Ana María Matute, fantástica autora

Ana María Matute - Libros Prohibidos

Debería ser innecesario, a estas alturas, presentar a Ana María Matute. Considerada entre las más importantes escritoras de la posguerra española, tres veces nominada al Nobel de literatura, ganadora de todos los premios posibles (Nadal, Café Gijón, Planeta, Cervantes, Lazarillo, Nacional de narrativa, de las Letras y de literatura infantil y juvenil) y académica de la RAE. De precocidad pasmosa, escribe Pequeño teatro con 17 años (se editaría mucho después) y con 23 ya publica Los Abel. Con 34 suma Primera memoria y Los hijos muertos, y ya acredita así cuatro novelas fundamentales para el realismo español de la segunda mitad del S. XX.

Se acepta de forma común que su universo literario se construye por igual con realismo y fantasía, y que esta última es un elemento central de su obra. Con frecuencia se la ha comparado con William Faulkner, por retratar una realidad cruda, descarnada, pero con un cierto tinte fabuloso. No sería menos justo, por ello, equipararla con John Steinbeck. Se le podría relacionar asimismo con Borges o Juan Rulfo, pero maticemos: no hablamos de realismo mágico, sino de una sensación de mística cotidiana, de una épica que ennoblece las intrahistorias de los desheredados y las hace cautivadoras.

La fantasía relegada

Ahora bien, también es común que se obvie, o se disfrace, el perfil de Ana María Matute como autora puramente fantástica. La impresión que se puede obtener cuando se leen reseñas y críticas de sus obras de fantasía es de disculpa. Como si la autora incurriera en una falta al emplear la fantasía como un fin en sí misma y no como una herramienta. Se intenta indagar en lo que subyace en la trama, en un supuesto mensaje implícito para el que la fantasía sería un simple vehículo. Una forma de expresión que permitiría unas alegorías y unos códigos que el realismo por sí solo niega.

Hablando claro, esta postura procede de la estigmatización, recurrente en España, de la fantasía como género literario de pleno derecho. Para la crítica literaria seria y para un amplio sector del público, la fantasía es un género menor. Una literatura inferior, sin calado, que debería quedar relegarse al público infantojuvenil. Una especie de estación de paso (como un mal necesario) que debe abandonarse cuanto antes para saltar a la verdadera literatura. Hablamos del país que, de Rafael Sánchez Ferlosio, ignoró la encantadora Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951) en favor de la prosaica (y plúmbea) El Jarama (1956).

No ignoramos que, pese a todo, durante el franquismo en España se escribía fantasía (Galicia aportando no pocos autores). También ciencia ficción con intenciones literarias (dejando aparte la industria del bolsilibro), aun fuese con casos aislados como La nave de Tomás Salvador (1958). Y en ese marco procede destacar el papel de Ana María Matute como correa de transmisión de un género fantástico que terminaría eclosionando en la fecunda situación que disfrutamos hoy.

Ana María Matute y la infancia

Gran parte de su producción fantástica se centró en el público infantojuvenil. Se declaraba en deuda con Perrault, Andersen o los hermanos Grimm,  como recopiladores de cuentos tradicionales que después se endulzarían para destinarlos a los pequeños. Consideraba que los cuentos no debían alterarse (repudiaba las versiones de la Disney) y era contraria a que los autores los destrozasen cambiándoles el final o algún otro elemento. Nada de «Caperucitas que acaban viviendo felices con el lobo». Así que aquí chocaría frontalmente con Angela Carter.

Ana María Matute prefería estirar los cuentos. El verdadero final de la Bella Durmiente (1995) es una secuela del cuento original, y narra la vida de la Bella Durmiente y del Príncipe Azul después del famoso beso. Antes, en 1962, vendrían dos pequeñas piezas de orfebrería. Caballito Loco es una fábula, con animales humanizados, sobre la amistad y la entrega incondicionales, cuyo estilo bebe directamente de Andersen. Carnavalito, por su parte, es un alegato en favor de la fantasía, de la inocencia infantil como antídoto contra la grisura de la sociedad moderna. Un mensaje que veríamos repetido en Roald Dahl o Michael Ende.

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El país de la pizarra (1957), Los niños tontos (1958), PaulinaEl saltamontes verde, El aprendiz (los tres de 1960) son muestras de su estilo soñador, cándido, de oralidad acusada, pues son cuentos pensados para ser contados en voz alta. Varios fueron recopilados en 1983 en el volumen Solo un pie descalzo. Pero no sería justo, ni adecuado, limitarse a su obra infantil, pues Ana María Matute posee tres títulos para adultos que cualquier aficionado a la fantasía español debería, como mínimo, conocer.

La trilogía medieval

Las tres novelas conforman una trilogía informal. Se puede intentar, por aproximación, ordenarlas cronológicamente. Comparten muchos elementos comunes y transcurren en el mismo escenario. Una Edad Media mágica, con unos escenarios que no se pueden ubicar en el mapa, y en la que la hechicería y los seres feéricos conviven con el cristianismo.

La torre vigía (1971)

Es una novela de caballería, y su estructura responde al modelo del viaje del héroe. Un bildungsroman narrado en primera persona, que relata el periplo vital del protagonista desde su infancia como hijo de un señor feudal menor hasta que entra al servicio del barón Mohl. En su corte se educa y refina sus toscos modales, descubre los misterios de la vida y se obsesiona con la baronesa, con quien vive un romance. Antes de ser armado caballero, cae fascinado por la Torre vigía, convirtiéndose en el único que visita a su sufrido guardián. En la torre concluye la narración, de forma abrupta, convirtiéndose en un galimatías de frases quebradas y palabras sueltas.

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En La torre vigía los elementos fantásticos se manifiestan a través de la ensoñación. De modo que resulta difícil, para protagonista y lector, distinguir aquello que ocurre en la realidad de lo que sucede en los sueños y las visiones. Es fácil dudar de las apariciones del dragón y de los hechos de armas que presencia el joven escudero. De sus encuentros con la ogresa (en la que se transmuta la baronesa en sus encuentros amorosos) o de los secretos que esconde el barón.

Aquí aparece ya un tema que se repetirá en la siguiente novela: la Estepa y sus salvajes habitantes. Un lugar de misterio, desconocido, habitado por un pueblo de jinetes fieros que se dedican al saqueo y el pillaje. Salvajes paganos sean mogoles, hunos o indios norteamericanos (el motivo es el mismo) que arrasan aldeas, incendian monasterios y amenazan las fronteras de la civilización. Combatirlos constituye gran parte de las andanzas del barón Mohl. Andanzas que, en cualquier caso, relata Ana María Matute con un lenguaje preciosista y con una reproducción fiel del estilo propio de la literatura bajomedieval.

Olvidado Rey Gudú (1996)

¿La obra cumbre de Ana María Matute? Tal vez. Publicada tras un largo período de inactividad literaria, es una novela de saga familiar, de 865 páginas, en la que el rey Gudú no nace hasta la 186. Una novela de fantasía ubicada en Olar, un reino medieval ubicado en el olvido. Al este del gran (y lejano) reino de Occidente del que es vasallo pero no recibe jamás contacto ni noticias. Al oeste de la estepa salvaje (el motivo se repite) y del fin del mundo. Rodeada de países sometidos en perpetua rebelión y al norte del mar, de los dominios del vencido barón Ansélico, de los que proceden el vino, la riqueza y la reina Ardid, madre de Gudú.

La edición de Espasa incluye un mapa de Olar, como debe ser en todo libro de fantasía heroica que se precie. Y la siguiente frase en la sinopsis: «Una novela imprescindible para disfrutar de la auténtica literatura». La fantasía es, por tanto, auténtica literatura. Gol.

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En Olvidado Rey Gudú, Ana María Matute combina trasgos y hechiceros, cuentos tradicionales como Los cisnes salvajes de Andersen y una historia de intrigas palaciegas donde imperan la brutalidad y la sensualidad. No es un historia sobre el Elegido. Es la crónica de un reino a través de su corona, de la lucha por el trono entre una maraña de barones, condes y margraves en permanente disputa. De fascinación por todo lo salvaje y de exaltación de lo carnal, del vino y de la lujuria.

Compare con La torre vigía un final atípico, casi onírico. Deja la sensación de que, acabada la función, se recogen los guiñoles y el teatrillo y se guardan en su caja.

Aranmanoth (2001)

Una novela corta en la que la torre vigía aparece en ruinas y en la que el sur vuelve a ser, como en la anterior, una fértil, cálida y exuberante tierra de mar y viñedos. Es una historia de amor prohibido entre Aranmanoth, hijo del conde Orso y de un hada de los bosques, y Windumanoth, entregada en matrimonio al conde siendo apenas una niña. Aranmanoth es de cabellos rubios y tiene el halo feérico de su madre. Windumanoth es sureña como Ardid, madre de Gudú, y prometida joven como aquella. Ambos nombres son caractónimos escritos en fráncico: Aranmanoth, Mes de las Espigas. Windumanoth, Mes de la Vendimia.

Aranmanoth es una novela de aprendizaje y búsqueda, en la que ambos niños crecen juntos, pierden la inocencia y se enamoran para disgusto de Orso. El sur aparece como una quimera, como un destino inalcanzable. Argumento y estilo narrativo provocan una reminiscencia casi irresistible al Lord Dunsany de La hija del rey del país de los elfos, y se trata del libro más lírico y sensual de los tres. Siendo historias independientes, esta última sería una lectura perfecta para encontrar a la Ana María Matute más expresiva y apasionada.

Una autora necesaria

Leer a Ana María Matute, sea en su obra realista o en su vertiente fantástica, es constatar que, en lo literario, muchas veces buscamos fuera lo que tenemos en casa. Tal vez no encontremos cuestiones que hoy día valoramos, como representación de la diversidad o personajes femeninos fuertes e independientes (aunque la reina Ardid de Olvidado rey Gudú sí lo sea a su manera). Con la perspectiva actual, alguno de sus motivos nos puede parecer conservador.  Pensemos que, aun siendo parte de la gauche divine y una mujer de ideas muy avanzadas para su época,  procedía de una familia católica acomodada, y que con la edad fue abandonando progresivamente el ateísmo de su juventud en favor de un cristianismo cada vez más fuerte.

Es precisamente esta suma de factores, volcados a su obra fantástica, la que le confiere su carácter único, su tono de literatura infantil clásica que esconde un doble nivel de lectura destinado a los adultos. Una serie de temas constantes, como el amor, la crueldad, los matrimonios infelices, la búsqueda de la libertad, la ebriedad o la guerra. La fantasía para escapar de la vida real cuando esta es insoportable, como hacía la pequeña protagonista de Paraíso inhabitado, amante de los unicornios. La misma que permitió a la autora superar una depresión de 17 años, en la que fue incapaz de escribir y de la que salió gracias, entre otras cosas, a Olvidado rey Gudú. Una fantasía, como defendía Ana María Matute, para no dejar nunca de ser niños.

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Créditos:

Fotografía 1 de Ana María Matute: José Aymá

Fotografía 2 de Ana María Matute: Pedro Madueño