En Libros Prohibidos siempre hemos tenido como objetivo descubrir, divulgar y visibilizar autores y obras que, por pertenecer a géneros menores, experimentales o, en fin, poco comerciales, lo han tenido más difícil para llegar a su público, o para ser descubiertos por un público que no se había planteado leerlos.
De un tiempo a esta parte, a servidora le está empezando a escamar que, dentro de un fandom que ya gusta de considerarse marginal, haya a su vez géneros mayores y menores: fantasía, terror y ciencia ficción son géneros que aquí se toman en serio, junto con, en menor medida, la sátira, la policíaca y la negra. Pero ¿qué ocurre con géneros como la romántica o la erótica? ¿Tienen el mismo calado, la misma visibilidad, el mismo prestigio? ¿Alguien más ha visto un patrón aquí?
Para comenzar a tirar abajo estos muros y bailar sobre los escombros, entre otras cosas, hoy vamos a hablar con la escritora y correctora Silvia Barbeito.
Silvia Barbeito nació en A Coruña en 1969 y estudió Derecho. Sus andanzas en el mundo de la literatura incluyen la publicación de la trilogía de romance paranormal Más allá del Velo, Velo de silencio y Velo de sangre (ed. Pàmies, 2015-2018), así como su participación en las antologías Calabazas en el trastero: Peste (ed. Saco de huesos, 2011) y Antoloxía de contos fantásticos, con el relato «Patas». También ha firmado El dios de las pelotas junto con Virginia Pérez de la Puente bajo el pseudónimo Terín Collado y en Libros Prohibidos hemos reseñado su novela corta #NotAllDemons y su parodia de novela romántica de fantasía Tormenta de corazones en llamas etc., etc. (ed. Cazador de ratas, 2019).
P: ¿Cómo es el mundo editorial de la novela romántica visto desde el punto de vista de una autora?
R: Así, en plan muy gallego, te diré que no puedo hablar del punto de vista de las autoras, sino solo desde el mío. Y desde el mío es un desastre. Yo en esto de los libros como de todo y, por supuesto, romántica también, pero desde hace un tiempo veo una saturación terrible en el mercado, muy pocas propuestas interesantes y mucho desinterés en todas las partes implicadas. He visto autoras que escriben romántica y cuando se les critican sus libros responden «Bueno, es que es una novela romántica, ¿qué esperas? ¿A Shakespeare?»; he escuchado a editores tratar la romántica como un género menor, aunque les salve los números, y cómo ellos mismos la clasifican de «literatura de consumo rápido»; he visto a lectores que en su vida han tocado una novela romántica despreciarla solo por la etiqueta, y he escuchado barbaridades como considerar que Anna Karenina no es romántica porque «no acaba bien». A ver, no lo es, porque no lo es. ¿Qué me estáis contando? Revisad los apuntes de Literatura de secundaria.
También veo muchas ganas de publicar sin estar preparado y muchas prisas para firmar contratos que harían llorar a cualquier abogado con conciencia. ¿Negociar? Ay, dioses, no, que me pueden echar atrás la publicación. Todo bien, vamos.
Y si me vas a preguntar el futuro del género, ya te digo yo que lo veo negro, negrísimo. Un género que no progresa, que se estanca en valores de hace treinta años (finales felices, heternormatividad, exaltación de la virginidad —femenina, por supuesto—, sumisión de la mujer…) está condenado a desaparecer.
P: Alguien debe de estar haciéndolo bien, ¿no? ¿Has leído alguna novela romántica que rompa con estos valores anticuados?
R: Sí, claro, las hay, pero o yo tengo poco tiempo y busco poco, o las portadas y títulos ya me echan para atrás, o me voy volviendo más radical con la edad (que sí), pero hace unos años, antes de la trilogía bestseller maldita, me costaba menos encontrar novelas que me interesaran. También es cierto que la cabra tira al monte, así que prefiero historias paranormales (abandonadas casi por completo, al menos por las editoriales) o con tramas de novela negra. Vamos, algo que no sea solo un romance, porque el conflicto de las que he leído últimamente (y no acabado) se basa en que los protagonistas son idiotas y yo ya voy mayor para tonterías.
Pero, por ejemplo, la saga Fiebre, de Karen Marie Moning me parece estupenda. El worldbuilding (basado en mitología celta) está muy bien construido y la protagonista femenina evoluciona en cada novela desde el rosa más rosa al negro más extremo. Y el protagonista masculino no cambia por amor, un concepto que me da repelús. El romance tiene el peso justo e imprescindible y no es ñoño ni interrumpe la trama. También tienes a Karen Rose, una magnífica escritora de novela negra, que utiliza siempre un romance que tiene un peso importante, pero que equilibra de maravilla con la trama de investigación.
Ya te digo, en los últimos tiempos encuentro demasiado new adult o young adult y a mí me aburren. Que no digo que esté mal, pero yo me aburro (y en otros géneros leo juvenil sin problemas). Además, tienes casos, como After, que ya son para tirarse de los pelos. El romance entre una «niña buena» y un «chico malo» que es el arquetipo de un maltratador en potencia. Y no es exageración: la agarra, la sacude, le critica el vestuario, le miente y, por supuesto, se apuesta su virginidad —y volvemos al temita de siempre—, pero ya no importa, porque, oye, la quiere. Mira… Vete a… Y eso se vende a niñas de trece, catorce, quince años, que luego dicen que quieren «un amor tan bonito como ese». Sin comentarios.
P: Para ti, ¿qué hace excelente una novela romántica?
R: Pues lo mismo que a cualquier otra novela. Que tenga una trama interesante, que esté bien documentada, que esté bien escrita, que los personajes tengan sus claros y oscuros (y, por favor, que no sean los puñeteros traumas, que estoy de ellos hasta el moño y lo único que me viene a la cabeza es SU-PÉ-RA-LO)… Vamos, lo mismo que le pido a cualquier otro género. También es cierto que yo soy más lectora de forma que de fondo, así que, si escribes de maravilla, ya tienes el cincuenta por ciento del camino recorrido. Luego dame coherencia en personajes y trama, y ya te valoro bien. Y si ya me aportas cierta originalidad o te sales del camino «marcado», aplaudo con las orejas.
P: Ambas nos consideramos admiradoras y seguidoras de sir Terry Pratchett. ¿Hasta qué punto crees que una parodia es un homenaje y cómo reflejaste esto en Tormenta de corazones en llamas?
R: Podría ser imbécil y decirte que soy la Pratchett española. Pero es que no lo soy. Ni imbécil (discutible), ni la nueva Pratchett (obvio). Una parodia siempre es un homenaje, porque se hace desde el conocimiento y la autocrítica. En una comedia pura puedes desvariar, irte por las ramas o inventarte lo que sea. En una parodia partes de algo que ya existe, reconoces los clichés que tú misma aceptas y les das la vuelta. En Tormenta (Chati, si le haces caso a mi editora) no me río del género romántico. Me río con él. Veo los tópicos que aceptamos como necesarios y los exagero hasta el absurdo (o los retuerzo todo lo que puedo) para reírme yo y, con suerte, que se rían otros. ¿Que habrá quien se pueda ofender? Bueno, si algo me han enseñado los años es que siempre hay alguien que se pueda ofender, pero también que, llegados a un punto, no hay nada sagrado y el humor es la mejor forma de enfrentarte a la realidad. Aceptamos que Pratchett escriba fantasía y la parodie, pero, amigo, si parodiamos otra cosa… mal. Y no.
P: Efectivamente, Tormenta (o Chati) es una novela romántica por derecho propio, no solo una burla o una nube de referencias. ¿Cómo te aproximaste a la caracterización de Carlos y Paula y cómo construiste su relación?
R: Bueno, al ser una parodia resultó más o menos fácil y, al mismo tiempo, muy complicado. Me explico: Chati es una novela de clichés. Pero fuera de los propios clichés, también hay más clichés (no sé si me estoy explicando. En fin), así que Carlos y Paula tenían que ser protagonistas arquetípicos y tener una relación arquetípica… y al mismo tiempo no tenerla. Tenían que ser prototipos y no serlo.
La idea parecía sencilla, pero tuve que pensar en cómo hacerlos caer en todos los tópicos y que, al mismo tiempo, se apartaran de ellos. Así que los arcos están intercambiados y vueltos del revés. Él parece el típico malote que no se enamora, pero en el fondo es un pedazo de pan y el primero en reconocer lo que pasa entre ellos y asumirlo con total normalidad. Ella tenía que ser la típica enamoradiza, pero es la que huye del compromiso. Y también tenía que ser una especie de deus ex nena (que es a donde nos vamos cuando queremos que la protagonista sea «lo más») y resolverlo todo y… pero no puede sin él.
A partir de ahí, la relación se fue construyendo sola, a base de clichés, como el (ojo, spoiler) cliché más cliché de todos los tiempos: «Esto no va a volver a pasar. Es más, no ha pasado».
P: Me dijiste que #NotAllDemons es una parodia feminista del feminismo. ¿Eso como se come? ¿No habíamos quedado en que ya no se puede hacer broma de nada?
R: ¿Quién había quedado en eso? Yo hago bromas de todo. Es mi manera de ver la vida y enfrentarme a la realidad. Lo siento, soy muy rara y prefiero reírme a llorar. Creo que la parodia es una forma amable de crítica, algo que, si vas más allá del chiste, te obliga a reflexionar. Y reflexionar es bueno, evita que nos vayamos a eslóganes trillados y que reforcemos (o modifiquemos) nuestros paradigmas. Además, me toca la moral que «no se pueda hacer broma de nada» porque siempre va a haber un ofendido, porque, chica, somos un país en el que pasa algo y a los dos minutos hay un meme. ¿Qué pasa? ¿Que la literatura tiene que estar al margen de eso? Seguro que Quevedo no estaba de acuerdo.
P: ¿Qué te hace reír y cómo haces reír?
R: El humor es algo extraño y muy personal. Supongo que ahí me tira la tierra y me hacen reír la ironía y el sarcasmo. También el humor «difícil», el que tiene capas y más capas, que te puedes quedar en la primera, en el chiste fácil y reírte, pero si sigues rascando y vas pillando todas las referencias, te ríes más. Ya hemos hablado que soy admiradora de Pratchett, así que creo que él resume muy bien todo lo que me hace reír: crítica más o menos solapada, ironía, humor absurdo, inteligente y paródico. También me parto de risa con Les luthiers, por ejemplo.
En cuanto a cómo hago reír, si te soy sincera, no tengo ni idea. Es parte de mi forma de ser, supongo. Intento tomarme la vida a risa, porque, total, no voy a salir viva de ella. Y escribo humor porque me sale. Yo quiero hacer algo dramático y, de pronto, me encuentro contándome un chiste que no me sabía y me río yo sola, y mi proyecto de tragedia se convierte en una comedia. Se suele decir que es más difícil hacer reír que hacer llorar, pero para mí no es así. Yo sería incapaz de hacer llorar. Creo. No lo he intentado nunca. Date cuenta que lo primero que quise ser de pequeña fue payaso. Mi madre todavía me lo echa en cara. No lo entiendo. A Emilio Aragón no le fue tan mal.
P: ¿Por qué escribes?
R: Es como preguntarme por qué como o bebo. Porque lo necesito para vivir. Suena a frase trillada, y lo es, pero ni yo me libro de caer en clichés. No soy sociable, me gusta más observar que participar y escribir es mi manera de entender la vida. Si algo me da vueltas en la cabeza, surge una historia y la escribo para entenderlo. O me busco amigos en blanco y negro tipográfico porque los reales son escasos y los cuido, no como a mis personajes, que me encanta maltratarlos. No recuerdo no escribir. Es una rutina más, como ducharme o lavarme los dientes. Es lo que soy.
La leche, qué cursi me he puesto. Bórralo todo. Escribo porque soy una utópica que espera hacerse rica y famosa y vivir en una isla del Caribe con una provisión infinita de mojitos y chocolate negro.
P: ¿Cuál es tu última obsesión literaria y en qué estás trabajando ahora mismo?
R: Yo es que soy de esa gente desagradable que lee varios libros a la vez y de temáticas muy distintas, así que me obsesiono poco, más que nada porque siempre tengo varios temas entre las manos, distintos autores y autoras, diferentes géneros… Llevo un libro en el bolso, tengo otro en la mesilla y otro más en la mesa del salón. Más lo que leo por mi trabajo como correctora, claro, que también suma, aunque para el resto del universo sea «inédito». Ahora mismo, de todo lo que tengo entre manos, estoy más obsesionada (o le dedico más tiempo, más bien) con mi «zapatilla vieja que te resistes a tirar porque siempre te encaja», El instituto, la última de Stephen King.
En cuanto a trabajar… Dioses, espero que esto no lo lea Carmen Moreno… Estoy… Eh… Pensando. Eso. Organizándome. Es que tengo varias ideas para un puñado de parodias y no me decido por ninguna. Todas me gustan y ninguna me gusta. Además, llevo unos meses muy locos con trabajos de corrección y solo pude, eso, pensar. Pero sí puedo decirte que será otra parodia y que es muy posible que adentre en terrenos pantanosos sobre frases incómodas que escuchamos todos los días (y que siempre incluyen un «yo no soy, pero…») y sobre lo que es capaz de hacer alguna gente con tal de no trabajar. Ya veremos. La idea está, ahora solo me falta el enfoque, y ahí tengo demasiados que me gustan.
P: Muchas gracias por charlar con nosotras y esperamos verte de nuevo por Libros Prohibidos muy pronto.
R: Muchas gracias a vosotras por la entrevista. Ha sido un placer y, sí, yo también espero que podamos repetirlo pronto.