al día para leer (sin caer dormido a los cinco minutos). Sin embargo, lo intento, escribo una o dos veces al mes y, oye, no me sale tan mal. Javier, el director de esta cosa literaria llamada Libros Prohibidos, conocedor de mi situación como padre de familia-multitask, me sugirió que no siempre tenía que ceñirme a realizar reseñas, que podía escribir sobre mis autores favoritos. Me pareció buena idea y dije que sí. Obviamente, no lo había pensado con detenimiento, ya que actualmente se escriben tesis doctorales sobre las obras de los más grandes. Y Roald Dahl, mi elegido, lo es.
La primera vez que tuve conocimiento de que existía un escritor de este nombre, fue en el colegio, en clase de inglés. Nuestro nivel con la lengua de Oscar Wilde era tan bajo a los catorce años que sólo nos daban a leer cuentecitos para niños. Fue entonces cuando, dando un paso más allá con los más aventajados, la profesora (cuyo nombre se ha desvanecido en mi memoria de salmón) nos recomendó leer Boy, un relato autobiográfico que me pareció estupendo, corto, ágil y ameno. No sería una de mis lecturas favoritas, pero era divertido y mi inglés subió un par de peldaños. Me aventuré desde entonces con más lecturas en inglés, y también curioseé qué más había de este escritor galés de ascendencia noruega. No sabía lo que estaba a punto de encontrar…
Su biografía dice que nació el 13 de septiembre de 1916 en Cardiff, que extrajo petróleo en Tanzania, fue piloto de caza en la Segunda Guerra Mundial, y fue destinado a Washington como militar antes de escribir su primer libro en 1942. Comenzó con libros para adultos, llegando incluso a realizar guiones de cine (como Sólo se vive dos veces de James Bond, o Chitty Chitty Bang Bang). Pero su obra más característica, y por lo que hoy le rindo homenaje, es por su producción literaria para niños. Murió a los 74 años en Buckinghamshire, dejándonos un legado maravilloso.
Mi mujer, auténtica fan del galés, me dijo hace un par de días que yo no tenía derecho a escribir este especial sobre él, ya que sólo había leído cuatro de sus obras. Yo me defendí con la nefasta excusa de que, además, había visto un par de películas basadas en ellas. No lo intentéis con alguien inteligente, nunca funciona. Pero lo que sí es cierto, le dije, es que para hacer justicia a un autor como Dahl, es necesario escribir, no un post, sino un ensayo bien documentado. Mi falta de tiempo para casi nada me salvó. He aquí mis motivos (resumidos) para encumbrar a Dahl:
1º Fantasía al poder: la magia está siempre presente en sus cuentos, donde hay un nexo de unión con el mundo real. Ese nexo, llamemoslo Willy Wonka en Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the chocolate factory), por ejemplo, nos lleva de la mano y crea la ilusión de que la magia está presente a nuestro alrededor. Sólo hay que buscarla un poco más allá, en lugares menos comunes, pero no tan lejanos.
2º Lenguaje: si algo caracteriza a Roald Dahl es su tipo de escritura. No usa trucos ni elementos literarios. Donde puede decir una verdad y mostrarla tal y como es, lo hace. Esto no quita que el vocabulario sea excelente y extenso. Así sus lecturas son tan recomendables para niños que están aprendiendo inglés (y para adultos también). Además, Dahl, que es un bromista de cuidao, suele introducir personajes con una forma de hablar disparatada, como en El gran gigante bonachón (The BFG).
3º Esta forma de expresarse que le lleva a decir siempre las cosas por su nombre, claras, concisas, reales, es también genial para los más pequeños. Me explico. Roald Dahl no cae en el típico error de muchos cuentos de tratar a los niños como idiotas. Les trata como seres tiernos, sí, pero también como a merecedores de conocer la realidad tal y como es. A veces buena, a veces mala. A veces agradable, a veces desagradable. Son muchos los ejemplos en sus libros, destacanado tal vez Las brujas (The witches), donde no se corta a la hora de describir ciertas desgracias…
4º Valores: no podía faltar en un narrador infantil que se precie. Los valores que mueven a sus protagonistas, no son sólo correctos, sino que muestra por qué lo son. También aparecen otros personajes detestables que, como libros para niños que son, coinciden con los malos. Esta característica está siempre presente, destacando muy especialmente Matilda.
5º Aprendizaje: supongo que va implícito en lo que ya llevo dicho, pero es en realidad algo tan importante que no quiero cerrar el post sin mencionarlo. Con los libros de Roald Dahl, los pequeños lectores aprenden. Al igual que la realidad toca la fantasía, la propia fantasía vuelve a convertirse en realidad y regresa con alguna enseñanza. De nuevo, los ejemplos sobran, pudiendo mencionar aquí a James y el melocotón gigante (James and the Giant Peach). No me quería olvidar por nada en el mundo de las ilustraciones de Quentin Blake, que acompañan casi todas sus obras. Sin sus, a veces torpes, pero siempre divertidos dibujos entrometiéndose entre los párrafos, sería muy difícil reconocer muchas de las historias.
En resumen, un autor que debería ser imprescindible en aquellos hogares donde hay niños, de entre 0 y 99 años. Recomiendo encarecidamente leer sus obras en el idioma original, debido a que así conservan su pureza. Es lo que yo hago con mis hijas, encantado de ver cómo éstas superan el nivel de inglés de su babeante papá.