Hace un par de días, realizando esa desagradecida pero necesaria tarea doméstica de pasar el polvo, tropecé con este libro que ya tenía olvidado. Lo dejé sobre la mesita de noche para releerlo (habían pasado lustros desde que lo hice por primera vez) en algún momento propicio. Ese momento ha sido esta tarde, hace más o menos una hora inexactamente. Y ahora estoy aquí reseñándolo.
Me gusta mucho Süskind, como le debe de gustar a la amplia mayoría de los que, como yo, han tenido la suerte de saborear su gran éxito El perfume. Debo reconocer que no he leído nada más de él, pero es de esos autores que nunca voy a rechazar si se presenta la ocasión.
Este cuentecillo no es más que una historia corta, o ni siquiera eso. Es más bien una entradilla a una historia más larga, una novela aún por escribir, por ejemplo. Está narrado en primera persona por su protagonista, en un monólogo donde cuenta su relación con el instrumento que toca en una orquesta: el contrabajo. Durante las escasas noventa y pico páginas del texto, el protagonista le habla a un interlocutor que no dice ni mu en todo el rato. Va saltando de tema a tema sin orden, casi anárquicamente y a andanadas, con el contrabajo como epicentro de todo, como causa y efecto de cada una de las cosas que ocurren en su vida.
En una ocasión, un amigo melómano me comentó del bajo que un grupo sin él sería como un apartamento sin frigorífico, que nadie lo nota cuando está, pero que si falta puede ser muy malo, casi catastrófico. Süskind, en un notable ejercicio de estilo, empieza contándonos esto mismo que me dijo mi amigo. Pero mediante va avanzando el cuento (y al protagonista se le va calentando el pico con tanto sorbo de cerveza), comienzan a aparecer sentimientos más fuertes, aferrados tenazmente a los rincones más profundos de su personalidad.
Dije antes que El contrabajo me parecía una entradilla para una historia más larga, y definitivamente lo es, ya que su final lleva directamente al principio de otra historia, de seguro más interesante y atrevida. Con mucho menos que esto, Auster te monta una novela de 400 páginas en las que no pasa absolutamente nad pero el autor prefiere dejarnos ahí, con la duda de si finalmente el protagonista va a cumplir su amenaza (no quiero spoilear). Sin embargo, aunque todos deseemos que el contrabajista dé el salto al vacío y se enfrente a un fatal destino por amor, sabemos con certeza que nunca lo hará, al igual que no lo ha hecho hasta entonces. Porque el contrabajo está destinado a permanecer ahí, en segundo o tercer plano, donde nadie note que está, pero que si falta podría ser muy malo. Casi catastrófico.