Año: 1976
Editorial: Alianza
Género: Cuento
Valoración: Así sí.
Creo que llego a tiempo, sí: no quería que se acabase el 2014, año en el que se cumplen cien años del nacimiento del, en mi modesta opinión, uno de los más grandes de la literatura universal. Hablamos del franco-argentino, Julio Cortázar. Hace unos meses, coincidiendo con el cumpleaños del autor, publicamos una reseña sobre Historias de cronopios y de famas, la que es posible que sea mi obra favorita de él. Pero con los escritos de Cortázar no pasa nada: siempre se tiene la sensación de estar escogiendo su mejor libro.
Ritos, la obra que traigo hoy, es un recopilatorio de cuentos que el propio Cortázar hizo unos años antes de su muerte. Esto viene a significar que con esta reseña voy a hacer una retrospectiva de parte del trabajo del autor durante toda su carrera. Bueno, mejor dicho, lo voy a intentar. Tanto en Ritos, como en Juegos, Pasajes, y Ahí y ahora, los cuentos están ordenados siguiendo criterios de afinidad. Sea como fuere, vamos a meternos en faena con este tomo maravilloso.
¿Y qué se puede decir de un libro de Cortázar? ¿Voy a hablar otra vez de dominio del lenguaje? No, porque sería quedarse corto, mucho. Con este autor hay que hablar de creación, de nuevas formas, en otras palabras: de evolución. El lenguaje utilizado por el lector es uno, y cuando lee a Cortázar siente cómo se va transformando, creando nuevas posibilidades hasta el momento insospechadas. Es una cualidad sólo al alcance de unos cuantos elegidos.
¿Hablaré de imaginación? ¿En serio? Pues no, porque Cortázar no desarrolla ideas especiales, simplemente hace algo cotidiano de lo imposible. Pone en duda la propia realidad y juega en todo momento con la complicidad del lector. Yo supongo que él se divertiría sobremanera escribiendo esto, más allá de las posibles consecuencias que pudieran tener sus relatos en las febriles mentes de las generaciones posteriores.
¿Relataré mi asombro por el que creo que es de los sentidos del humor más finos que he encontrado? ¿O tal vez divagaré sobre inagotables mensajes ocultos entre líneas, que de insondables parecen llevarnos siempre al mismo lugar? ¿Y qué tal si os hablo de sorpresa, de emoción, de tener la sensación de ser manejados por un, en este caso, buen titiritero que nos gobierna a su antojo? No creo que pueda llegar a expresarlo correctamente con palabras. Mejor no.
¿Y si me propusiera hablar de los cuentos por separado? Pues resultaría fútil, ya que es tan grande la complejidad, que cada uno de ellos se merecería su reseña propia. Y no dispongo ni del espacio ni del tiempo. Podría pasarme horas disertando sobre el significado oculto de los conejitos mágicos en Carta a una señorita en París, o contando la sordidez de lo inevitable en Siestas, o tal vez explicando por qué creo que Cortázar deja atrás, con todos mis respetos, al mismísimo Kafka en Axolotl.
Creo que no. Desisto. Voy a dejar de lado la descabellada idea de reseñar lo imposible, de etiquetar lo inclasificable, y me voy a dedicar a ultimar los preparativos de la cena de Nochevieja.