VVAA: No son molinos

Portada No son molinos. Libros Prohibidos

Título completo: No son molinos. Una antología de cachava y boina
Año: 2018
Editorial: Cerbero
Coordinación: Editorial Cerbero
Género: Antología de relatos (fantasía, ciencia ficción)

Que son gigantes, Sancho, que no son molinos…

No es ningún secreto el auge de la literatura de género patria. Aunque nunca ha estado, en realidad, de capa caída, vivimos en una época de reivindicación de aquellas minorías (entiéndase como concepto cualitativo y no cuantitativo) desprestigiadas que ha terminado por salpicar a la literatura escrita en español y de carácter plenamente español. Editoriales como Cerbero han sido claves en este renacimiento, con obras como este No son molinos, antología que se convocó este año y que reúne veinte relatos de cortes muy distintos pero que tienen en común la ambientación e incluso unas formas similares. Si queréis saber más, seguid conmigo. Hoy nos vamos pa’ lo agreste.

Más adelante os hablaré de algunos relatos en concreto, pero prefiero centrarme en las virtudes de la obra en general, que me ha parecido muy interesante en muchos de los palos que toca. Empiezo por el prólogo de Juanma Santiago, que me ha parecido uno de los puntos fuertes de la antología. Tal vez se haga un poco duro para el lector que quiere entrar en materia ya, pero el recorrido que hace por la historia del género es magistral, y plantea algunas propuestas y reivindicaciones de interés que, desde una perspectiva teórica, me resultan imprescindibles. Creo que aúna bien el espíritu de No son molinos y le da una autoridad necesaria: recuperar el género, darle cuerpo, revestirlo de una determinada fuerza para que pueda salir volando solo, con la cantidad justa de apoyo. Al mismo tiempo, se reclama (y en los relatos se obtiene) diversidad, cambio, ruptura de la tradición. Si pasasteis de largo por el prólogo, volved a él, pues merece la pena.

«Por favor», pensó Sara, apretándose el puño contra la boca y mordiéndose los nudillos. «Por favor, que no tenga que buscar más. Que una sola persona no quiera una de estas chabolas y me la venda. Que pueda empezar ya a montar la casa rural».

Entremos de fondo en los relatos, pues. ¿Qué vamos a encontrar aquí? De todo: hombres lobo, encantás, rupturas espacio-temporales de órdago, seres fantasmales, robots, mutaciones, brujería. Muchos monstruos o cosas por el estilo de monstruos. Pero también: bares, pueblos, tenderas, artículos de El País Semanal, mercadillos, pastoras, praos. Así, No son molinos se erige como una inteligente recopilación de temas y seres vinculados al fantástico español conjuntados con una determinada estética, una forma familiar: una combinación perfecta. Tal y como os contaba en la crítica de Ojos verdes, negra sombra, esto es un lujo: parece que a veces nos olvidamos de que el género patrio también tiene (o debería tener) un peso importante, pero obras como esta nos lo recuerdan, dando cuenta de los distintos registros y, como ya os dije, de la diversidad que abarca y de la ambición que cada una de las narraciones conlleva.

Cuando lo folclórico encuentra una forma

Porque si hay algo que caracteriza a No son molinos es precisamente esta amplitud de miras. Los veinte relatos comparten raíces, pero por lo demás, difieren: las semejanzas momentáneas no eliminan el hecho de que se trata de cuentos muy diversos tanto en formas como en fondos. Ya os avancé algunos de los temas que se tocan aquí, pero adentrarse en la lectura de la antología es entrar en un mundo diferente aunque cercano, lleno de elementos originales y sorprendentes, a veces un poco terroríficos, pero las más más volcados hacia una cierta melancolía. En cuanto a las formas, sorprende la calidad unitaria de la escritura general. Siempre hay cuentos que gustan más o menos, pero los veinte cuentos son creaciones inteligentes, reposadas y de agradable lectura. Me resultó curioso que la mayoría de textos fuesen de género fantástico, siendo pocos los que yo catalogaría de ciencia ficción, pero la única fantasía que se aleja de la que yo estoy acostumbrada a leer es la de «El viento» (Raúl Gonzálvez del Águila), y así y todo me resultó un relato de lo más satisfactorio. Podríamos decir, como apunto en el título, que los relatos son el resultado de los elementos populares propios del folclore (¡aunque hay más cosas!) encontrando una buena forma narrativa y revistiéndose así de calidad literaria.

—Atiende, que te vas a quedar blanca como el enjabielgue. —Dori agarró a Jacinto de la gobanilla para hacer que la mirara a los ojos—. Me cago en mi estampa, Jacinta, que visto un fantasma.
—No me vengas con falaguerías, mala bicha. Los difuntos no son asunto de pijotás.
—¡Te digo la verdad! Que me de un malaire agora mesmo si me lo he inventao.

Supongo que estaréis deseando saber cuáles fueron mis relatos predilectos. No me hago más de rogar. Lo cierto es que, como he comentado antes, la antología, tal y como está, cumple ese objetivo de perspectiva totalizadora, muy completa, con gran diversidad de voces diferentes. Sin embargo, ha habido textos que me han gustado tantísimo que pareciera que los hubieran escrito para mí. «Temblores» (Cristina Jurado), una suerte de reportaje que mezcla el tono divertido con el melancólico, se trata de un texto ingenioso, interesante y muy representativo de lo que vendrá a continuación. «Quién, cuando yo grite, me escuchará» (del ganador del Premio Guillermo de Baskerville 2017Daniel Pérez Navarro) utiliza una forma completamente distinta y es uno de los textos más diferentes de la antología, con una tensión narrativa gestionada a la perfección y una atmósfera cerrada y angustiosa. «El Ovillo» (Alicia Pérez Gil), el tétrico relato de una mujer embarazada en una casa que no es lo que parece. «Deli Bal» (Raquel Froilán), una extrañísima y delirante historia sobre las abejas y lo que esconden los enigmáticos ermitaños de los pueblos. «Lemmings» (Nieves Mories), una bella y amarga relectura de un cuento ya conocido que me ha convencido al 100%. También está «Anomalía gallinácea. Auge y caída de los transpollos» (Daniel Almodóvar), una historia divertida escrita a modo de reportaje en la que se nos presenta una nueva raza de ¿supergallinas? y las consecuencias (o no) que tienen en la sociedad española.

Pero si tengo que elegir tres favoritos, lo tengo claro: por su fantástica atmósfera de onirismo narrada desde una perspectiva lírica pero recogida, «Una casa en el barro» (Haizea M. Zubieta). Por su atractiva, grotesca, desconcertante, seductora voz narrativa, «50% algodón 50% poliéster» (Adolfina García). Y, sin ir más lejos, por ser uno de los cuentos más hermosos que he leído nunca, el relato que cierra la antología, «La encantá del barranco» (Enerio Dima). Son obras muy distintas entre sí, pero que recogen en su haber la esencia de la cachava y boina y que lograron conquistarme desde sus primeras páginas. En España, queridas lectoras, hay talento para aburrir, y No son molinos es la muestra perfecta de ello.

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