¿Qué es hopepunk?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila negra.
¿Qué es hopepunk? ¿Y tú me lo preguntas?
Hopepunk… puedes ser tú.
Lo que no es hopepunk
El hopepunk ha tenido un problema clave (entre otros) desde que A. Rowland acuñara el término en 2017: no había una definición exacta del mismo. La ciencia ficción tampoco la tiene. «Desde los comienzos del género nadie se ha puesto de acuerdo en qué es y qué no es ciencia ficción» (L. Robles en En regiones extrañas); sin embargo, como indica F. A. Moreno en «La ficción prospectiva: propuesta para una delimitación del género de la ciencia ficción», «a nadie parece extrañarle».
En estos tiempos que corren hay unas exigencias que no se aplican a todo el mundo. Movimientos como el feminismo tienen que justificarse continuamente, mientras que la tradición no necesita más que unas pocas palabras para tener razón (obviando el sistema que lo sustenta, claro). De este modo, quienes se han visto en la obligación de contestar a ¿qué es el hopepunk? lo han ido redefiniendo, cayendo, en ocasiones, en contradicciones que no han ayudado ni a convencer a las personas más escépticas ni a aclarárselo a quienes muestran interés.
Parece cosa de brujería, pienso a veces. Con ello me viene a la cabeza el planeamiento que hace K. Howe en El libro de las brujas al hablar de la brujería en la Biblia, donde se define «como una práctica negativa (lo que no hacemos)». Así pues, empecemos hablando de lo que no es el hopepunk; quizá consigamos llegar a un mejor entendimiento.
El hopepunk no es un subgénero literario
«…sin entrar en el problema previo de cuál es la definición más adecuada para el concepto citado, entenderé el género como un conjunto de obras literarias que tienen en común determinadas características en la forma y en el contenido». En regiones extrañas (Palabaristas, 2016).
Creo entender que, con la forma, Robles se refiere a una distinción entre narrativa, lírica y dramaturgia, mientras que, con el contenido, a lo largo del ensayo hace alusión al campo de los personajes, su naturaleza o al tiempo o lugar donde se desarrolla la acción. En ese sentido, el hopepunk no puede definirse como tal, dado que no es relevante la forma y solo afecta al contenido en cuanto al mensaje: transmitir optimismo y afán de superación.
Otros punks sí que definen un tiempo o una ambientación: steampunk, cyberpunk, dieselpunk, greenpunk, solarpunk… Pero no el hopepunk. Este está dirigido en exclusiva a la psique de los personajes, sobre todo de los protagonistas. Pueden ser más blancos o grises, pero siempre tratarán de encontrar la mejor solución (para todos, en general, no solo para sí mismos).
«Hace 10 años esgrimía que nada podía detener la oleada de malas elecciones que efectuamos, que siempre nos encontraremos en situaciones en las que todas las opciones son malas. Así que, si solo tenemos malas opciones, todos somos malos. Pero he descubierto que esta forma de pensar envenenaba mi visión del mundo. Nunca hay dos opciones malas. Hay múltiples posibilidades. […] Estas son el tipo de elecciones sobre las que quiero escribir más: las opciones intermedias, más allá de las que nos dan». K. Hurley en «The Future Is Intrinsically Hopeful».
Podríamos decir entonces que el hopepunk está más ligado al tono de la historia, independientemente del género de esta, del mismo modo que podría estarlo el feminismo. Puede ser fantasía, distopía, space opera, ucronía, fantasía oscura o mitológica. La intención es irradiar esperanza, resaltar la capacidad del ser humano para hacer cosas buenas.
El hopepunk es más que feelgood
Dicho así, podríamos pensar que todo se soluciona con casas de gominola y calles de piruleta. Y sería una posibilidad. De hecho, obras como El largo viaje a un pequeño planeta iracundo (Insólita, 2018) se han calificado como hopepunk y no veo razón para oponerme: muestra una visión optimista de los personajes, a pesar de las circunstancias, y manda un mensaje esperanzador.
Sin embargo, ese mensaje es más efectivo cuando el mundo que lo rodea es mucho más oscuro y amenazador. Al fin y al cabo, las estrellas no dejan de estar en el cielo, aunque por la noche las veamos mejor. Es en este contexto donde el hopepunk es más relevante.
«…el hopepunk intenta resaltar la parte amable del ser humano, ver el vaso medio lleno, mostrar una versión zen con la que observar las desgracias. Y es por ello que se puede escribir hopepunk en contextos muy oscuros, e incluso en distopías como paisaje de fondo, porque en ellas será donde más resalte esa manera de contemplar el mundo». N. Delgado en «Juicio al HopePunk: ni utopía ni distopía»
Podemos encontrar también opiniones más restringidas, como la que da L. Morán en el mismo artículo: «La raíz del hopepunk es que este debe darse, necesariamente, en una situación de crudeza y desesperanza». Aquí cabría preguntarnos cuán cerrada queremos hacer la definición, y si quienes califican la novela de Chambers como hopepunk se equivocan o el término debería ser más flexible. En definitiva, si el uso hace al término o el término determina el uso. No seré yo quien llame a la RAE para averiguarlo.
Quizá sea clave en esta cuestión un matiz que apunta A. Mairon: «… no significa que el hopepunk verse sobre mundos luminosos o maniqueos donde la pureza moral impera entre los personajes. […] Por lo tanto, el hopepunk no se caracteriza tanto por mundos justos o idealizados como por el peso de la perseverancia y la esperanza como medios para escapar de sociedades y situaciones injustas». El universo que imagina Chambers no es, ni mucho menos, utópico: la especie humana ha destruido prácticamente su planeta, hay otras especies en guerra o en vías de extinción, están mal vistas ciertos tipos de relaciones, hay creencias religiosas fuertemente arraigadas que ponen vidas en peligro. Es cierto que la atmósfera no es cruenta ni desagradable como podríamos encontrar en otras obras, pero los problemas existen, los protagonistas deben enfrentarse a ellos y buscar soluciones (algunas de las cuales pueden ser bastante cuestionables). Eso no quita que en obras como Las estrellas son Legión (Runas, 2017) la esperanza deba ser mucho más fuerte para hacerse paso entre la marea.
El hopepunk no es nuevo
El hopepunk como palabra es algo novedoso, pero no así el concepto que se esconde detrás. Es decir, hay obras anteriores a su creación que se pueden considerar como tales. Suele ser la lógica tras las etiquetas: englobar algo que ya existía pero que, al no tener un nombre, estaba disperso. Aunque siempre hay excepciones, como el caso del greenpunk, acuñado por el publicista Matt Stagg.
El hopepunk pretende reivindicar una manera de afrontar las historias, y para eso había que darle un nombre.
«Es una corriente literaria que lleva generaciones con nosotros pero que carecía de nombre y que, por tanto, no podía ser reivindicada como tal». L. Morán en «Juicio al HopePunk: ni utopía ni distopía»
Mucha gente cuestiona que se utilice una etiqueta de marketing para renombrar obras que ya existían, y me parece lícito. «¿Qué podía aportar el hopepunk, si es que realmente existía, cuando ya hay desde hace décadas una fantasía optimista en la que todo acaba bien?», se preguntaba M. J. Ceruti hace unos meses. «Las personas que criticaban la creación del hopepunk identificaban la famosa lucha entre el Bien y el Mal, en la que el Bien invariablemente gana, de la fantasía tradicional, con el optimismo. Y es optimismo, por supuesto; cualquier mensaje que nos diga que al final Todo Saldrá Bien es optimista. […] Lo que hace el hopepunk, en su búsqueda de optimismo, no es regresar a los valores tradicionales de la fantasía clásica («todo se arreglará si las cosas vuelven a la normalidad»), sino crear otros nuevos».
¿Se puede declarar entonces que obras como El señor de los anillos o El cuento de la criada son hopepunk? ¿Deberíamos guardarnos esta etiqueta para obras nacidas en el s. XXI? El problema que deriva de esta pregunta no es pequeño, pues obliga a entrar en un planteamiento ético-filosófico de lo que es el Bien y el Mal. He citado antes a Hurley diciendo que prefería investigar entre la multiplicidad de opciones intermedias que quedarse con las malas. Aunque nos cueste comunicarlo, no es difícil dilucidar cuándo una solución es buena o mala, ¿pero qué ocurre con los grises? ¿Qué ocurre cuando una medida es todo lo buena que puede ser, pero no es totalmente buena? Son cuestiones que, por ejemplo, la ciencia ficción trata con asiduidad. Algo así ocurre en el «Cuento absurdo» de Ángeles Vicente (Distópicas, 2018): ¿se puede construir una utopía a raíz de un genocidio? En este relato la esperanza se construye para destruirse de nuevo, pero en los otros dos ejemplos también existe un optimismo a medias. (Llegados a este punto, me voy a permitir hacer unos cuantos spoilers). En El señor de los anillos el Bien vence, pero la magia se va de la Tierra Media; en El cuento de la criada la protagonista opone resistencia y lucha, pero desconocemos cuál es su final, a pesar de que tiempo después sabemos que la distopía llegó a su fin.
Creo que aquí debería entrar otro factor que no se ha tenido en cuenta a la hora de definir las obras que entrarían en esta corriente: la intención. Para mí queda muy claro que la esperanza de Sam Gamyi es la que hace llegar a los hobbits al Monte del Destino, al igual que el resto de la Comunidad del Anillo lucha con la esperanza de que el Anillo sea destruido. Sin embargo, no estoy tan convencida que el caso de Defred sea ni remotamente similar (me refiero al libro, no a la serie): en ningún momento me transmitió esperanza, por mucho que el personaje demuestre una gran fortaleza en el contexto en el que se encuentra. Más bien me pareció que a la gente buena le pueden pasar cosas malas (y muy malas) y que la revolución tiene altos costes, algo muy similar a lo que encontramos, por ejemplo, en Los juegos del hambre, solo que en esta última se da un paso más: se ve el triunfo de la revolución.
Estamos en el mismo punto que hace unos párrafos, dilucidando si es tan necesaria una definición exacta del hopepunk o si deberíamos dejar que sean las obras las que lo definan. A mi modo de verlo, tener una posición rígida al respecto puede traer más contradicciones que si lo consideramos un conjunto difuso, como ocurre con los géneros literarios, aunque los límites estén abocados a una discusión eterna.
Necesitamos el hopepunk (y también el grimdark)
He querido dejar lo gordo y más espinoso para el final. Rowland también definió el hopepunk como contraposición al grimdark. Pero ¿qué es el grimdark? Me gusta la definición que hacen en Fantaciencia: «son aquellas historias en las que parece que Vamos A Morir Todos» o también la de M. J. Ceruti: «es literatura pesimista, violenta y oscura, protagonizada por antihéroes de moral ambigua con Pasados Terribles y Presentes Aún Más Terribles. En el grimdark, los personajes con los que hemos creado lazos de empatía mueren, los combates, torturas y heridas se describen con detalle, y los finales son amargos o agridulces». El grimdark es desalentador, oscuro, nihilista, cínico. Aunque mayoritariamente lo vemos en la fantasía, esta corriente también puede verse en la ciencia ficción.
Lo curioso del grimdark es que surgió «como reacción a una fantasía clásica mayoritariamente positiva, con finales felices y protagonistas impecables», añade Ceruti. ¿Entonces hemos vuelto hacia atrás como reacción a una sobredosis de pesimismo? No estoy muy de acuerdo con eso de volver atrás en estas circunstancias, ya que los ciclos funcionan así, tanto en la literatura como en la sociedad. Las crisis se combinan con periodos de estabilidad, aunque algunas sean más profundas y prolongadas que otras. Me parece natural, por tanto, que tras un periodo en que la distopía ha sido la gran protagonista y la fantasía ha tirado del gris hasta llegar prácticamente al negro, se pretenda reivindicar la necesidad de historias que inviten a luchar, a tener esperanza en el ser humano y que un futuro mejor es posible.
«Ya no creo que afirmar que no hay héroes y que la humanidad se puede reducir a sus peores impulsos sea una idea radical. Insistir en que nos haremos pedazos unos a otros no es emocionante ni provocador. […] La humanidad no ha sobrevivido todo este tiempo gracias a sus peores impulsos. Lo ha hecho porque, a pesar de ello, hemos aprendido a trabajar juntos. El desaliento y el nihilismo aburren. No es así como se crea el futuro. Significa rechazar la idea de construir un futuro juntos». K. Hurley en «The Future Is Intrinsically Hopeful»
Autores que escribieron grimdark ahora creen que el hopepunk (aunque no lo llamen así) es lo radical, y tampoco están faltos de razón. Defender que la ternura, la compasión o el amor son valores positivos y reales (tanto como la crueldad, el egoísmo y la avaricia) hoy en día es revolucionario. «El desasosiego, la incertidumbre, la inestabilidad de la última década invitan a la desesperanza, a la proyección de futuros nefastos. […] en contraposición, los futuros utópicos nos resultan naíf, superficiales», escribe Esteban Bentancour en el prólogo de Actos de F. E. (Cerbero 2019). Reivindicar que el optimismo también es algo intrínseco en el ser humano choca frente a la desesperanza generalizada. Tanto que cuando L. Morán publicó la traducción del artículo de Rowland le llovieron insultos, y a varias personas más, tachándolas de infantiles o estúpidas (como mínimo). Unas, por el aparente rechazo al grimdark, y otras, por el uso del término -punk. Bueno, si entendemos el hopepunk como una corriente radical en el momento en que nos encontramos, no es un sufijo descabellado, por mucho que esté cerca de perder su valor por abusar del término. Pero eso entra en otra discusión.
Creo que contraponer el hopepunk al grimdark tuvo un efecto inesperado, debido a la suposición de que se estaba desestimando el segundo como corriente válida en favor del primero. Nada más lejos de la realidad. Como toda etiqueta, el hopepunk permite al lector encontrar un contenido concreto (un mensaje en este caso). Lo siento mucho, no siempre se tiene estómago para leer sobre desmembramientos y gente asesinando en su beneficio. Eso no tiene nada que ver con ser insulso o escapista (me parece que utilizar infantil en este sentido es más que prejuicioso). Y no quita que puedan seguir existiendo obras más oscuras y pesimistas, porque también tienen su público (y muchas veces lo comparten, los lectores no tienen por qué adscribirse a géneros o corrientes concretos).
De hecho, concuerdo con A. Mairon en que ambas corrientes «persiguen el mismo objetivo desde distintos enfoques. Me explico: mientras en el grimdark se critica el mundo y sus miserias a través de representar la victoria de la desesperación cuando las gentes se niegan a luchar por la esperanza, en el hopepunk se muestra esa lucha contra lo que es injusto como un medio de que prevalezca todo aquello que hace bueno al ser humano. Por lo tanto, considero ambos géneros igual de buenos para un lector de fantasía».
La indefinición del hopepunk
Tras esta disertación, creo que sigo bastante lejos de haber definido de forma concisa el hopepunk, pero de lo que sí estoy segura es de que no lo necesita. No al menos con esa concreción que se le exige. Lo mejor es que, dado el poco tiempo que lleva la palabra en circulación, se deje a los lectores apropiarse del concepto, que este fluya y se generen debates sanos y argumentados sobre qué obras pueden o no englobarse en esta corriente. Quién sabe si dentro de diez años el hopepunk seguirá en nuestras bocas y se habrá asentado lo suficiente como para perfilarlo mucho mejor o habrá desaparecido como una moda pasajera. Lo que está claro es que hay un libro para cada momento y lector, y estos tienen el derecho a consumir una historia crítica con la salsa que más les guste: la preñada de pesimismo o la aderezada con esperanza.
¿Tú cuál prefieres?