Año: 2018
Editorial: Cazador de ratas
Género: Libro de relatos (Ciencia ficción)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
El laboratorio de las letras espontáneas
De Israel Alonso la mayoría solo conocemos su faceta de editor. Él es la mente pensante que hay detrás de la editorial Cerbero, firma que ha sido la responsable de parte nada despreciable de la revitalización de la novela corta de género con sus bolsilibros, y también la principal impulsora de visibilizar autoras, así como a colectivos no tan minoritarios, pero que aun así están infrarrepresentados —y, como la propia editorial está demostrando, tienen mucho que aportar—. Guste o no, el fandom era muy distinto antes de la aparición de esta casa gaditana, y es algo que le debemos a este controvertido señor. Hoy vamos a hablar de su faceta menos conocida, la de autor, con el libro de relatos de su puño y letra: Recetario para combustiones espontáneas.
Dice Nieves Delgado, la prologuista, que Recetario para combustiones espontáneas es una buena muestra de lo que Israel Alonso es capaz de hacer, y me parece una descripción acertada. Personalmente, ha sido el primer contacto que he tenido con su escritura y me da la sensación de que ya la conozco suficientemente bien, ya que en esta colección podemos encontrar un muestrario de registros, estilos, voces y temáticas tan variados que impresiona. Es cierto que hay temas en los que se gusta más, pero el abanico sigue siendo amplio y sorprende por su dominio, atrevimiento y lo bien que resuelve todo tipo de situaciones.
Otra de las cosas que decía Delgado en el prólogo es que el autor es de género, pero es de esos que «escriben bonito». Y sí, de nuevo hay que darle la razón ya que una característica que se da en cada uno de los cortes de este libro es el respeto por las formas, el mimo por la palabra, el no limitarse a decir las cosas de cualquier manera vaya a ser que el lector se canse o no pille el mensaje. No, hay cuidado por la escritura y también hay un pulso narrativo excelente —creo, de hecho, que es su principal arma— para llevar al lector por donde quiere y mantenerlo pegado a la trama. Y ya aprovecho que he abierto el bote para reivindicar el «escribir bonito» en la literatura de género. Una buena historia también puede estar deliciosamente contada. Así que más abercrombies y menos sandersons *se esconde debajo de una piedra y llama a la policía*.
Tal vez el secreto de la variedad de temas que el autor aborda, y de estilos que prueba, es que se atreve con todo. Vemos que para armar el repertorio de Recetario para combustiones espontáneas hace falta haber leído mucho, haber probado todo tipo de voces, desde clásicos a autores actuales. Y, por supuesto, de todo tipo de géneros, no solo del fantástico. Y se lanza, va con el cuchillo entre los dientes, buscando siempre ir más allá, probando, experimentando. La mayor parte de las veces le sale bien, pero hay unas cuantas en las que tal vez se pasa de rosca y le queda un ensayo demasiado artificioso, como es el caso de «El propio ataúd», por ejemplo. Suele salir ganando pero no es infalible.
Y yo quería explicarle que claro, que cómo no, que dentro y fuera, lejos, cerca, arriba y abajo eran relativos, que si uno se apaga, se consume, se le muere la cáscara, lo de afuera, lo normal es que la conciencia, el acabarse de la conciencia, su derramarse, igual no es un derramarse, sino un replegarse, un encogerse, un hacerse bola más que una liberación de gases, que parecía que era lo que era en la literatura y en el cine y en la idea general de la gente. Quería decirle que a lo mejor nos metemos en el vacío, el que no existe, en la sopa primordial y nos liberamos al fin de… («Los átomos, querida»).
Por otro lado, la colección alberga varios cortes que bien podrían ser considerados minirrelatos, o incluso microrrelatos. Se trata de breves situaciones que, en su mayoría, muestran un sentido del humor tan sutil como retorcido. Son pequeñas bromas del autor, entretenimientos destinados a sacar la sonrisa o a enervar al lector, según se mire, como en «Nadie lee», donde el 99% del texto está en una única nota al pie que se lía y se lía para llegar a una conclusión que… En fin, no lo arruino, aunque no es por falta de ganas.
A vueltas con el formato
Vamos a hablar de los relatos. No va a ser un repaso uno por uno, ya que Recetario para combustiones espontáneas contiene, además del prólogo, 16 cuentos y una novela corta, y me llevaría aquí reseñando hasta 2022. Precisamente aquí está una de mis críticas a este título. Los que me conocen saben que me encantan los libros de relatos, pero aquellos que tienen una unidad temática, un sentido y un propósito común —y en este enlace dejo el ejemplo que suelo poner de lo que considero un libro de relatos perfecto—. Vamos, que el hilo narrativo sea lo más fuerte posible. No termino de ver los libros de relatos que son un compendio, una reunión de textos pertenecientes a distintas épocas y distintos motivos. Lo entiendo en el caso de grandes autores ya desaparecidos como selecciones de su obra. Chejov, Highsmith, Cortázar; perfecto. Pero con autores actuales lo veo más bien como batiburrillo, como cajón de sastre. El resultado es algo así como poner en aleatorio tus canciones favoritas. Todas te gustan y de fondo están bien, pero si lo que buscas es una sensación concreta no lo vas a conseguir. Vas a ir saltando de una a otra, de la alegría a la tristeza, de la esperanza al grito de rabia, en una montaña rusa emocional con poco sentido.
Por otro lado, y por razones parecidas, tampoco entiendo los libros de relatos largos. Ni siquiera las antologías de varios autores. Los cuentos tienen varias particularidades, de entre las que destaco dos: son cortos y cuentan historias independientes. Leer un libro de relatos exige al lector estar cambiando de historia, de trama, de escenario, de personajes, de tiempo, etc., muy seguido. No es un drama, pero exige cierto esfuerzo que no todo el mundo realiza de buena gana. De hecho, conozco a muchos lectores que no soportan este tipo de obras por eso mismo. Y creo que es uno de los principales motivos por los que se leen bastantes menos libros de relatos que novelas o novelas cortas.
Por las razones dadas en los párrafos anteriores, no puedo considerar esta colección de 462 páginas en su conjunto tan bien como me gustaría. La he disfrutado porque hay relatos que son bestiales, como vamos a comprobar en un momento, pero no he dejado de tener esa sensación de vaivén, de mareo, de «a ver qué viene ahora».
Las combustiones
Una vez dicho todo esto, yo dividiría los cortes de esta antología en 3 grupos principales: Las pertenecientes a Exilium —un mundo futurista con un worldbuilding propio compartido con otros autores—, los minirrelatos —las pequeñas bromas que comenté anteriormente— y el resto de relatos en sí. Aquí tendríamos 3 posibles libros, o colecciones, o partes de este propio libro, como se prefiera. A continuación, voy a hablar de aquellos cuentos que más me han movido, cosa difícil porque ya digo que el listón está como los alquileres.
El primer relato, «La misma lluvia» es también el que más me ha gustado. Una ucronía en la que Juan Carlos I no dispara a su hermano de pequeño cuando son niños, sino que es él quien resulta muerto. Me parece una pieza impresionante: macabra, no desprovista de un oscurísimo sentido del humor, guiada con una cadencia y un ritmo sobresalientes. Inmejorable forma de comenzar.
Resulta que «8», el segundo relato, también roza la excelencia. Es un juego con el lector, un vacile, una historia que no es para nada lo que parece y que al final, claro, te la cuela. Y seguimos con «El propio ataúd», 3 de 3. Antes lo puse como ejemplo de ser tan arriesgado en sus formas que termina resultando demasiado artificioso. Ello, no obstante, no le resta calidad y, si al final consigues orientarte entre sus molinetes, recibes tu recompensa —en forma de porrazo en los morros, por cierto—.
Ocho pisos. El ocho es un número mágico. Un infinito que también se ha levantado temprano, lemniscata erecta, la serpiente enroscada que se intenta comer a sí misma, ouroboros. Ocho pisos.
Mi segundo favorito es «Carnaza». También fue el que terminó de confirmarme que con Recetario para combustiones espontáneas tenía algo serio entre las manos. Se trata de una historia del Oeste con todos sus pertrechos típicos, pero que discurre por senderos insospechados con una trama de fantasía oscura que lo hace redondo. Perfecto manejo de los tiempos, del tono, del estilo. Lo dicho, redondo.
«Sales de baño» es una de esas bromas que tanto disfruta el autor, de esas que me hacen pensar que tal debería escribir un libro exclusivamente con ellas. Un par de pinceladas, una floritura al final et voilà, minirrelato para enmarcar al canto. «Los átomos, querida», el siguiente por orden, es también conocido entre mis apuntes como «el de la tortilla sin cebolla». Es el más filosófico de la colección. Aquí el narrador se desmarca con interminables parrafadas saramaguianas que se van entrelazando entre sí y que, maravilla, mantienen la coherencia y el sentido. Solo le faltó coronarlo con un final a la altura para tener otro cuento redondo.
Y termino con «Vino» y «Reme», otras dos bromitas. La primera es básicamente un chiste bien adornado y ácido —sobre todo con el mundo editorial—. Y el segundo es que es simplemente tremendo.
Nótese que no incluyo en mi selección ni «El Pulporno», ni «Primera sangre», ni «Kubiyui», no por parecerme malos, en absoluto es así; son un poco MATA-MATA, PUM-PUM-CATAPUM —sobre todo el primero—, pero mantienen el ritmo y estilo tan marca de la casa. Han quedado fuera porque los tres pertenecen a Exilium, que es, como ya comentase antes, un proyecto en el que participa el autor junto a otros como J. G. Mesa o la propia Nieves Delgado, y que considero que quedan bastante descolgados aquí. Son 3 historias, ya digo, de gran valor visual, muy dinámicas y bien acabadas, pero creo que tendrían más sentido en una publicación exclusiva del mundo de Exilium, en su propio medio. Vamos, creo yo.
Y hasta aquí este repaso a Recetario para combustiones espontáneas. Pese a los peros, tengo que darle la razón a aquellos que piden «Israel, escribe más». Me sumo.
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Foto: Andrew Yardley. Unsplash