Obra finalista de los Premios Guillermo de Baskerville 2018. Categoría de novela corta.
Año: 2017
Editorial: Apache
Género: Novela corta (Ciencia ficción)
Un éxodo frenético y constante
Esto es algo que no todo el mundo sabe, pero el autor de la obra que traemos hoy, David Luna, estuvo a punto de ser doblemente nominado a los pasados Premios Guillermo de Baskerville. Además de por Laberinto Tennen en la categoría de novela, íbamos a incluirlo en la de novela corta por El ojo de Dios. Sin embargo se quedó fuera por un par de meses en la fecha de su publicación. Fue una lástima, ya que me hubiera encantado ver cómo se batía esa obra —ganadora del premio Alberto Magno— frente a los otros monstruos de la categoría. De cualquier forma, no creo que al autor, coleccionista de premios, le preocupe demasiado.
Bienvenidos a Zigurat.
Los colonos de este misterioso planeta llevan siglos sobreviviendo en un entorno extraordinariamente agresivo.
Durante ese tiempo, han sufrido una evolución acelerada que los ha terminado transformando en algo… distinto.
Ahora, con la llegada del calor extremo, y bajo el liderazgo del capitán de la Guardia Real, han de iniciar un éxodo repleto de amenazas.
Su destino es el Edén, ¿o se trata del infierno?
En Éxodo, David Luna vuelve a transportarnos a un planeta remoto y de condiciones adversas, entorno en el que el autor parece desenvolverse de maravilla. En esta ocasión, encontramos un escenario todavía más complejo, peligroso y extraño. Sin embargo, las complicadas condiciones de vida no son tan evidentes como en la ya mencionada El ojo de Dios, sino que la atmósfera le llega al lector de una forma más sutil todavía: la ferocidad del entorno se conjura sin cesar sobre los protagonistas como nubarrones que amenazan tempestad, dando lugar a una terrible urgencia que no para de crecer. Es este, sin duda, un título todavía más psicológico y penetrante.
Aunque quizá la palabra que mejor defina a Éxodo sea intenso. Porque la presión sobre los personajes —y sobre el lector— no termina con el fantástico trabajo de ambientación. Desde un primer capítulo para enmarcar, el ritmo es de taquicardia. Todo transcurre a velocidad de vértigo en una huída hacia delante a la que no se le ve el fin. Este agobio, esta intensidad, llega nítida al lector, y le conmina a pasar las páginas de una forma tan eficiente como si estuviera usando cliffhangers —cosa que no hace—, pero mucho más elegante.
Patea torpemente hacia ellas, crujen sus espolones al alargarse hasta parecer espadas, y corta con limpieza el extremo inferior del capullo 1: cae a plomo el contenido. «Hola, hermanita», parece decir con sus pupilas en fase de normalización, brillando emocionadas. Despierta el enorme cuerpo de la otra princesa, atónita, en el exterior antes de lo que imaginó, para perder la cabeza de inmediato, cercenada por la que será la nueva reina. Acomete la misma tarea con las vainas 4 y 5. Otro par de cabezas sueltas, bolas de cañón que ruedan camino de ninguna parte.
La reciente monarca apunta entonces su mirada brumosa de ojos hipertrofiados hacia nosotros, y nos cuadramos de inmediato mientras los senadores y los sacerdotes se arrodillan agachando la cabeza en señal de respeto y sumisión. Sí daremos la vida por ella sin pensarlo.
Estas dos características, ambientación y ritmo, bien trenzadas con un control absoluto de los tiempos y las fases de la novela —me maravilla el modo en que el autor une el final con el principio, por ejemplo—, consiguen que haya una comunión entre el lector y la obra. No importa si apenas hay datos concretos del planeta Zigurat, no pasa nada si no se sabe cómo son estas ciudades-colmena que habitan los personajes, es irrelevante si no se llega a conocer en profundidad a los protagonistas; la historia traspasa los límites del papel, elimina las fronteras y hace que el lector viva ese mundo, esté presente, participando del éxodo, queriendo salvar como sea a la reina.
Una duda (más o menos) razonable
Como se puede ver, he quedado pasmado por esta obra. Su embrujo ha tenido efecto en mí, aunque no del todo, ya que tengo una única aunque poderosa objeción: me falta el porqué. No entiendo el porqué, y me explico a continuación. Según se nos cuenta en Éxodo, la acción tiene lugar unos quinientos años en el futuro. Suponiendo que la colonización espacial más allá de nuestro sistema solar no comience hasta el siglo que viene, podríamos decir que todo ocurre sobre el año terrestre 2600. Me gustaría saber qué hace el ser humano en el planeta Zigurat, qué se le ha perdido allí, por qué tratar de colonizar un medio tan hostil en el que la vida es casi imposible y en el que el ser humano es poco más que un insecto. Por qué haber llegado al punto de evolucionar a una sociedad-colmena que acorta drásticamente la duración de la vida en, al menos, un 70%. Por qué preferir una vida tan extremadamente dura, incómoda, nómada, peligrosa y sumamente cara en un planeta del que no se está extrayendo nada en especial. ¿Acaso no se han descubierto otros sistemas más habitables en todo ese tiempo; sistemas de los que sacar recursos sin tener que arriesgar constantemente miles de vidas y, sobre todo, sin tener que modificar a los humanos?
Nuestros técnicos comienzan a descifrar sus distintos patrones de comportamiento; suponemos que huyen igual que haremos nosotros del sofocante calor por venir. Llegamos a creer, barajando opciones plausibles, que ni siquiera son violentas per se, sino que si resultan destructivas es a consecuencia de su descomunal tamaño. Pasan por aquí y arrasan las torres. Sin más. Las torres y lo que se les ponga por delante. Esto ya lo vivimos hace cuatro años. Tiraron abajo quince, incluida nuestra antigua Cazzia. Fue un desastre, no nos extinguimos de milagro.
Todas estas preguntas surgen del propio narrador, que se refiere varias veces a la Tierra, que habla de ella y se considera a sí mismo humano. Ese contacto hace que broten todas estas cuestiones sin resolver que me han sacado tantas veces de la historia y que han impedido que me haya creído de verdad lo que ocurría. Estoy convencido de que si no hubiera habido ni una sola mención a la Tierra —que, por otro lado, creo que es un adorno innecesario— esto hubiera sido distinto y hubiera fluido mucho mejor.
En fin, se trata de una duda personal que se puede deber a que soy más tiquismiquis de la cuenta, o que no me he enterado de nada, ya que he visto alguna otra reseña de la misma obra —esta de Esteban Betancour es espectacular— y no se menciona nada semejante. De cualquier modo, no enturbia una novela corta que creo que todos los amantes de la ciencia ficción deberían tener, como mínimo, en su lista de pendientes.
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Foto: Denys Nevozhai. Unsplash.