Año: 2020
Editorial: Orciny Press
Género: Novela (fantasía/aventuras)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020
¿Cómo se mete un olifante en un dedal?
Pues eso, que he puesto fantasía y aventura en la etiqueta del encabezamiento como podría haber puesto terror, casquería, épica, weird, antropología, metaliteratura… casi todo le viene bien a esta historia que es ideal para el aficionado a los muebles con muchos cajones con los que hacerse la ilusión de que el caos puede organizarse. Lucificción comienza siendo una cosa para convertirse en muchas otras bien avenidas entre sí. Se trata de una historia de redención pero sin trazas de romanticismo o, quizás, con un romanticismo inverso. Yo que sé, me desconcierta este libro y eso es bueno. No os penséis por lo dicho que leerlo es complicado por enrevesado, no es eso, es que hay mucho condensado en un espacio no muy amplio, el suficiente.
Esta novela tiene multitud de referencias, de puertas a otras obras y lugares que la tiñen en su ambientación y tono, que hacen de ella un saludable juego de los intereses y las adivinanzas; uno que exige al lector, lo que, siempre lo suelo decir, no está de más en los tiempos que vivimos de leído el primer párrafo uno ya sabe que la cosa acaba en boda, casamiento bizarro, quizás, pero predecible. Habrá quien pille al vuelo las alusiones, otros sonreirán antes de tirar de la wiki y algunos preferirán dejarlas pasar para seguir con la trama. Son una complicación, pero una dulce, umbrales a otros lugares que ayudan a construir el cuerpo, gallardo, de esta aventura que demuestra que cuando uno se deja inventar la cosa puede resultar en delirios muy disfrutables. ¿En qué parte del BOE está escrito que las novelas tienen que ser complacientes? Pues eso.
El uso de la metaliteratura es inseparable del espíritu que anima Lucificción, con esta estrategia consigue el autor mezclar situaciones y enriquecerlas, adobar las temáticas, crea ambientes más interesantes y perfila a los personajes con más detalles, con filo y fondo. A unos les gustará más y a otros quizá nada, pero este estar llevándonos siempre a otros lados forma parte de la médula de esta novela.
Lucificción es una historia de aventuras, al menos es lo que se me ha quedado como principal componente de la arcilla con la que el narrador construye su trama. Pero es más, mucho más, es parodia, es descenso a los infiernos, es caballería, es impostura… muchas, muchas cosas dentro del inframundo que se nos ofrece. Pero diría que sí, que principalmente es una historia de aventuras pasada por la Termomix de todo lo que tenía Lluís Rueda en la cabeza, menudo portento y cuánto espacio imaginativo, por cierto.
Protagonista con deseos tabú
El narrador nos presenta a una protagonista bien dibujada. Vemos desde el primer párrafo que está un poco harta del rollo este de estar viva, que tiene ramalazos nihilistas. Muriel Trendicassa se llama la interfecta, sobre ella, en su viaje, se sostiene la historia. El apellido no es casual, ni poco sonoro, marca carácter y destino. A Muriel no la dejan cumplir su deseo: largarse por la puerta del horno; y lo ha intentado con ganas, de muchas maneras, pero no se lo permiten y algo tendrá que hacer al respecto.
Ni mutilarse puede Muriel Trendicassa con garantías, no en ese apartamento que planea abandonar quién sabe si para siempre.
Ya desde su primer encuentro extraño con un taxista experto en terciopelos vemos que nuestra protagonista es una Houdini de manual, bueno, de Necronomicón. Su afán nos lleva al mundo que habita, aunque quiera abandonarlo, y nos va a resultar estimulante. Nos colocamos tras los ojos de Muriel para comprobar la cantidad de detalles que componen la parte trasera de la realidad, sus callejones poco transitados. No podemos evitar tomar posesión de las piernas inquietas de esta escéptica, de su sensibilidad especial que destapa lo común y nos muestra la grieta que da acceso a la maravilla. Sensibilidad sí, porque Lucificción tiene mucho de experiencia para los sentidos. A golpe de imágenes que siempre lindan con lo poético-macabro se nos va metiendo la inquietud en el cuerpo, pero también la curiosidad. Esta cualidad sensitiva está en la misma prosa, en el mismo estilo de narración y nos despierta, con exuberancia y detalles bajo lupa, de la anhedonia vital en la que solemos pulular.
Estilo propio, corte a medida, complementos de orfebrería fina
Relacionado con esa sensibilidad excitada de la que os hablaba hay algo que me apasiona en Lucificción, su estilo riquísimo, casi afiligranado. Hay abundancia de tropos que nos llevan constantemente al asombro, cercanía con un léxico utilizado con afán poético que linda con un esteticismo barroco que, como dios salomónico, aprieta pero no termina de quebrarnos el cuello, no oímos el sonido del derrumbe por el peso de tanta densidad estética. No estamos habituados, quizás sucedió que nos desacostumbró papá mercado, a la prosa con enjundia, con poso y hondura. Encontrarla aquí, sin complejos, como decisión formal, me ha parecido todo un hallazgo.
El autor toma riesgos con este registro, pero creo que acierta, porque en sus párrafos hace confluir mucha significación, con ellos fortalece la construcción del mundo que nos invita a descubrir, da a los personajes matices más allá de la simple reactividad emocional típica de las historias más simplonas. Enriquecer la expresión permitiéndose adornar un poco, a veces incluso un mucho, el lenguaje y utilizar este como vehículo para un tono de humor amargo capaz de presentar lo que la historia necesita en cada momento con una factura que da una impronta característica a la narración. Bueno, para ser justo, a mí es que me gusta mucho una guirnalda y puede que para otros este estilo florido tenga algún farolillo de más, algún exceso; pero creo que con semejante caudal estilístico esto puede considerarse pecadillo venial, rece tres padrenuestros al revés como penitencia.
Relacionada con la anterior cuestión de estilo vemos como Lucificción es un magnífico muestrario de criaturas, un vacile que se marca el autor en lo que a cosmogonía se refiere. Olvidad los clichés al uso, esos zoológicos atestados de quimeras con sarna; no hallaréis aquí Narnias gentrificadas ni señores de los anillos de golfi, puede que solo en la inspiración, muy de fondo, en el patrón argumental. Tampoco encontraréis esos imaginarios que nos han colonizados hasta hacernos creer que hemos nacido en una cloaca de Manhattan. No quiero decir que vayáis a hallar la novedad más absoluta en el universo que se propone, hay anclajes con lo ya leído, cómo no, es imposible ejercer a todas horas de inspirado vate originalísimo. Lo que sí disfrutaréis es de uno de esos placenteros descensos a los sótanos húmedos y apulgarados de nuestro luminoso way of life, os daréis de bruces con los bajos de los bajos fondos, con criaturas que actúan de epítome de lo viciado, chapotearéis como gorrinos psicópatas en un mundo cenagoso que se ha dado la vuelta.
Muchas cosas están al revés en esta historia, punto a favor.
Y es que esta obra nos propone un descenso. Sí, Dante, tu tuviste mucho que ver en esto de fijar la imaginación en los infiernos posibles y su cartografía, que sí, que ya te llegarán los derechos de autor. Es también una especie de oda bizarra a la parte desatendida de la realidad. Perverso e incitante, torsionado pero coherente, burlón y misterioso, así aparece todo el universo que recorre la protagonista. ¡Cómo para dejar pasar la oportunidad de adentrarse!
Lo onírico y alucinatorio es crucial en Lucificción. Sentimos a media que avanzamos en la lectura que vamos a la deriva, que el tránsito guarda sorpresas, que está abierto y que cualquier cosas puede pasar en cada uno de sus recodos. Sí, se narra en esta novela como si camináramos por un sueño balbuceante, colmado de deseos ocultos, inapropiados; fantasías que se despliegan sobre la macha y nos dejan una sensación gustosa de improvisación cimentada sobre pilares de metal precioso pero frágil. El libro no solo se lee, se tantea, como el que busca la caja de plomos después de un apagón que le ha pillado en el palacio de Versalles (elíjase la construcción megalómana que a cada cual más le guste). Acabamos pidiendo más de este andar a oscuras, inseguros, algo ansiosos, con un destello de luz siempre de fondo. ¿Y si abandonamos la búsqueda de esa luz?, nos preguntamos mientras acompañamos a la protagonista en su descenso, escalón a escalón, al infierno triparriba que es esta historia, ¿y si nos dejamos morir en el sueño lúcido que se nos propone? Tentador.
Sin embargo, el templo invertido, incrustado en la tierra, o en el infierno, le parece indeterminado, puede que la suma arquetípica de cientos de catedrales e iglesias aprehendidas a lo largo de sus viajes. Sea como fuere, se halla sobre el techo de la conjetura junguiana y no le será fácil salir del entuerto.
Pero no os apuréis, que hay mapa, albricias, de todo este mundo sorprendente. Historia onírica con cartografía, quién no querría recorrer con libertad y en buena compañía los paisajes del infierno.
Oro parece wolframio no es
Lo que al principio parece un cuento urbano en el que se nos van a contar las cuitas y problemas del primer mundo de una señora con más ansiedad que Indiana Jones tocándole la flauta a una cobra pronto se transforma en un tránsito, en un titubeante cruzar el pórtico. La señora Trendicassa enseguida se topa con individuos extraños, son siempre las malas compañías buenas las que te llevan al infierno. La protagonista de Lucificción desciende, abandona la realidad que la hace sufrir y nos encontramos con ella viajando por el mapa que os he comentado antes. En este punto nos arrellanamos para disfrutar del efecto Alicia atraviesa el espejo, nos ponemos cómodas y suspiramos porque intuimos que lo que tenemos por delante promete, intentamos asumir y aprehender la cartografía del submundo por el que ya nos movemos como un personaje más, estamos dentro, vamos con los actores principales a correr aventurillas con peligro de muerte o de quema de pestañas, somos uno más de la compañía.
Hay algo que gustará a los lectores con querencias por lo herético: los católicos fanatizados son los malos de este embolado. También es fuente de placer el que la Muriel Trendicassa sea una escritora y vaya asistiendo a lo que le pasa como si estuviera sacado de uno de sus libros. Vivir en o dentro de los libros, fantasía lectora por excelencia para tantos pequeños Bastian que merodeáis por esta casa de orates.
Que no se preocupen pues los satanistas convencidos, en Lucificción se hace justicia a la memoria de su patrón. Hay cameo de Lucifer para las hambrientas bocas, un Satán que por fin muestra su rostro. Pero que no miren los del redil de las cosas como dios manda, que no miren porque se les quemarán las pupilas con lo que Belcebú es y con lo que saldrá de sus fauces inesperadas.
—Vengo a atormentarte con la verdad, a borrarte de este y cualquier mundo. A dar fe de la decadencia de tu falsa religión y a dar testimonio de tu abolición aquí y al otro lado del Costurero. Te ofrezco paz, luz, descanso. No busques perdón.
Voy terminando. Quiero señalar que Lucificción a veces tiene cierto aire culturalista posmo, que te puede derribar por la acumulación de referencias y citas, pero, claro, ya se sabe lo que dice la pedagogía moderna del eterno niño malcriado que es el Posmodernismo, que hay que dejarlo a su aire, porque así veremos brotar de su boquita de piñón y madreperla chispas de genialidad y disfrute.
Me marcho en paz, con la certeza de que las cosas no son lo que parecen, de que hay un mundo al revés que se decanta tras la muerte elegida y que es inmenso y confuso, pero en él tenemos una misión que no por alegórica y oscura deja de ser apetecible. Así que:
Creo que debemos regresar a la ficción y a sus consecuencias, a la mecánica de la elección y la tergiversación consciente.
Tengan ustedes un feliz viaje de descubrimiento por el territorio más allá del mundo. Se despide, un converso.
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Fotos extraídas de Pixabay