Título original: Running with the Pack: Thoughts from the Road on Meaning and Mortality
Idioma original: Inglés
Año: 2013
Editorial: Pegasus
Género: Ensayo / Autobiografía
Valoración: Está bien
Running with the Pack es, ante todo, un libro peculiar. Tanto es así que, seguramente, de no ser porque Mark Rowlands es un filósofo/escritor consagrado con más de una docena de libros a sus espaldas (entre ellos, una autobiografía preciosa que ya reseñamos en su día), ninguna editorial se hubiera animado a publicarlo. Me explico.
Se trata de un ensayo que versa, principalmente, acerca de la actividad de correr. Esto, por sí solo, sospecho que resultaría extremadamente aburrido para la inmensa mayoría de nosotros. Rowlands seguramente era consciente de ello, así que decidió aderezar sus reflexiones con recuerdos autobiográficos. Esto ya lo hace un poquito más interesante, sobre todo porque este hombre ha tenido una vida bastante curiosa y está dotado, además, de la capacidad de contar anécdotas “con gracia”. Cada uno de los capítulos del libro está centrado en un momento distinto de su vida en el que, por un motivo u otro, Rowlands se encontraba corriendo. A través de estos episodios, aprenderemos las razones que le han llevado a abandonar y volver a retomar esta actividad a lo largo de su vida. El nombre, Running with the Pack, se refiere al hecho de que muchas de estas razones han estado relacionadas con los miembros caninos de su familia (incluyendo a Brenin, el famoso lobo del que trata su autobiografía). Nos encontraremos, entre otros, con un capítulo centrado en el momento en que decidió correr la maratón de Miami tras llevar dos meses lesionado y sin entrenar, otro acerca de las carreras que se pegaba por los montes galeses con su perraco cuando era un adolescente zangolotino, uno (muy triste) acerca de la última vez que salió a correr con Brenin cuando ya lo habían diagnosticado de cáncer… Estos episodios van a hacer que Rowlands se vaya por los cerros de Úbeda (o Gales) con unas reflexiones un tanto azarosas y caóticas: nos va a hablar de las serpientes venenosas que acechan los parajes de Miami, de aquella vez que le diagnosticaron la gota por error, de su profesión de filósofo, de cómo le ha cambiado la vida el hecho de ser padre… y, sobre todo, de lo que supone para él la actividad de correr. Esto último ocupa una proporción bastante grande del total de las páginas del libro, y ha sido lo que a mí, personalmente, más me ha dificultado la lectura. No soy una fan del deporte en general, y lo de salir a correr me parece (así, a priori, que tampoco es que me base en ninguna evidencia empírica, porque he ido a correr las mismas veces que a la Luna) algo como muy aburrido. Así que lo de leer páginas y páginas acerca de los sentimientos que le provoca a Rowlands esta actividad y las cosas que se le pasan por la cabeza cuando corre, y las lesiones que ha tenido, y tal, Pascual, pues como que zzzzzzzzZZzzZzZzZzZzzz…, if you know what I mean.
Pero hay algo que salva a este librito de ir directo a la categoria del mejor no, y es que Rowlands, que al fin y al cabo es un buen filósofo, va soltando aquí y allá unas perlitas en forma de reflexiones acerca del sentido de la vida que son una auténtica delicia. Esto es bastante sorprendente porque, a pesar de la creencia popular, los filósofos no nos pasamos la vida fumándonos porros y hablando sobre el sentido de la vida, el amor, la muerte y todo eso. De hecho, hablamos de cosas bastante más aburridas, como la ciencia, el conocimiento, la verdad, el bien, etc. Pero Rowlands decide desmarcarse de esta tendencia generalizada y adentrarse en el asunto de qué es lo que hace que la vida merezca ser vivida.
Su punto de partida es un pesimismo de corte schopenhaueriano, de acuerdo al cual, venimos a este mundo pa’ sufrir. Lo que nos va a contar es que correr le ha permitido encontrar la salida a este pesimismo y redescubrir aquello que una vez supo, que una vez supimos todos, pero que olvidamos al hacernos mayores. Y es que al correr se muestra el bien en sí mismo. Normalmente perseguimos cosas que sólo son buenas instrumentalmente, en tanto que nos permiten acceder a otras cosas. Entre ellas están el trabajo y el dinero, por los que tanto nos preocupamos y que por sí mismos no valen nada. Rowlands va a insistir en el hecho de que correr es una forma de juego y que el juego es bueno en sí mismo. Cuando éramos niños y jugábamos, no lo hacíamos para conseguir algo externo al juego, sino que el juego mismo era nuestro fin. Cuando jugábamos, no había nada en el mundo que prefiriéramos estar haciendo. Al crecer, se generaliza la ridícula idea de que el juego es algo de niños que hemos de abandonar, y que lo verdaderamente importante es el trabajo y el dinero. Rowlands nos va a decir que el sentido de la vida se encuentra en aquellos momentos en los que nos encontramos inmersos en el bien en sí mismo, en los que no hay nada que prefiriéramos estar haciendo. Él lo encontró en la actividad de correr, y nos anima a buscar nuestro propio juego:
Los hay que corren para perseguir otra cosa. Y los hay que corren simplemente para correr. En la medida en que hay un sentido a esta vida, no veo cómo podría ser otra cosa distinta a ésta: no persigas, sólo corre. Una vida dominada por el valor instrumental es una vida malgastada persiguiendo, cazando una cosa para conseguir otra. En vez de eso, encuentra lo que es Bueno en la vida, ama lo que es Bueno en la vida, rodéate de ello y no lo dejes ir por nada del mundo.
Estas reflexiones hacen de este libro una pequeña joyita, pero no dejan de estar rodeadas de párrafos y párrafos acerca del proceso de correr que, para mí, insisto, resultaron bastante tediosos. Al mismo tiempo, algunas de las reflexiones filosóficas son bastante complejas y densas, por lo que sospecho que serían bastante tediosas para el común de los mortales no-frikis-de-la-filosofía. Y en ello radica la peculiaridad del libro. Se me hace difícil pensar en un lector al que contentaría por completo. Tendría que ser alguien con bastantes conocimientos de filosofía (o muchas ganas de enfrentarse a un texto de considerable complejidad filosófica), que al mismo tiempo fuera un corredor asiduo y un amante de los perros, pues su presencia es también significativa en el libro, y sospecho que alguien que tenga poco amor por estos bichos encontraría también ciertas partes del libro aburridas. Si te sientes identificado con esta descripción, querido lector, te recomiendo encarecidamente este libro. Si no, mejor no.