Año: 2017
Editorial: El Transbordador
Género: Novela corta (ciencia ficción)
Poesía y narración inclasificable, qué más quieres
Como resistirse a un poeta represaliado por las autoridades de un mundo que se nos presenta lleno de maravillas pero que rechaza a los que buscan la belleza. Además este poeta se dedica a vagabundear y para hacer su trabajo tiene que adentrarse en el corazón de unos gigantescos árboles, asunto peligroso, para recolectar los poemas que después entrega a sus clientes. La poesía como elemento subversivo, ¿recordáis las legendarias palabras que Neruda dirigió a los militares partidarios de la dictadura en su país cuando entraron en su casa?: «aquí lo más peligroso que encontrarán es la poesía». Eso es lo que me llamó la atención de esta novela: la poesía como motor de la historia y en la raíz del estilo narrativo. Estos dos elementos hacen que esta obra, en realidad híbrida, que toma elementos del fantástico y de la ciencia ficción, resulte original y pueda ofrecer novedades a los lectores con ganas de territorios de frontera. Más lírica bajo otras formas para nuestra web.
El poeta tiene un hijo que lo acompaña en sus peregrinajes en busca de esos árboles que dan poemas. A través de los ojos de este niño, que no miran de forma común, empezamos a ver el mundo, lo acompañamos en su odisea personal y lo vemos crecer y evolucionar. Él es la historia. A través de su soñadora forma de mirar se nos ofrece un trampolín (o un agujero negro) hacia otras dimensiones del ser. Porque sí, la historia pretende hacer sentir, pensar y evocar; nos ofrece una perspectiva cósmica con arrebatos de existencialismo; se va transformando ante nosotros y nos desconcierta (con algún momento de «pero qué me estás contando», tampoco os voy a mentir), casi nunca tenemos una certeza de qué va a suceder a continuación y, por supuesto, topamos con el mayor misterio, uno que sin embargo está continuamente ante nuestros ojos: los igualmas. ¿Qué clase de bichos son? Eso sí, mi conclusión es que como se está comido por un igualma no se está en ningún sitio. Porque puede que sea un animal parecido a un pez muy gordo (disculpad la expresión burda para no condicionar al lector), pero también es una actitud mental y también un transporte estelar y una metáfora del ciclo de la vida, ¡buf, casi nada!
El prólogo, a cargo de Antonio Guisado, y el posfacio, del que se encarga Elías F. Combarro, aportan valor añadido a lo que de por sí ofrece la novela. En el primero se nos cuentan las peripecias y coincidencias que fueron necesarias para que la obra viera la luz en El Transbordador. Este anecdotario encadenado hará las delicias de los fanáticos del mundillo de la literatura de género y sus intestinas casualidades. En el segundo encontraremos un análisis somero pero interesante (con el que estoy bastante de acuerdo) del estilo del autor y de los temas que pueden encontrarse en esta narración, así como de la relación y progresión de los mismos. Dos pequeños textos que sirven para complementar lo que tenemos entre manos.
Varios planos, varios temas, mucha chicha
¿Cuáles son esos temas que parecen ser el eje central de esta obra? Dicen en el citado prólogo que son el universo, la poesía, la soledad, el amor y la transformación. Pero es sobre todo el amor el que impregna cada una de las acciones del protagonista, es quizás el tema que más peso toma en la trama y que además se va matizando en las relaciones que se establecen entre los personajes. Estos distintos amores lindan siempre con lo metafórico (igual que los personajes mismos). Tenemos una historia de amor convencional y romántico (para mi gusto la parte más floja de la historia, aunque más que necesaria) en el primer tramo de la obra. Después una remembranza en forma de cuento fantástico-tecnológico, una fábula filosófica de dolor y resurrección. Se pasa de la apariencia sencilla y, a veces, incluso algo infantil y tópica al arabesco connotativo y vuelta a la sencillez de dos chicos jóvenes están fascinados con lo que sienten. Como ya os había dicho, esta historia es muchas cosas a la vez, tiene varios planos y a veces uno se siente descolocado entre sus páginas. Porque también hay búsqueda de identidad, crecimiento y peregrinación: una forma particular del camino del héroe con trazas de iluminación budista, que el autor aprovecha para cuajar de hitos y portales de enlace hacia nuestro presente. En algún momento de la lectura me preguntaba ¿no será que el hijo del poeta somos todos y ninguno? Aún no he sabido responder.
Ya no soy una anécdota. El rostro de la gente cambia, y de repente se vuelve humano: están todos aterrorizados. Ya no son meros engranajes de la megamáquina. Las muecas de terror personalizan sus rasgos. El terror les devuelve su identidad. Es bueno tener miedo. Yo en el pasado también sentí miedo. Y era como tener una oportunidad. ¿Qué harán ellos con su oportunidad?
Quiero destacar también el gusto que se detecta en el libro por lo humano, concretamente por una visión más global del hombre como especie y de su postura y posición en el universo. Vemos como se va imponiendo una actitud contemplativa en la voz narrativa en primera persona, una pausa y reflexión que coincide con las transformaciones del personaje principal que es su depositario, con su maduración que parece dirigirse hacia la humildad y la aceptación de la insignificancia humana a escala cósmica.
El poder no otorga mérito alguno, sirve únicamente para que la miseria inherente a nuestra condición de seres materiales, sujetos a una biología, una física y una química concreta, no nos distraiga de las preguntas realmente importantes.
Si me recuerda a Bradbury no puede ser malo
El estilo es otro de los fuertes de esta obra. La forma de narrar podría calificarse en muchos tramos de la novela de prosa poética. Personalmente, como no podía ser de otra forma, Ray Bradbury acudió de inmediato a mi cabeza, aunque por momentos la prosa que encontramos en Me tragó el igualma es más recargada que la del de Illinois. Tiene destellos de ciberpunk y, en la descripción de los paisajes y escenarios, se aprecia una detallismo que a veces roza el exceso. También se me vino a la mente la simplicidad de El principito (quizás porque el tono roza en ocasiones lo infantil y no siempre de forma justificada). Pero no creo que sea relevante esta necesidad de encasillar y sí el hecho de que la prosa de Víctor Guisado es excitante y retadora. Tiene altibajos y algunos abusos en el uso de imágenes para la descripción de situaciones y criaturas fantásticas, pues sí (en ocasiones, he tenido la impresión de que el decorado importaba más que la trama); pero son disculpables y se diluyen si miramos la obra en su conjunto.
De hecho algunas descripciones nos asombran y hacen cerrar los ojos mientras nos tomamos una pequeña pausa para visualizar lo que se nos acaba de presentar. Pasa esto, por ejemplo, con la descripción de un astropuerto en torno a la página cuarenta o en la que se hace de la forma de vida del igualma. Mantener tan alto el tono poético es complicado y, a pesar de las objeciones expuestas, creo que el narrador consigue salir indemne de su propia propuesta.
El léxico acompaña a la perfección a ese tono poético y con ganas de conmover que es común a todo el libro. También el uso de metáforas y otros recursos poéticos se hace con soltura y naturalidad, sin que entorpezca para nada la lectura o la haga críptica. En cuanto a la estructura encontramos que el hilo temporal está truncado y son continuos los saltos adelante y atrás en la trama. Esto también está resuelto con suficiencia; es más, creo que tal y como lo hace el narrador sirve para despertar el interés del lector y está al servicio de la acumulación y oscilación de la tensión narrativa. Se percibe como una narración que juega a descubrir y rellenar huecos de la trama en un orden de apariencia aleatoria.
Así que enterré los ojos de mi padre sin más demora. Aquél era un lugar tranquilo y allí podrían crecer y hacer lo que siempre habían hecho: buscar la luz. No he vuelto jamás al lugar. ¿Habrá crecido ya el árbol-monte?
La obra se cierra con una doble circularidad en un final lleno de sensibilidad y preguntas abiertas. Queda un regusto agradable tras habernos dejado engatusar por una historia llena de imaginación, crítica más o menos velada al estado actual de la humanidad y, también, de esperanza en el futuro. Déjense caer hacia el cielo de esta novela, no se esfuercen por despegar, solo láncense, sean un igualma.