Carlos Garvín: Aunque todo esté perdido

Año: 2015
Editorial: SB e-books
Género: Novela
Valoración: Mejor no

Hay reseñas que cuestan más que otras. A veces nos topamos con libros que prometen mucho, ya sea por la fama del autor, o por toda una parafernalia de marketing, y cuya calidad literaria brilla por su ausencia. En estos casos, la crítica negativa se hace con gusto, e incluso con un cierto nivel de sadismo que será directamente proporcional a las expectativas iniciales. Otras veces, en cambio, nos llegan libros de autores noveles que sabemos que han sido escritos con toda la ilusión del mundo y con la intención honesta de que sean disfrutados por sus futuros lectores. Cuando alguno de estos libros no nos gusta, reseñarlo se vuelve un trabajo duro y mucho más delicado. En estos casos es preciso encontrar el equilibrio entre la honestidad que le debemos a nuestros lectores, y el tacto suficiente para que el autor saque una lección positiva que le permita seguir creciendo. Aunque todo esté perdido, por desgracia, pertenece a este último grupo. Trataré de ir con pies de plomo.

Comencemos con la sinopsis. Tristán es un hombre deprimido que trabaja como vendedor de seguros a puerta fría y no le encuentra sentido a su existencia. Celia es una mujer maltratada por su marido. Arturo es un conductor de autobús que lleva años intentando, de forma fallida, ver cumplido su sueño de publicar su novela. Sofía es una joven cleptómana de libros cuya vida amorosa brilla por su ausencia. El punto de unión de estos cuatro personajes es un club de lectura en el que se reúnen semanalmente y que les supone una vía de escape. Cuando Héctor, un hombre que parece reunir todas las cualidades para ser perfecto, se une al grupo, la vida de cada uno de estos personajes dará un vuelco.

Entrando ya en faena, hay que empezar por señalar que Aunque todo este perdido es una ópera prima de un autor muy joven. Es común oír aquello de que todo autor, con el paso de los años, aborrece su primera novela. Hay alguna excepción, pero por regla general es muy difícil lograr que la primera obra que uno se sienta a escribir sea de calidad. Aunque todo esté perdido contiene muchos de estos errores de principiante. A menudo son nimiedades, detalles en los que uno no cae hasta que se los señalan, pero que sumados pueden, por desgracia, hacerse una montaña.

Quizá uno de los mayores fallos de este libro sea el estilo narrativo escogido por Garvín, que se caracteriza por sus excesivas florituras. El autor introduce metáforas, símiles y listas de adjetivos por doquier, a menudo reiterando una misma idea pero expresada de distinta manera. Un ejemplo:

Ahí terminó la conversación. Se apagó como se extingue una hoguera a la intemperie en una noche fría de invierno, con un gélido soplo de viento que se llevó las últimas palabras. De golpe, los dos estaban callados.

En este caso, las dos últimas oraciones son redundantes. Esto ocurre muy a menudo en el texto, lo que entorpece considerablemente la lectura. Es muy normal, por otra parte, que los autores noveles introduzcan más adornos de la cuenta, con la intención (consciente o no) de demostrar su valía como escritores. No obstante, esto puede ser un arma de doble filo. Por ejemplo, no cualquier lugar es bueno para meter un símil. La entrada del metro en el andén es un hecho demasiado común y banal como para que se nos describa con una frase como «[e]l metro apareció con presteza por el angosto túnel como una oruga de hierro recién salida del capullo de seda». Aquella regla de menos es más es algo que todo (buen) escritor termina entendiendo y adoptando con el tiempo. Si se escoge con mimo el momento de introducir un símil, este quedará mucho más potente.

El segundo fallo se encuentra en el narrador, que no siempre se muestra imparcial ante los hechos que describe. No es tarea fácil, pero es importante separar escritor de narrador, y que el segundo no se contagie de las opiniones del primero. La excepción sería si la obra estuviera narrada por un personaje más, pero este no es el caso. Por otra parte, y quizá más importante todavía, el narrador en Aunque todo esté perdido nos da demasiada información. Todos nos podemos imaginar lo duro que es el trabajo de vendedor de seguros a puerta fría, sin que sea necesario que se nos narre un día completo de trabajo del protagonista. Y en pasajes como el siguiente, se incluyen referencias a acciones demasiado cotidianas como para resultar interesantes:

Agustina […] empezó a recoger los platos lentamente para llevarlos a la cocina, como un autómata que siempre ha actuado de ese modo después de comer. Arturo también se levantó y la ayudó en la tarea apilándolos en el brazo y haciendo malabarismos para evitar que acabaran en el suelo. Los metieron en el lavavajillas y volvieron a por otra tanda de copas. Así hasta que la mesa quedó vacía, a excepción de las servilletas, una botella medio llena de vino del color de la sangre y una manta de pequeñas migajas extendida sobre el azulado mantel.

Ninguno de estos detalles es en absoluto relevante para la historia y, de nuevo, impiden que fluya la lectura. Pero el narrador, además, no se atiene a aquella mítica regla del show, don’t tell. Es más interesante mostrar la personalidad o las opiniones de un personaje a través de sus acciones, que decir abiertamente «Fulanito era tal y tal». Asimismo, la moraleja de la historia debe quedar implícita en el texto, para que el lector llegue a ella por su propia cuenta. Volvernos demasiado explícitos en este aspecto puede dar un resultado cursi o paternalista.

Para finalizar, creo que hubiera venido bien que el autor se trabajase un poco más tanto la trama como los personajes. Respecto a la primera, el nudo llega demasiado tarde y solo se aplica a una de las subtramas. En las demás prácticamente solo hay planteamiento y desenlace. Mucho de lo que ocurre es predecible o poco interesante. Por ejemplo, Héctor, el personaje que surge a mitad de la novela y que es en apariencia perfecto, resulta serlo de verdad. Haberle aportado más matices podría haber generado giros llamativos en el argumento. Y esto nos trae al escaso desarrollo de los protagonistas. No tienen, por regla general, una personalidad marcada ni una adecuada profundidad, y tampoco resultan del todo coherentes. Esto dificulta que el lector se identifique con ellos o los sienta como personas reales. Hubiera sido recomendable dar a cada uno una forma específica y delineada de hablar, de moverse, de actuar, etc. Asimismo, haber dotado de algo más de humanidad a Tristán, el personaje más importante, hubiera generado más cercanía.

En conclusión, se trata de un libro que quizá no estaba preparado para salir al mercado, ya que puede ser pulido considerablemente. No obstante, no deja de ser una primera novela; una experiencia de la que todo escritor aprende. El autor tiene un buen manejo de las palabras, por lo que, desde aquí, le animo a seguir en el camino.