Javier Font: Las piedras que lloramos

Portada, Las piedras que lloramos. Libros Prohibidos

Año: 2019
Editorial: Autoeditado
Género: Libro de relatos (ciencia ficción)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019

Artesanía con acabado profesional

Que los libros son un todo, una Gestalt que es más que sus partes sumadas, más que una agregación insulsa de piezas sin alma; eso viene a demostrar esta reunión de la producción breve de Javier Font . En un intercambio de correos previos a esta reseña, nos dice el autor sobre su obra:

 

Las piedras que lloramos es una recopilación de la obra corta que he ido desarrollando durante los últimos años, así que probablemente encontrarás una pequeña evolución en el estilo. Hay sobre todo cuentos (a mi juicio los mejores que cogían polvo en el cajón), pero también dos novelas cortas (novelettes si prefieres) que son El rey lunar y Los sueños bastardos. Son dos textos que cronológicamente están escritos antes y supongo que eso se nota, con el tiempo supongo que voy necesitando menos palabras para contar una historia.

Encontramos en Las piedras que lloramos relatos que han pasado por nuestra web, pero también por el blog personal del autor, por la revista Windumanoth o por Supersonic. Porque dice Font que pretende reunir bajo techo común su producción breve, que disfruta mucho del proceso artesanal de edición, de todo él menos de la mercadotecnia. Ahí es donde, desde Libros Prohibidos, queremos ayudar un poco. Porque nos ha gustado esta historia, porque en cada una de sus piezas hay mundos por descubrir y habitar.

Producción serie, Las piedras que lloramos. Libros ProhibidosSí, cada libro autoeditado es una oportunidad para retar a la producción desalmada, esa que reproduce lo igual y vaciado y nos lo mete por las ansias, esa que nos apabulla hasta que no sabemos qué ha pasado ni qué queremos. Sí, este tipo de apuestas pueden guardar el germen de la rebelión. Ante un objeto excepcional uno espera efectos igual de sorprendentes, queremos que los libros nos cambien la vida, aguardamos la maravilla que nunca sucede con la intensidad que creemos necesitar.

Esa maravilla, con un tono algo melancólico, ese contarnos y encontrarnos a nosotros mismos dentro de las letras de otro, asoma ya en las citas que escoge el autor para abrir el libro y continúa para asentarse el prefacio. Fascinación, eso he sentido al iniciar este libro, una de las palabras que más incitan a atender lo que se nos ofrece, a respirar y que el aire entre hasta el último rincón de nuestro ser.

No sé si se puede concluir que esta obra os revolverá u os cambiará la vida, eso son palabras mayores. Pero sí os aseguro un lirismo especial, un gusto por la alegoría y la expresión cuidada que busca la belleza sin renunciar al conflicto. Todo bajo un dominio aparente de los ritmos y los tonos de cada historia. Destreza narrativa y contenidos sugerentes, para mí más que suficiente para adentrarme.

Las piezas del rompecabezas

Como en otras ocasiones, cuando un libro de relatos me llega y apasiona, intento dedicar unas líneas a cada uno de ellos. Allá voy:

  • «Monstruos». Nos gana con la clara referencia a la metamorfosis kafkiana. Nunca falla y en ella se apoya este relato. Vemos ya esa querencia por el léxico cargado de significación de la que antes os hablaba. Un gusto por lo metafórico, por utilizar el lenguaje para algo más que denotar o exponer. Hay puertas ocultas, afán de belleza. Se agradece el tratamiento distintivo de la materia prima en tiempos del producto sin alma, de vender a tu abuela por un poco de atención en el hiperespacio del mundillo escribiente. Este primer cuento es una interesante mezcolanza con trasfondo crítico, algo que también abunda en la obra en general. El hombre que se transforma en bestia. La causa de esta metamorfosis es la que da pie a la trama.
  • «Quizás la sal». Se confirma en este relato la querencia que hay en Las piedras que lloramos por la expresividad honda. Hay afán de estilo e intención de abrir los ojos del lector a la sorpresa. En este cuento sobre formas de vida humanoides pero basadas en la sal hay un más allá en el que no solo se nos cuenta, sino que se nos quiere conmover. Con apenas tres «quizás» se construye una suposición como un fogonazo, que nos deja con cara de desconcierto, pero también con la felicidad difusa que da haber rozado la belleza. Esta pieza podría ser incluida en Crónicas Marcianas sin desentonar mucho por su tono, su melancolía y el registro poético de su estilo.

Quizás en ese mundo blanco reine el miedo. Miedo al horizonte y a la tormenta que oculta. Quizás la sed sea su condena. Quizás las lágrimas labren sus caras.

  • AI, Las piedras que lloramos. Libros Prohibidos«Para gritar pulse uno». Como hemos dicho al inicio de esta reseña, Javier Font ya había paseado por los pasillos de este manicomio con varios relatos, este en concreto tuvimos el privilegio de estrenarlo en nuestra web. Después de su lectura ya no os parecerá tan trágico haber agotado los megas y no poder ver más vídeos de nutrias desfilando ataviadas con trajes regionales. Zen con tila alpina será vuestra próxima llamada al servicio de atención al cliente comparado con lo que el bueno del Marshall V. Dick III —¡qué humos!— tiene que pasar en estas líneas. El quinario de nuestra señora del transhumanismo y mayor dolor. Digamos que te vas a reír con las desgracias del bueno de Mash. Si es que ni a los héroes respetan ya las multinacionales. Además, detrás o después de la risa, te comenzarán a picar las sinapsis y empezarás a preguntarte si vamos hacia lo que acabas de leer.
  • «Tan lejos, tan cerca». Texto muy breve sobre cómo una IA se enamora, sobre cómo parece algo más que una fría conciencia con lucidez no humana. Tangencialmente se toca el tema de la hipervigilancia, del control de la información. Este relato contribuye a erizarnos el lomo con la certeza de que ya no quedan mirillas que no estén visitadas por el gran inquisidor.
  • «El metahumano». En un ambiente de apariencia sencilla, alejado de lo tecnológico, encontramos una reflexión sobre la realidad. Filosofía rústica de barranco con olor a cagarruta de cabra. Asentimos ante el tino que hay detrás del que observa, distante y crítico. Senén, pastor y protagonista, es la conciencia de la naturaleza amenazada, el ser que contempla y espera. Hay sorpresa incluida, no nos van a contar una jornada de pastoreo en el monte alto, no va de un millón de ovejitas clonadas paseando por la Puerta del Sol, tranquilo todo el mundo. Pero vamos, que el buen Senén tiene algo que afrontar, una pérdida o una ganancia, depende del punto de vista, ya veréis. Uno de mis favoritos de todo el libro.

Senén se agacha para acariciar al perro. El Leo lo huele, lo sabe a su manera perruna. Detecta la ebullición en su sesera y hasta cierto punto le molesta. Pero no ladra, simplemente le olfatea a menudo, porque cada día su olor muta. Cambia. Y eso es algo difícil de entender para un cánido.

  • «De arrufos y quebrantos». La aportación marinera al conjunto. Llama la atención la soltura léxica, el dominio de la ambientación tan característica que requieren este tipo de relatos de mejillón y aleta. Hombres rudos, tormentas y embarcaciones con una personalidad muy marcada.
  • «Los árboles del cielo». Una nueva llamada a mirar la naturaleza con respeto, sin la arrogancia del ser humano moderno. Y si no eres capaz de hacerlo te llevarás un buen golpe de rama en toda la jeta. Es este un bello cuento, una advertencia sobre lo mal que pisamos la tierra que nos da vida y el cielo que la sustenta.

Algo lento y pausado. Arbóreo, verde y educado. Precedido de fuegos de artificio, anunciado a los cuatro vientos, pero no escuchado por nadie, porque el ser humano estaba demasiado obnubilado por la perfecta redondez de su propio ombligo.

  • Luna, Las piedras que lloramos. Libros Prohibidos«El rey lunar». Tras un par de cuentos de evocadora belleza, esta continúa presente y se ve acompañada de un recuerdo presentado con esmero y algo de almíbar. Cuando ya pensamos que este relato va a ser no apto para diabéticos, sin mediar preparación, viene el desgarro de la catástrofe a mofarse de nosotros, por ilusos. Asistimos, sin condescendencia ni paños calientes, a la propuesta descarnada: un diario curioso, incitante, jugoso. En él se va descubriendo el meollo. Aunque quizás desentone por longitud —recordar que el propio autor lo definía como novelette—, desde luego no lo hace por contenido. Tanto por su forma epistolar como por su discurrir tranquilo estamos ante un cuento que tiene elementos de sobra para ser disfrutado.
  • «Los sueños bastardos». El otro relato largo de la juntiña; para mí, novela corta. En él encontraremos su poquita de apocalipsis y mundo injusto. Acabé de leer este cuento con la sensación de que había posibilidad de algo más, de que era una historia que pide ser desarrollada. Quizás por la cosmogonía que nos ofrece y la ambientación que nos deja los ojos como platos. Vamos, que nos quedamos con ganas de más. Más de su decir entrecortado y frenético, de la trama que se abre como el corazón de un secreto, más de un ciberpunk mitológico capaz de llevarnos a un estado de evasión tan placentero. Una historia sórdida, sucia, bien llevada hacia los defectos más flagrantes del alma humana. Casi sentimos cómo nos contamina con la avaricia galopante que exudan sus páginas.
  • «El quinto día». La fantasía que se mezcla con la realidad, el hombre interviniendo en sus sueños para llenarse los bolsillos. El todo vale para alimentar el zurrón, otro cuento sobre la avaricia.
  • «Los vectores del caos». En todos los relatos de Las piedras que lloramos se atisban influencias y lecturas previas, aquí hallamos quizás el caso más claro. Reconocemos ambiente y temática, pero el autor sabe darle su toque personal para que nos interesemos y veamos el cuento como un homenaje y no como una variación insustancial de un clásico. No os voy a desvelar quién es el homenajeado. Somos, como especie, lo que somos y necesitamos que alguien no humano nos diga cuatro verdades. Nuestra reacción más probable la encontraréis aquí.
  • «El orden natural del desorden». O cómo las entidades que nos sobrevivan, al tomar nuestro desarrollo como ejemplo, acabarán igual de enfangadas y metiendo la pata de formas asombrosamente parecidas a sus antecesores. Una extraña historia sobre la crianza de los retoños de unos dioses torpes e imperfectos, sobre la naturaleza del ser y del desaparecer, del acabarse.
  • «Las piedras que lloramos». Un inicio que me ha sorprendido, que me ha hecho llevarme una de las mayores satisfacciones lectoras del año. Me muerdo la lengua para no privaros de la sensación. De nuevo el ansia, el egoísmo, es atacada con una nueva alegoría. Historia corta y sentimental sobre una niña con una forma de ser muy valiosa.
  • «Los dioses idiotas». Termina la antología con este cuento que habla de la evolución de Dios. Porque en el mismo momento que lo matamos ya estábamos pensando en cómo resucitarlo y, sobre todo, en cómo crear uno a nuestra medida. Tiene un chispeante diálogo que os hará sonreír, a no ser que seáis tostadoras sin entrañas ni cuajo. Pero el tono ligero y de aparente inocencia no debe engañaros, los dioses encadenados buscarán liberarse, dejar atrás a sus carceleros y padres. ¡Ay, nuestros padres!, son siempre tan tontos nuestros padres.

Resultado final: rozando la ovación

Una destacada capacidad para plasmar en imágenes impactantes las ideas que contiene cada historia, esta es una de las grandes virtudes de Las piedras que lloramos. Historias que engarzan con maña en este objeto de artesanía. Sonreímos, relato tras relato, al comprobar cómo el oficio del autor se nota y salta del blanco. Qué bien, algo de intención y estilo entre tanto párrafo correcto, eficiente y que solo pretende entretener. La literatura no es solo mercado, no es solo vender y eso se siente entre estas páginas.

Árboles, Las piedras que lloramos. Libros ProhibidosUn punto a destacar de esta obra es el humor que la puebla. Descreído y ácido, cínico por momentos y que va salpicando muchos cortes. Se apoya en la incomodidad humana ante lo normativo y las injusticias que en nombre del orden establecido se cometen.

También es muy característico de Las piedras que lloramos la presencia de la naturaleza, indiferente y salvadora, siempre sabia; es tratada con mimo por el autor como un tema transversal, catalizador de emociones y dadora de imágenes. Una excusa para sintetizar un sentir profundo que va más allá de la mera estética narrativa y que quiere impregnar también nuestra forma de leer este libro.

Muy relacionado con lo anterior, encontramos una ternura y una especie de tono de ensoñación muy presente en múltiples momentos. Esto forma parte de un estilo muy trabajado y con muchas cosas en común de un cuento a otro, lo que ayuda a aportar unidad al conjunto.

Volviendo a su carácter de yo me lo guiso, yo me lo como, es casi inevitable en estos casos la pervivencia de errores menores que en Las piedras que lloramos no son ni muchos ni impiden la inmersión total en lo que leemos. Aunque he de reconocer que cierta redundancia del laísmo me estorbó. Por el contrario, es mérito completamente atribuible a la fórmula que se nos propone la soltura pasmosa para mezclar géneros, tanto que me ha costado calificar la obra. Hay riqueza de registros, de escenarios, de temáticas.

Me despido insistiendo en lo meritorio que me parece poder sacar adelante un proyecto autoeditado de tanta calidad. Algunos dirán que no es para tanto, arrejuntar relatos publicados en revistas para quién sabe qué, pero resulta que Javier Font lo sabe, a mí al menos me ha convencido. Sabe que tiene algo que decir, que merece la pena unir unos cuantos fragmentos dispersos para crear una obra a la que es posible adherir muchas etiquetas: poética, sarcástica, variada, evocadora, con momentos de pánico…, seguro que a ti, lector, se te ocurren más calificativos. Pero, por encima de otras consideraciones, estamos ante una propuesta consciente de lo que ofrece, unitaria y que nos hace saltar con deleite de relato en relato. Encontraréis fallos disculpables en Las piedras que lloramos, pocos; pero me quedo con la osadía y con el saber decir de este libro. Espero que os llegue tanto como a mí.

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Foto de Waldemar Brandt, Franck V., NASA, Casey Horner, en Unsplash