Año: 2017
Editorial: Boria Ediciones
Género: Relato
No me cuentes cuentos
Aunque está en plena efervescencia la elección de los mejores libros independientes de este año, ya nos llegan lecturas que optan al mismo premio pero en su próxima edición. En este caso os traigo un libro de relatos breves. El primero de este género en este nuevo ciclo.
Empiezo lanzando una pregunta al aire, ¿Qué tiene que tener un libro de relatos para considerarlo redondo? Como siempre que hablamos de cánones, la polémica está servida. Pero me voy a arriesgar a mencionar algunos puntos que considero deben acompañar el fondo y la forma de una obra de este género. Creo que no disparato mucho si digo que en un libro de relatos tiene que haber relatos. No es baladí la afirmación si tenemos en cuenta la pregunta a la que nos conduce casi sin querer: ¿Qué es un relato? Creo que me estoy metiendo en unos berenjenales de los que no estoy seguro de poder salir si no es habiendo recolectado calabacines. Quiero decir con esto que estoy dispuesto a aceptar cualquier texto bajo el amparo de la iluminadora etiqueta de «cuento». No pasa nada, de experimentar también se nutre la literatura. Hay que transitar nuevos caminos. Qué más requisitos le pediríamos a un libro de relatos; pues quizás que haya algún nexo entre los textos que lo componen. No, este tampoco es del todo necesario, Víctor; mira todos esos tochos de obras completas en los que se vuelca (tómese este verbo en su acepción más física) todo lo que un pobre autor clásico ya tirando a cadáver ha tenido a bien trasladar al papel. También podríamos pedirle a una antología de cuentos que nos sirva de acercamiento, confirmación o despedida a un mundo narrativo concreto. Otro aspecto deseable es que el texto tenga un buen lenguaje literario, desarrollado, original y que de contexto a todas sus partes. No sé, como os dije antes, sabía que iba a terminar metiéndome en un embrollo de tamaño considerable. Poned vosotros las exigencias a estos Cuentos grises, porque es aquí cuando quiero aferrarme a ese dicho de sobre gustos no hay nada escrito. Y yo añado: y de disgustos hay escritas bibliotecas enteras.
No calificaría a Cuentos grises de malo. Me parece más un intento por publicar sin haberlo meditado mucho. Un libro incompleto, en el que no se sabe bien qué se pretende mostrar. El que haya un par de relatos de cierta calidad me dice que el autor es capaz de construir textos verosímiles, que conmuevan y que nos lleven a algo más que a un paseo descafeinado por una lista numerada y lineal. El que existan relatos como «Sólo leen novelas» y «Smart TV» me habla a las claras de que Hugo Argüelles (en la foto) está más que capacitado para contar historias. Por eso calificaría la obra como algo descuidada más que como un texto fallido. Y es que, incluso en los relatos que he mencionado (mejor el primero que el segundo), hay ciertos detalles que habría que pulir (principios excesivamente publicitarios y finales excesivamente olvidadizos, principalmente); pero veo en ellos el germen de una voz que sabe emocionar, una voz cargada de conocimiento de lo humano —sobre todo de la melancólica— y capaz de profundizar lo suficiente en las resistencias y costumbres lectoras como para poder conmover al que toma un libro entre sus manos.
Roberto se sentía feliz esa noche en la cama junto a Elisa. Comentaban el transcurso de la cena con las luces apagadas. Roberto dijo que, a partir de una edad, como mejor se estaba era tumbado, en un ensayo de la muerte. Gritó:
—¡Onetti, cómo no mencionar a Onetti!
Cuentos grises, es una obra extraña y algo desconcertante. Lo es sobre todo por el estilo, demasiado expositivo, de muchos de sus textos. Un estilo que parece limitarse a enumerar acciones una detrás de otra sin que estás tengan una clara ligazón entre sí que nos haga sospechar que hay una intención narrativa detrás. Lo es porque encontrar varios relatos con este patrón se hace a veces demasiado complicado de digerir y puede sacar de la lectura. Sin embargo, por eso que comentaba arriba: la habilidad del autor, hallamos momentos chispeantes y promisorios. Da mucha rabia descubrirlos en el libro, porque eso no nos permite abandonarlo a su suerte y nos hace seguir a ver si más adelante encontramos más de estos destellos.
Un gris muy gris tirando a gris
Sí que está bastante conseguido el tono pesimista que recorre de forma transversal todo el texto. Supongo que estos hombros caídos a lo largo de los diferentes cortes van en consonancia con el título y con el nihilismo que se respira al leer estos cuentos. Pero volvemos a lo mismo, la insistencia cansa. Está bien un poco de gris, de desgracia clase turista; está bien pasear por un lugar, imaginario o no, y que nos lo cuenten, pero es que se repiten demasiado estas historias de paseantes; se repiten demasiado algunos temas (funcionariado, bares, apuestas, enamoramientos de desconocidas, etc.), y todo esto hace que nos asalte una sensación de que estamos leyendo una y otra vez el mismo relato. Además, por su longitud, el autor tampoco se ha permitido desarrollar todo el potencial de los textos. Creo que no es casual que el relato más extenso sea el que, a mi manera de ver, salva el libro: «Sólo leen novelas». Este texto tiene muchos alicientes y él solo justifica estos Cuentos grises. No quiero engañar a nadie, no se trata de un relato de los que te dejan sin aliento, pero por el desarrollo minucioso de las psicologías de los protagonistas (sobre todo en lo referido a su sensibilidad), por su guiño a los letraheridos, por su mayor dinamismo y a pesar de que al final deja de lado a uno de esos dos personajes tan bien perfilados, me parece un texto más que digno y que, desde luego, destaca sobre el resto.
Nadie, en ninguna parte, se siente atraído por personas deprimidas. Si quiere estar solo finja que no se encuentra bien del todo.
Este relato y los chispazos a los que he aludido antes me hacen ver en el autor una promesa de momentos mejores, menos grises, más equilibrados y de longitud más allá del punto de hartazgo del escritor. Aquí estaremos para seguir su evolución.