Rafa Moya: 21 maneras de hervir una rana

21 maneras de hervir una rana. Libros Prohibidos

Año: 2017
Editorial: Autopublicado
Género:
 Relatos (narrativa)

21 maneras de maldecir tu trabajo

Un par de años después de reseñar Hormigas en la playa volvemos a tener a Rafa Moya con nosotros. Me encanta cuando repetimos autores y podemos leer sus nuevas propuestas. Y también comprobar su evolución. Hoy hablamos de su último trabajo, 21 maneras de hervir una rana, libro de relatos ambientado en el mundo laboral, las oficinas, los curros de 9 a 6 y demás cosas del fascinante mundo corporativo.

Con un sentido del humor ácido y socarrón, y un gusto por el esperpento que ríete tú de Valle Inclán —es una frase hecha; nunca, repito, nunca te rías de Valle Inclán—, Rafa Moya nos regala nada más y nada menos que 21 situaciones diferentes que giran alrededor del trabajo. El trabajo, AKA profesión, ocupación, empleo, curro, laburo, tajo, esa cosa en la que pasamos un porcentaje de nuestras vidas muy superior al deseado y que nos permite vivir con cierto grado de siempre menguante dignidad. En 21 maneras de hervir una rana nos encontramos, casi siempre en modo de parodia, con una crítica al mundo laboral, especialmente al corporativo: la gran empresa, con sus desencuentros, vicisitudes, lugares comunes, molestias y psicopatías varias. En estos cuentos, que le sonarán sobre todo a los empleados de este tipo de oficinas, hayamos a personajes alienados por un entorno antinatural y despiadado, desde aquellos hastiados que solo cumplen expediente, a los tiburones y buitres que van pisando cuellos al trepar por la escarpada superficie de la pirámide.

Me ha convencido Rafa Moya con su escritura. Controla los tiempos del relato con soltura, lleva las riendas con firmeza y lleva al lector por donde quiere. Tiene muy claro su objetivo y sabe ejecutar sus ideas tan bien como las plantea. Sus creaciones son hábiles, su imaginación está viva como el rabo de una lagartija, y su escritura es ágil y efectista. Este libro da ganas de leer más de él y no se me ocurre nada mejor que le pueda pasar a un autor.

Casi podría asegurar que estas 21 situaciones se dan en un mismo universo —incluso el autor se permite dejar algunos guiños entre relatos, o como se les llama ahora, Easter eggs—, creando una confidencialidad con el autor y aumentando esa sensación de burla constante al mundo corporativo. Esta camaradería que se forma entre escritor y lector es difícil que se dé si no se conocen estos ambientes de oficina; a aquellos que nunca hayan tenido el gusto —o la desgracia— de haber trabajado en este tipo de lugares, les va a ser más complicado encontrarle la gracia. Aunque, también hay que decirlo, la calidad y originalidad de los relatos debería bastar para gustar a cualquier tipo de público. Y es justo aquí donde viene mi gran «pero».

Voy a tratar de poner orden que sé que me estoy liando. Como acabo de decir, 21 maneras de hervir una rana tiene capacidad y calidad suficiente como para gustar a cualquier tipo de público. No obstante, el hecho de que sean 21 relatos circunscritos a un mundo tan estrecho se vuelve en su contra. Ya no solo la temática es siempre la misma, o muy parecida, sino los personajes, los ambientes y las motivaciones. Dicho de otra forma, este libro termina haciéndose repetitivo y los últimos cuentos, aunque también válidos, pierden la frescura y el factor sorpresa. Llega un momento en el que parecen todos iguales y es injusto.

Es la primera reunión, me presento como nuevo presidente. Todos querían estar en mi sillón, pero son estúpidos y punto. No saben la sorpresa que les espera. La primera reunión y se van a enterar: quiero echar a unos cuantos gerentes, les tengo ganas. ¿Hay espejo en esta mierda de despacho? ¡Ah, sí!, en el lavabo. Eso está bien, un lavabo para mí, no tengo que compartirlo y nunca me encontraré pelos que no son míos. Todos son idiotas; ya lo decías tú, padre.

21 maneras de hervir una rana. Corporación. Libros prohibidos12 maneras de hervir una rana

Siento ser tan estricto, pero es verdad que hubiera disfrutado mucho más este libro de haber tenido una extensión más reducida; la mitad, más o menos. A continuación, voy a repasar los relatos que me han parecido de mayor valor y originalidad y con los que yo habría conformado 12 maneras de hervir una rana de tener el gusto de ser el editor de Rafa Moya.

Empezamos con «El clip», relato muy divertido que abre la colección. Va escalando en intensidad, volviéndose más y más bizarro. El siguiente es el que considero mejor corte de todos y al que pertenece la cita de un poco más arriba: «Señor presidente». Me parece extraordinaria la forma en la que el autor capta la esencia de estos peces gordos prepotentes y sin escrúpulos que, por desgracia, acaparan el poder.

Los tres cortes siguientes del libro original entrarían uno detrás de otro en mi selección. Se trata de «Un día laborable», donde el autor vuelve a la astracanada que tan bien se le da, «El intermitente», relato que critica esta vez a los idealistas que hablan de dejarlo todo y seguir tus sueños —y que arrea de paso a los tópicos—, y «La decisión de Víctor», que cuenta con un giro de esos que te dejan tieso.

Le seguirían «La entrevista», simulacro de entrevista de trabajo donde, por una vez, se dice la verdad en lugar de las obvias y frecuentes falsedades, y «El atentado», donde la colección original empieza a acusar el desgaste por tanta repetición de entorno y uso de lenguaje corporativo. Y todavía nos quedan cinco cuentos para terminar la selección.

«El sabor de las cerezas» es de lo mejor de todo el libro. Cortito, contundente, directo y personal. «Uno de los nuestros» sigue rayando a gran nivel, dándole una nueva dimensión a la crítica a la gran empresa. Luego vendría «Preferiría no hacerlo», también muy divertido, de un humor bastante más absurdo que lo demostrado en el resto de 21 maneras de hervir una rana.

Al mediodía se despierta, se ducha, se arregla. Quiere ir a tomar un vino blanco o quizá un vermut de la casa en una de las terrazas de la calle principal. Hace un sol primaveral y pide unas olivas verdes. A su lado, varios jóvenes hablan y ríen en voz alta. Decide no ir nunca más al trabajo.

Finalizamos con «Planes de expansión», un desmadre en toda regla, esperpéntico, gracioso y genial. Y con «La incidencia», que también, por reincidente y reiterativo, sería el último en entrar en esta particular selección.

No voy a dejar de recomendar este libro, sobre todo a los oficinistas, pero sí que voy a avisarles de que deben leerlo muy poco a poco, a pequeños sorbitos, para evitar una posible saturación temática.

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Foto: Dylan Nolte. Unsplash