Javier Font: Huero

Huero. Libros Prohibidos

Año: 2019
Editorial: Autopublicado
Género:
Novela corta (ciencia ficción)

Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020

Roto es mejor

Es con casos como el de Javier Font, autor del que os voy a hablar hoy, que me pregunto si no seré demasiado pesado. Porque no es el primer libro suyo que traigo aquí para todos vosotros. Y, de nuevo, me parece una obra muy a tener en cuenta. ¿Qué ocurre? Pues que, una vez más, vuelvo a repetir que se trata de un autor muy mal tratado por el mercado. Y con esto quiero decir que, a día de hoy, sigue siendo casi un total desconocido —pese a lo pesado que me he puesto con él, pese a haberlo reseñado varias veces aquí e incluso en la revista Windumanoth, y pese a que creo que todo lo que escribe atesora un valor literario poco frecuente—. Pues nada, volvemos a la carga con él, esta vez con Huero, su última novela corta. Seguiré así hasta que lo leáis —y me deis la razón—.

El centro del universo es hueco, cabe en una mano y pesa 21 gramos, más o menos lo mismo que el alma humana. El centro del universo tiene interesantes propiedades geométricas y gravitatorias. Cuando Dora mira a su través, entra en contacto con todo lo que es, ha sido y será. Ella puede ver el futuro repetido y el pasado que está por llegar, puede sentir el planeta orbitando a su alrededor mientras se descompone. Hombres indecentes, ignorantes y enfermos de odio, sienten la tracción de su campo gravitatorio. Ellos anhelan controlar el Aleph incluso antes de conocer su existencia; giran y giran sin un itinerario y se preguntan a cada vuelta por qué el punto de origen se parece tanto al de destino. Huero es una novela negra y de fantasía ambientada en los últimos días de la Alemania nazi, por ella pululan un verdugo novato, un desertor asustado, un coronel desquiciado, un policía arrepentido y una bibliotecaria estraperlista. Todos se mueven en torno a una niña y un artefacto mágico, un Aleph que cambiaría sus vidas si no estuvieran empecinados en su propia destrucción.

Huero es una novela corta de ciencia ficción, aunque por poco no se queda en «solo» novela histórica. Los elementos fantásticos están escondidos y tardan bastante en hacerse verdaderamente reconocibles y a tener peso real en la trama. Pero están ahí. Tal vez, la fuerza de esta obra reside, más que en un planteamiento demoledor con multitud de elementos extraños y maravillosos, en cómo está contada la historia, en la fuerza que hay entre sus líneas y en el —negro, negrísimo— retrato del ser humano que nos presenta.

La novela presenta una estructura rota, como no podía ser de otra manera, ya que está llevada por las vivencias de una serie de personajes que también están rotos. Rotos por la guerra, o que ya venían así de defectuosos de sus casas. Hay saltos espaciotemporales, aunque no llegan a ser tan acusados como en Matadero 5, obra a la que Huero parece estar haciendo un homenaje. Ya no solo por mezclar cifi con Segunda Guerra Mundial, o por la estructura ya comentada, sino porque hay algún que otro Easter Egg repartido por el texto y que os invito a descubrir como si de un Buscando a Wally se tratara.

Y ya que hemos abierto el melón de las sorpresitas y referencias no nos vamos a parar, que este libro está lleno de ellas. Son tantas que cuando lo cerré me quedé con la sensación de que me dejaba algo, que no lo disfruté tanto como habría podido si me hubiera fijado más —o mi cultura literaria fuera más robusta—. Destaca el personaje de Max Stern (Stern significa «estrella» en alemán), que coincide, por casualidades del destino, con el protagonista de Luces de Bohemia, Max Estrella. Sí, voy a tener que ir releyendo a Valle-Inclán. Os recomiendo hacer lo mismo; o eso o leerlo de primeras. Disfrutarlo en cualquier caso.

Huero. Máscaras. Libros Prohibidos

La estructura y los personajes no es lo único roto en Huero. La narración le da a la historia lo que esta exige, y esto es: dosis de crueldad a raudales. Es un libro tan macabro, se ceba tanto con los personajes, que no lo veo apto para todos los públicos. Ya de paso, aprovechando que hablo de esto, la crueldad está tan presente en cada uno de los actos de los protagonistas, que estos terminan confundiéndose entre sí. Es una vorágine de hechos tremebundos que termina tragándose las voces de los personajes y al final todos parecen hablar casi con la misma voz. No del todo, pero casi.

El buen policía llega hasta la puerta de un gran almacén que una vez contuvo miles de libros, ahora ennegrecido como sus pulmones y salvado del bombardeo por tan solo unos doscientos metros. Hay un gorila en la puerta, mastica un palillo que baila entre sus labios, pesará ciento cincuenta kilos de carne apretada, es oscuro de piel, como un oso con ojos de sultana. Luther lo conoce desde hace años, cuando los policías aún perseguían a los delincuentes, cuando no se dejaban gobernar por ellos. Entonces todo era más sencillo, había un orden con olor rancio en las cosas, pero un orden.

Atmósfera asfixiante

No he terminado de hablar de los personajes, aunque se abra aquí una nueva sección de la reseña. Pero he tenido que ponerlo aparte porque Huero consigue crear una atmósfera irrespirable, y parte de la culpa la tienen sus protagonistas. Estos están tan inmersos en la desesperanza que contribuyen a hacer omnipresente la opresión, la incapacidad. Se convierten en una especie de entes huecos —«huero», por cierto, significa «vacío»—, como si en lugar de personas solo fueran espectros condenados a repetir los horrores de una guerra horrible en un lugar por siempre maldito.

¿Es esto algo intencionado? Porque sin duda consigue que la atmósfera sea asfixiante, lo consigue con creces. Aunque, claro, a cambio hace que a rachas resulte demasiado cruel. Y yo no soy un lector remilgado. A ver, que reconozco que alguna lágrimilla —y lagrimaza— he soltado leyendo a Becky Chambers, pero cuando toca bajar al barro, voy de cabeza. Pues, aún así, creo que, al menos en ciertos momentos, el autor se pasa de frenada. Pero no juzguéis esto sin haberlo leído.

Franz estudia las paredes, último testamento en blanco para las últimas voluntades de los colgados al alba, en la penumbra palpa como un ciego las cuatro esquinitas de su celda. Allí encuentra nombres. Encuentra palabras soeces, dibujos soeces y restos orgánicos, esvásticas, estrellas, hoces y martillos, maldiciones bíblicas, que se extienden como un mapa, como un atlas oscuro y lisérgico de la condición humana. El buen desertor se pregunta cada cuanto pintarán las paredes de las celdas. Cada cuanto tiempo una nueva mano de cal hace borrón y cuenta nueva con la memoria de los condenados.

Recomiendo Huero, sin duda. Creo que se trata de una obra de gran interés, muy bien escrita, inquietante como ella sola, y que nos hace preguntarnos cosas incómodas sobre nosotros mismos como especie. Ah, y está autopublicada porque su autor así lo quiere, ya que no chocaría en absoluto dentro del catálogo de cualquier editorial de género. Ahí lo dejo.

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Fotos: Taton Moïse. Unsplash