Título original: A Closed and Common Orbit
Idioma original: inglés
Año: 2016
Editorial: Insólita (2020)
Traducción: Alexander Páez y Antonio Rivas
Género: Novela (ciencia ficción)
Obra perteneciente a la sección oficial de los premios Guillermo de Baskerville 2020
En pocos años y un par de novelas, Becky Chambers se ha ganado el corazón de miles de lectores en todo el mundo. Desde que publicara El largo viaje a un pequeño planeta iracundo en 2015, las siguientes entregas de la saga Wayfarer se han esperado con expectación. Ahora que ya va por la tercera, la saga fue premiada con el Hugo el año pasado.
En español el recibimiento no ha sido menos cálido: el primer volumen ganó el Ignotus a Mejor Novela Extranjera en 2019, así como el Amaltea a mejor traducción por el trabajo de Alexander Páez. Las recomendaciones han ido pasando de boca en boca y, gracias a ello, se ha convertido en un long seller, lo que ha permitido que la segunda parte, Una órbita cerrada y compartida, sea ya una realidad en nuestro idioma.
¿Qué tiene la obra de Chambers que entusiasma tanto? ¿Qué van a encontrar quienes amaron a la tripulación de La Peregrina en esta segunda novela? ¿Hay alguna posibilidad de que, si no os gustó El largo viaje… os guste Una órbita cerrada y compartida? Podría ser. Es lo que tiene que ambas novelas sean prácticamente independientes: los personajes, la estructura y el escenario son diferentes, aunque se sitúen en el mismo universo.
Una órbita a dos tiempos
La primera diferencia notable que encontraremos al comenzar Una órbita cerrada y compartida es que la acción transcurre en dos líneas temporales diferentes. De hecho, hay un aviso por si algún despistado espectador de Mujercitas tiene a bien hacerse con la novela:
La línea temporal de este libro empieza tras los últimos acontecimientos de El largo viaje a un pequeño planeta iracundo.
La línea temporal del pasado empieza aproximadamente veinte años solares antes.
¿Es necesario, por tanto, haberse leído la primera novela para continuar esta historia? Yo diría que no. Ayuda a situarse y a captar las referencias a los hechos que tienen lugar al final de El largo viaje…, pero no impide de modo alguno comprender lo que está sucediendo y las motivaciones de los personajes. Eso sí, si optáis por comenzar Wayfarers en este punto, tened en cuenta que conlleva un gran spoiler del final de la novela anterior. Y, consecuentemente, esta reseña también los tendrá. Quien avisa no es traidora.
La primera línea temporal, la del presente, está contada desde el punto de vista de Sidra, el nombre que adopta la IA que fue encerrada en un kit sintético al final de la primera novela. Con ella nos adentraremos en profundidad en Puerto Coriol, cómo se organizan sus habitantes y cuáles son sus costumbres. Pero, lo más importante, asistiremos a una lucha continua de aceptación. Este es uno de los mensajes principales de Una órbita cerrada… Mientras el volumen anterior hablaba de confianza y unidad, este suma la aceptación como un elemento indispensable en la vida, ya no solo de la protagonista, sino del ser humano en general.
Sidra se siente atrapada en un cuerpo para el que no ha sido diseñada. Alude constantemente a que ese alojamiento no es su cuerpo, un detalle que me ha fascinado: cada vez que se mueve, Sidra desplaza el kit, o sienta al kit, o levanta al kit. Pero Sidra no se desplaza, ni se sienta, ni se levanta. Chambers traslada la disociación de una forma sencilla y muy eficaz. Esto ocurre, entre otras cosas, porque el kit no es una nave, y eso le impide realizar sus funciones básicas, como controlar el entorno. Para más inri, su programación no la ayuda a pasar desapercibida: no puede mentir ni desoír una orden directa. Tampoco ha tenido nunca libre albedrío. ¿Cómo puede saber entonces la diferencia entre lo que quiere y lo que debe hacer? Durante toda la obra Sidra tratará de descubrir sus límites y ser ella misma, si es que eso es posible.
Por otra parte, en el pasado seguiremos la lucha por la supervivencia de Jane, una niña de diez años que descubre un secreto por el que tendrá que huir del único hogar que ha conocido. Averiguar ese secreto le arrebatará todo, pero le abrirá las puertas de un mundo mucho más extenso y complicado. Con ella comprobaremos que el universo de Chambers no es tan utópico como parece, y que los problemas serios no quedan lejos o en manos de alienígenas: los humanos seguimos teniendo que ver con ello. Ya no son las guerras harmagianas, los problemas internos de los toremi o la autodestrucción de los grum, los asaltos espaciales o lo mal vistas que están las relaciones interraciales entre algunas especies. No son referencias externas, sino algo que viviremos muy de cerca y que también es muy actual: modificación genética, esclavitud, occidentalismo, abuso natural.
El universo sigue siendo un lugar horrible en muchos planetas y para mucha gente, solo que algunos prefieren no mirar.
Una órbita diferente
Una órbita cerrada y compartida se mueve con una estructura muy diferente a la de su predecesora. Siempre he dicho que El largo viaje… me parecía una serie de televisión transcrita: con un hilo común que englobaba toda la temporada, pero con cada capítulo dedicado a ahondar en un personaje, vivir un suceso o una aventura diferente con él. La estructura de Una órbita cerrada… es más convencional. Un hecho que, al menos para mí, le hace perder cierta magia. Pero su magia va por otra parte.
La novela avanza en dos líneas temporales diferentes, y estos serán los únicos dos puntos de vista. Sidra y Jane nos permitirán entrar en su psique y conocerlas mucho más a fondo. En cierto modo, esta es la historia de su nacimiento y su madurez, lo sabremos todo de ellas desde el principio. Sin recuerdos ni flashbacks.
La narración desde el punto de vista de Sidra transcurre con calma, con pequeños destellos de su vida cotidiana en Puerto Coriol. El taller de Pepper, su casa, el mercado, las fiestas, nuevas amistades… A través de estas escenas, entre las cuales pueden pasar incluso semanas, nos adentramos en los problemas de identidad de la IA. La descubrimos a la par que se descubre ella misma. Es un viaje de lo más humano. ¿Somos lo que nos han enseñado a ser? ¿Somos más que un cuerpo? ¿Podemos cambiar e ir más allá de lo aprendido? Las preguntas son innumerables. Sidra intentará darles respuesta de la mejor forma mientras deja que les lectores busquemos las nuestras.
Todos estáis desesperados por encontrar un propósito, aunque no tenéis uno.
La trama de Jane, sin embargo, es mucho menos reflexiva. Es una lucha contrarreloj contra el mundo. Un lugar lleno de chatarra, animales hambrientos y agua contaminada. Solo podrá sobrevivir gracias a sus conocimientos sobre materiales y tecnología y la ayuda de la IA de una nave abandonada: Lechuza. Pero la nave está en mal estado y no tiene combustible para despegar, la parte del planeta donde viven está despoblada y salir al exterior puede ser mortal. Chambers consigue que vivamos la situación a través de los ojos de una niña de diez años de forma muy verosímil, al tiempo que Jane crece y muestra signos de rebeldía adolescente o de días en los que, simplemente, no puede más ni ve la salida.
Si algo tiene en común esta novela con su predecesora es esa esperanza que empuja a los personajes a seguir luchando, a no rendirse por mal que parezca todo, a buscar una solución más allá de lo obvio. A superarse a una misma. Eso, junto a la idea de que por muy solas que nos sintamos, siempre tenemos al lado a alguien que nos quiere cuidar, proteger y amar, es lo que consigue que Una órbita cerrada… también sea una lectura perfecta para calentar corazones.
Una space opera cercana
Las space operas suelen caracterizarse por situarse en un tiempo lejano, desde un par de siglos hasta miles de años en adelante. Nos hablan de planetas perdidos, grandes imperios galácticos, cruentas guerras espaciales. La crítica social se centra en la contraposición entre civilizaciones (como ocurre, por ejemplo, entre Barrayar y Cetaganda en la saga Vorkosigan de Lois McMaster Bujold), o entre los problemas raciales entre especies (uno de los temas de Horizonte Rojo, de Rocío Vega).
Sin embargo, la perspectiva de Chambers para Una órbita cerrada y compartida es totalmente transhumana. Es algo que no se vio tanto en la novela anterior pero que en esta se transforma en el pilar central de la trama. El tema que ronda en todo momento cada interacción es: ¿qué nos hace humanos?
En la Confederación Galáctica, las IAs no son consideradas ciudadanas de pleno derecho. No obstante, son seres ya no solo pensantes, también sintientes (las más avanzadas, claro). Pero no todo el mundo lo acepta así. Para una parte de la población, son meras herramientas que obedecen órdenes y tienen una serie de restricciones. ¿Se puede considerar a alguien humano si está atado a su programación y no tiene libre albedrío?
Ninguno de nosotros sabe qué hace aquí. Así que la forma más fácil de mirar a la realidad a los ojos y no perder la cordura es creer que se tiene el control sobre esta. Y si crees que tienes el control, entonces crees que estás en la cima. Y si estás en la cima, la gente que no es como tú… Bueno, debe estar por debajo, ¿no? Todas las especies hacen esto. Lo hacen una y otra vez. No importa si se lo hacen a sí mismas, a otras, o a alguien que hayan creado.
Tanto Sidra como Lechuza nos acercan a esta perspectiva desde posiciones diferentes. Sidra es más compleja y está alojada en un kit. Lechuza continúa en su nave, pero se convierte en la madre que Jane nunca tuvo. Sin embargo, el discurso que defiende cada parte no es diferente. No se define una posición completamente contraria a la libertad y el tratamiento que merecen las IAs. Más bien se les deja de dar importancia. Es una muestra un tanto sesgada, pero sospecho que la autora en ningún momento intenta ofrecer los dos puntos de vista, porque no es de esto de lo que habla directamente. Para mí, el subtexto está claramente enfocado a defender la identidad de las personas, sea cual sea su procedencia, color de piel, género asignado al nacer, clase, etc. Chambers está hablando de derechos humanos, y los derechos humanos solo se cuestionan para ir hacia delante y englobar a más, no para restar.
Esta es la verdadera magia de Una órbita cerrada y compartida: que en el fondo, como la buena ciencia ficción (y esta, para mí, lo es), está hablando de nuestro presente, de nuestros problemas, de nuestra diversidad. Los dilemas (y sus soluciones) no son cosa del futuro, sino del ahora. Y solo enfrentándonos a ellos con valentía, esperanza y bondad conseguiremos transformar el mundo en uno mejor.
¿Qué tiene la obra de Chambers que entusiasma tanto? Que, con los tiempos que corren, no hay otra forma de llamarla que revolucionaria.