Victor Vale no era un maldito personaje secundario.
¿Un EO nace o se hace?
Perdón, antes debería aclarar qué es un EO y qué particularidades tienen. Los ExtraOrdinarios no son otros que humanos que han sufrido una experiencia traumática cercana a la muerte; tan cercana, que llegaron a estar en el otro lado por unos instantes. Pero el viaje no es en balde, de él vuelven con algún don que los diferencia del simple mortal y que los convierte en un ser anormal, peligroso y antinatural. O algo parecido piensa Eli cuando se convierte en uno de ellos en medio de la investigación para su trabajo final de carrera.
Victor, el que fuera su gran amigo y se ha acabado por convertir en un enemigo en toda regla, no piensa lo mismo. De hecho ha llegado un punto en el que cree que el único peligroso es Eli. O por lo menos el único peligroso al que quiere echar el guante; de eso habla Una obsesión perversa, de un juego de persecución que lleva durando ya demasiado tiempo.
Lo que tengo en las manos es una historia muy ambiciosa que parte de una historia de universidad con magia, un cliché que hemos disfrutado, y a veces sufrido, hasta la saciedad, pero que crece en algo mucho más grande y descontextualizado. Esta no es una historia del bien contra el mal, porque los grises que se describen son tantos que nunca sabes exactamente qué sentir o coordinar a cabeza y corazón con una misma impresión.
Una estructura entre saltos temporales
Muchos seres humanos eran monstruosos, y muchos monstruos sabían jugar a ser humanos. La diferencia entre Victor y Eli, sospechaba, no residía en su opinión sobre los EO, sino en cómo reaccionaban a ellos. Eli parecía empeñado en masacrarlos, pero Victor no veía por qué había que destruir una habilidad útil tan solo por su origen.
El libro de Victoria Schwab engancha, te atrapa en medio de una relación perjudicial. O de varias. Porque en Una obsesión perversa nadie se trata sanamente. Incluso las alianzas voluntarias se tejen desde una perspectiva que contamina y embrutece la amistad, si es que hay algo de eso. Podríamos pensar que hubo un hecho que hace que lo que sienten Eli y Víctor se rompiera y contaminara; pero lo cierto es que siempre fue una relación desigual que mezclaba la admiración y los celos. Y lo sabemos porque Victoria Schwab ha confeccionado una estructura narrativa maravillosa que nos permite estar en todos los lugares a la vez.
Y es que la historia intercala capítulos que narran situaciones a lo largo del tiempo y de forma desordenada. Cada nueva pincelada concreta lo anterior que se ha contado mediante una anécdota aparentemente desligada, llegando a describirnos detalles de lo más nimios sin resultar pesado. El salto temporal constante permite que vayamos dibujando las relaciones cada vez con más detalle, desde el origen convencional donde dos jóvenes sienten atracción el uno por el otro a la transformación de una amistad en algo que traumatizaría a cualquiera.
Los personajes cambian completamente a medida que avanzamos la trama. Especialmente Eli, que pasa de ser un chaval algo altanero pero razonable a un ser carente de cualquier naturaleza asignable al ser humano. Podríamos decir que el cambio se produce cuando se convierte en un EO, pero sería atinar poco, porque en Una obsesión perversa las transformaciones pasan a ser mucho más delicadas y sugerentes. Es extraño cómo logra que la sana curiosidad por la historia acabe convirtiéndose en una impaciencia por saber cómo acabará y, sin embargo, teniendo la completa seguridad de que no será un cierre feliz pase lo que pase. Todo llega a estar tan enmarañado y pervertido como para que no exista una buena solución.
Nadie se salva de sentirse atrapado por unos comportamientos que siempre pueden empeorar un poco más y, a la vez, resultar comprensibles; donde lo que en otro momentos podría haber sido un cuento de superhéroes acaba por ser una tenebrosa historia de seres rotos e incompletos.