Título completo: Hiddensee. El cuento del Cascanueces que fue y será
Título original: Hiddensee
Idioma original: Inglés
Traducción: Carla Bataller Estruch
Año: 2017
Editorial: Alethé
Género: Novela (Fantasía)
Que no te cuenten cuentos…
…si no están bien contados, si no guardan dentro el germen del terror atávico y de lo cierto, si no prescinden de esas moralejas demasiado evidentes que alimentan una educación laxa, fofa y aferrada a la realidad; incapaz de cumplir una de sus principales funciones: hacerte libre. Empiezo exigente esta reseña, pero es que cuando este libro cayó en mis manos no pude evitar que se dispararan algunas ideas previas sobre lo que es y no es un cuento. Y cuando leí el título completo, El cuento del Cascanueces que fue y será, dije: «ya veremos, ya veremos…». Pero, como ocurre casi siempre, los prejuicios los carga el diablo y después de leer Hiddensee quedé bastante satisfecho porque no es nada ñoña ni adaptada para todos los públicos; tiene ese componente de maldad y de cinismo que poseen los viejos cuentos cruentos y que inconscientemente uno exige a cualquier historia que se precie de serlo.
Érase una vez un niño que vivía en una cabaña en las profundidades del bosque con una anciana y una anciano como única compañía.
Está claro que en Libros Prohibidos vivimos del cuento y de otras expresiones literarias, pero este libro que hoy reseño, es quizás lo más cercano a eso que recibíamos cuando de críos decíamos «porfa, porfa, cuéntame un cuento». Mucho más entretenido que una descafeinada Caperucita o un hastiado Pulgarcito.
Pero qué es Hiddensee. Podríamos decir que es una especie narración de viajes con un toque perverso, una historia de elección de caminos, de azares y quehaceres a lo largo de una vida, la de Dirk, el protagonista, que linda siempre con lo fantástico y grotesco. Asistimos a un trayecto desde la ignorancia a la sabiduría (o el envilecimiento, en algunos pasajes); una vía de crecimiento personal alejada de las técnicas de autoayuda que hoy campan a sus anchas por nuestro descreído mundo. También vemos crecer a Dirk, asistimos a su maduración y al desarrollo de su particular forma de estar en el mundo, siempre con un punto de inocencia y algo de carácter descreído e independiente. Podemos considerar esta narración como una continua alegoría en varios planos. Es algo más que un cuento cruel, pero no podemos sustraernos en ningún momento a su carácter de historia para pervertir, para ser contada en la cama o a la lumbre. Este cuento está construido para la oralidad y no para la moralidad. Al inicio de la historia encontramos algunos arquetipos reconocibles: el profundo y proceloso bosque que amenaza con tragarse la vida de los que lo frecuentan o el tono de la voz narrativa entre irónico y amenazante, sin la complacencia de los cuentos pasados por agua tibia, todo sadismo y sentimiento descarnado. Un cuento hecho y derechamente enconado y torcido, que se inicia con una promesa de escalofrío y extrañeza; concebido para el niño que aún quiere asustarse con la podredumbre que aguarda a la vuelta de la esquina.
Mezcla, parchea, cose retales. Pero que no se noten las costuras
Encontramos en Hiddensee una reivindicación de lo pagano, de lo ancestral detrás de las leyendas, de la sangre tras la historia de oropel. Hay un personaje, Felix, que cumple la función de catalizador de ese doble fondo, que nos enseña las puertas del lado perverso siempre que aparece en escena. Este libro es una mezcla de edades y de mitos, una olla a fuego lento donde se cuecen formas de contar de varias épocas y tradiciones. La globalización no empezó ayer, la igualación quizás sí, y esta obra va en contra de ese ser estereotipado y posmoderno. Quiere raíces y verdades, pero también sencillez de contar lo que el ser humano puede tocar o tocó con sus manos.
Hay mucha filosofía, casi siempre encapsulada en breves píldoras de conocimiento, a lo largo de la narración. También un gusto refinado por el lenguaje que va más allá de lo denotativo, que linda con la metáfora y, en ocasiones, se transforma en poesía en prosa. Tranquilo todo el mundo, no encontraréis a Alessandro Baricco aquí, ni nada que se aleje demasiado del gusto por darle la vuelta al cuento. Hay dobles sentidos, dobles fondos, pero no caminos enrevesados.
Como leéis, una mina de oro llena de otras especias esta novela que edita, con una pulcritud y cuidado sumamente agradable a las yemas de los dedos y las circunvoluciones, Alethé. Por lo que nos cuentan, parece ser que el autor, el más que conocido Gregory Maguire, es aficionado a pergeñar estos potajes sabrosísimos a base de narraciones tradicionales como dejó demostrado en algunas de sus obras anteriores.
En cuanto a la estructura de Hiddensee, comprobamos como los capítulos son breves, esto sirve de contrapunto a una prosa estilizada y que por momentos gana en densidad y capacidad evocadora. Se genera así un curioso equilibrio entre el ritmo ágil y saltarín (sobre todo en la primera parte del libro) que aportan estos escuetos apartados y el contenido que se despliega en varios planos y profundidades.
Como se ha dicho, la prosa de Maguire es habilidosa y se integra a la perfección en la obra. Planta pequeñas semillas poéticas (como en los finales, contemplativos, de muchos capítulos) que se desprenden con naturalidad de un estilo que, sin ser enrevesado, ayuda a sustentar todo el armazón fantástico de una ambientación imaginativa pero apegada a lo terreno.
Cuando uno crece se olvida del bosque
La historia que cuenta Hiddensee abarca el lapso temporal de toda una vida. Vemos a Dirk crecer, salir de ese bosque ominoso para hacerse hombre y poco a poco aplacar su afán de conocer mundo y de saborearlo. Es a partir del intermezzo y ya sobre todo en la tercera parte de la obra cuando saltamos adelante en la vida del protagonista y lo encontramos viviendo aventuras, que no se cuentan en profundidad, de las que emerge un Dirk curtido después de correrías orientales, amoríos neblinosos y barrabasadas por medio mundo. El autor nos lo entrega entonces y lo sitúa en un Munich prosaico, un poco vencido por la vida y habiendo dejado atrás la vitalidad de sus días en Meersbug (donde sucede buena parte del primer tramo de la historia) y las tentaciones del Mefistófeles Félix con el que también se reencuentra, ahora en otras circunstancias.
En esta nueva tesitura la narración va perdiendo fantasía para ganar en peso y tristeza. De nuevo tenemos aquí la alegoría de la evolución vital reflejada en la propia carga imaginativa del cuento. Se nos quiere hacer ver como Dirk ha perdido su vitalidad y la inocencia asociada a la niñez. Comprobamos como lo que le va sucediendo es cada vez más prosaico, todo se convierte en tedioso, el tono va virando hacia la resignación de un hombre adulto que ya no espera nada de los años que le restan por vivir. Y, no obstante, el narrador no renuncia del todo a la maravilla, en el fondo del corazón del protagonista sigue existiendo ese afán de entender lo real desde lo fantástico. Es ahora el momento de entregar el entusiasmo a la siguiente generación y vemos a un Dirk que cuida de sus ahijados y les va transmitiendo los saberes y la actitud receptiva hacia la fantasía que un día lo sacaron de su ominoso porvenir.
En definitiva, esta historia fusiona el cuento del Cascanueces con muchas tradiciones y narraciones centroeuropeas en su mayoría, pero no en exclusiva. Su imaginación, siempre a punto de desbordarse, es sorprendente y limita con lo abusivo, sobre todo en la primera mitad de la obra. Consigue el autor una meritoria tensión fruto del choque entre el plano de lo real y lo fantástico. También aporta matices al tono la maldición que parece arrastrar el protagonista a sus espaldas y que lo acompaña hasta el fin de sus días.
Es de esa connivencia con lo mistérico de lo que se alimenta Hiddensee. También del despiece y posterior montaje personalísimo de referencias culturales reinterpretadas. Un libro que se disfruta porque ofrece momentos de complicidad y arabescos lingüísticos. Que se lee como si nos contáramos a nosotros mismos un cuento para permanecer despiertos, para avivar la llama de la fantasía que como adultos hemos podido perder. El cuento es de Maguire y lo cuenta como le da la gana. Esta actitud despreocupada le sienta muy bien a este cascanueces revisitado.
La nieve caía sobre los tilos, sobre Pan y Pitia, o Baco y Atenea, o el gnomo y la diosa, fueran quienes fueran, del cielo o del infierno. Tras el aritmético jardín, el bosque oscuro se aproximaba como un ejército que se dispusiera a rodear la casa de noche, a la espera de que apagaran las luces.
La obra puede ser leída en varios niveles de significación y eso la hace rica y retadora. Consigue que entremos y salgamos de ella con facilidad y con gusto, que releamos pasajes para extraerles el jugo o que corramos por otros porque son livianos y agradables. Ofrece una alegría que no sabemos descifrar del todo, la posibilidad de admirar la pericia del autor en esos párrafos en los que la poesía brota y, también, un disfrute sencillo, infantil, de esta historia que es un cuento amasado que se convierte en el mejor cuento que jamás nadie haya destruido para regalárnoslo.
Elegid con sabiduría los caminos y no os preocupéis en exceso, ninguno termina por salir del bosque.