Título original: Zero Saints
Año: 2017
Editorial: Dilatando Mentes
Género: Novela corta (Noir de barrio)
Traducción: José Ángel de Dios
No (solo) hay santos
Antes de comenzar a escribir acerca de No hay santos, es necesario mencionar el maravilloso trabajo de maquetación y diseño gráfico que envuelve a la obra y que, en palabras del propio Gabino Iglesias, la convierte en «un animal distinto».
No hay duda de que es así. Habituados a encontrarnos textos con portada, contraportada, sinopsis y datos del autor, en No hay santos se dan cita ilustraciones (la mayoría de José Guadalupe Posada), referencias contextuales, fotografías realizadas por el autor, e incluso un enlace para descargar música relacionada con la obra o un póster que reproduce la ilustración de portada. Es la primera novela que leo de Dilatando Mentes y desconozco si tratan con tanto detalle el resto de sus publicaciones. En el caso de No hay santos, el diseño es excepcional y engrandece la experiencia lectora.
Además, No hay santos incluye un prólogo muy sucinto de Francisco J. Ortiz, que sirve para ubicar a la obra en su espacio y su tiempo, y da algunas claves interesantes sobre el trabajo de Gabino Iglesias; y un ensayo a modo de epílogo de Emilio López Sith, en el que analiza de manera genérica elementos vinculados a la cultura vudú, las pandillas y la violencia. Todo eso es lo que uno encuentra entre las páginas de No hay santos, antes, durante y después de la lectura de la obra en sí.
Santa Muerte, protégeme
Ahora bien, todo aquel trabajo de edición no tendría mucho sentido si no orbitara ante un eje, si el eje se tambaleara o no fuese digno de tantos cuidados. Sin embargo, No hay santos se destaca, entre las fotografías y los grabados, como una obra excepcional.
La construcción narrativa gira en torno a tres elementos principales: la simplicidad como técnica literaria, el juego entre lo natural y lo sobrenatural, y la violencia sin finalidad aparente.
La simplicidad de No hay santos alcanza todos los aspectos que uno quiera analizar, desde la caracterización de los personajes hasta el hilo narrativo o la construcción de diálogos. Si bien en otros casos esto podría ser un elemento desfavorable, Gabino Iglesias utiliza la concisión con maestría, mostrando en cada caso solo lo que quiere transmitir. No hay nada superfluo ni accesorio. Nando es un inmigrante mejicano que llega a Austin huyendo de un pasado oscuro y sobrevive trapicheando con drogas, para verse sumergido de repente en una trama relacionada con la mara salvatrucha. Su idolatría por la Santa Muerte y su empeño por sobrevivir articularán el resto de la narración.
—Ve y habla con tu jefe. Si tengo que traerte aquí de nuevo, te voy a cortar la cabeza. Creo que no querrás acabar como tu amigo aquí presente, así que asegúrate de que mi mensaje llegue al gordo.
Mis numerosas malas experiencias en México me habían dado la habilidad de verme inmerso en una situación sobreponiéndome a ella de tal manera que pareciera que le estaba sucediendo a otra persona. Yo tiré mano de esa mierda en esta ocasión. […]
Santa Muerte, protégeme.
Eso era lo único en lo que podía pensar, la única oración, un mantra improvisado.
El lenguaje coloquial (originalmente en inglés pero con numerosas construcciones en español), la ausencia de descripciones extensas y la indefinición de los personajes generan un texto dinámico, a caballo entre la novela negra y la literatura pulp, que se sigue con facilidad y además impacta en el lector. Gabino Iglesias desarrolla de manera sencilla hilos argumentales bien enlazados en los que la acción transcurre con fluidez y va tejiendo una trama cada vez más elaborada, hasta culminar en un desenlace en que todos los elementos previos llegan a formar una sola pieza.
Por otro lado, No hay santos transita por una ambigua línea fronteriza en la que el realismo y la fantasía conviven con naturalidad. De una parte, la narración es la descripción en primera persona de un contexto hiperrealista que muestra la cara amarga del sueño americano: tráfico de drogas, soledad, barrios peligrosos, trabajos precarios y exclusión racial. El lugar que un capitalismo voraz reserva a los que por su condición social les ha tocado perder. Sin embargo, la presencia de lo fantástico, de lo transmundano, impregna de deidades y creencias más o menos supersticiosas todas y cada una de las páginas de No hay santos. Se diría incluso que la obsesión del protagonista por entregarse a la Santa Muerte es también una manera de mantener sus raíces, una cierta rebeldía ante lo que le ha tocado vivir. De hecho, la mayoría de personajes que aparecen en la obra están de una u otra forma relacionados con distintas deidades o seres de otro mundo.
—Creo que esos hombres con los que tienes problemas son como aquel hombre. […] Temnaya magiya (magia negra), Nando. Eso es en lo que andan metidos esos hombres. No deberías hacer enfadar a personas así porque pueden hacerte daño físico y en tu dusha (alma). Sea lo que sea, aléjate.
El Ruso colgó. Me sentí solo y asustado. Sabía lo que tenía que hacer, así que me levanté y caminé hacia mi estatua de la Santa Muerte.
Lo más interesante de la introducción de elementos mágicos en No hay santos es la manera en que se presentan. Hasta la última línea del texto el lector no sabe si se trata de creencias o cosmovisiones privadas de los personajes que no acontecen en el devenir exterior de la obra, o si son entidades reales y tangibles que debe aceptar como parte de la suspensión de la incredulidad a que se compromete.
Por último, No hay santos es violenta. La primera secuencia que plantea es la de un hombre cortando las falanges de un moribundo con un cuchillo de cocina. El tratamiento de la violencia es, como casi todo en la obra, indefinido y ambiguo. Sin duda, hay un vínculo con la situación de desigualdad social, marginalidad y discriminación que sufren los personajes, pero el modo de presentarla lo excede constantemente. Se diría que utiliza lo violento (en las imágenes, los sonidos, las palabras de los personajes) como una herramienta para generar un efecto estético, al modo de las películas de Tarantino o Robert Rodríguez. De hecho, Tarantino es una de las pocas referencias explícitas que aparecen en el texto:
la sangre salió disparada como en las películas de Tarantino.
En cualquier caso, esa desmesura engarza bien con el elemento fantástico de la obra. Al no tener del todo claro si la Santa Muerte, el vudú o la santería tienen una incidencia real en la sucesión de acontecimientos, y no saber si está leyendo una novela realista o fantástica, el lector asume la violencia como un elemento que bien pudiera ser real, o bien imaginario, y puede impregnarse de ella sin comprometerse demasiado.
No obstante, más allá de la experiencia estética, No hay santos deja un poso bastante perturbador. Bajo la forma de una lectura fácil y rápida, plagada de acción y dinamismo, y con elementos propios de lo mágico, esconde una reflexión importante: todos los personajes conviven de manera natural con la violencia, y se la explican a sí mismos a través de supersticiones e idolatrías. Como si lo sobrenatural fuese lo único capaz de dar sentido a unas vidas condenadas, de una u otra manera, a lucha y a la supervivencia en un estado constante de guerrilla callejera.
La frontera es una zona donde los huesos de los muertos nunca están enterrados lo suficientemente profundo y el dolor de familias rotas y la sangre de los inocentes se ha mezclado con plantas, aire y el suelo. […]
Lo que pasa cuando cruzas la frontera es que tienes que hacer lo que sea necesario para sobrevivir, y eso es lo que te empuja a una vida de crimen.