Título completo: La Cosecha de Sanheim; Los hijos de las tinieblas; y La sombra de la Luna
Años: 2009/2010/2011
Editorial: Alfaguara; Hidra (2011); Autopublicada (2018)
Género: Novela (Fantasía oscura/juvenil)
Bienvenidos a Rocaravancolia
Esta reseña debería empezar con las notas de Carmina Burana, como Excalibur, porque al fin puedo escribir sobre esta trilogía —El ciclo de la Luna Roja— y que la persona que quiera leerla no se vuelva loca buscándola en tiendas de segunda mano. Pero a falta de música y avisándote de antemano que soy muy fan, dejemos que sean las palabras de su autor, José Antonio Cotrina, quienes la empiecen.
La ciudad estaba inquieta. Era noche propicia, tiempo de cosecha, y el crepitar de la magia lo poblaba todo. En las alturas centelleó un relámpago y un instante después estalló el trueno; resonó en la oscuridad como el rugido de una bestia inmensa. Llegaba la hora.
Ha llegado la hora, después de un viaje azaroso por dos editoriales, de que El ciclo de la luna roja vuelva a las manos de su autor, José Antonio Cotrina, se vista de gala y se «haga dueña y señora de los cielos» en una reedición muy esperada por todos sus fans.
Estoy convencida de que si esta trilogía fuera americana ya habría película y Cotrina ganaría lo mismo que Stephen King. El gran logro de estos libros, que ahora se reeditan con una maravillosa cubierta de Libertad Delgado, no es que sean de las mejores obras de fantasía juvenil que se han escrito en muchos años —que lo son—; el mayor triunfo de Cotrina es haber ideado Rocaravancolia, esa ciudad viva en la que la magia no deja de sorprender y que cuenta con uno de los mejores worldbuilding que se han diseñado en la fantasía —juvenil y adulta— de este país en muchísimos años.
Dos tramas que se entrelazan
La historia de La cosecha de Sanheim, el primer tomo de la saga, al que le siguen Los hijos de las tinieblas y La sombra de la luna, empieza con dos tramas que se entrelazan en una danza magistral dirigida por Denéstor Tul, un demiurgo. Por un lado, la trama de los adolescentes —la «cosecha»—, doce personas que llegan a Rocaravancolia para correr aventuras increíbles y luchar por su vida. Y, por otro, la de los adultos, las criaturas de ese extraño mundo inmersos en una guerra de propósitos, en ocasiones, por completo imprevisibles, a quienes los adolescentes muchas veces no les importan nada.
La dicotomía presente en novelas como La historia interminable, de Ende, aparece de nuevo aquí. La emperatriz infantil, la semilla de la que nacen las historias, enfrentándose al Viejo de la Montaña Errante, el rigor que se necesita para escribir. La juventud, que es la que da la vida a la ciudad, es ignorada por las intrigas de los personajes del Consejo, que son pesimistas en cuanto a su supervivencia ¿Cuánto de Cotrina tendrán Dama Desgarro, Enoch el polvoriento o Rorcual, el alquimista que por torpe se volvió invisible? Si nos pusiéramos a elucubrar en plan críticos, seguro que llegábamos a conclusiones sorprendentes (que luego por lo general no tienen nada que ver con lo que el autor quería decir, pero molan un montón).
Personajes magistrales
En El ciclo de la Luna Roja, los doce chicos, cada uno de su padre y de su madre y nada acostumbrados al riesgo y al peligro, deberán enfrentarse a los monstruos de la ciudad mágica y a sus miedos para poder sobrevivir. Aunque la historia empieza con Héctor, un muchacho gordito y algo torpe, lo cierto es que el narrador omnisciente hace que empaticemos uno a uno con todos los personajes de la cosecha (Alex, Marco, Natalia, Hector, Bruno, Lizbeth…). Con maestría, sin caer en tópicos ni en clichés, los personajes transmiten unos valores, una variedad de características y de físicos que son de agradecer en una novela dirigida al público juvenil (no son chicas estupendas y guapísimas y malotes musculosos, demos gracias).
Los miembros del Consejo y los habitantes en general de Rocaravancolia tampoco se quedan atrás en el elaborado diseño de personajes. A Cotrina le gustan mucho los monstruos y es de lo más creativo en su realización —como podemos constatar los lectores de Las fuentes perdidas o Crónicas del fin— pero tengo especial cariño por las criaturas de estos libros, seres fantásticos con una mezcla de lo más curiosa entre mitología y cotidianeidad, dignos ejemplos de un horror decadente. Los pájaros de trapo, la anatomía repelente de Dama Desgarro, la presencia inquietante de Esmael, el ángel negro, el mismo demiurgo que atrae a los chicos a Rocaravancolia, Denéstor Tul… personajazos que se van creciendo y nos van atrapando en sus garras a lo largo de los tres tomos de la saga.
«Monstruos», pensó Denéstor mientras avanzaba hacia ellos, sintiéndose el centro de todas las miradas. «Eso es lo que somos. Monstruos y demonios. Engendros y fantasmas»
Rocaravancolia: el worldbuilding
Pero, indudablemente, como decía antes, el mayor logro de Cotrina es ella, Rocaravancolia, una ciudad que transpira vida y en la que la magia no deja de sorprendernos. Es un personaje más que el autor nos deja ir conociendo a pinceladas, sin saturarnos, con ese estilo pulido y poético que tiene. La cita del inicio de Italo Calvino ya nos avisa de lo que vamos a encontrar al adentrarnos en ella: «Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda otra». La cosecha de adolescentes es la última oportunidad que tiene el reino de Rocaravancolia de recuperar su gloria perdida, pero en treinta años ninguno de los jóvenes de la cosecha ha sobrevivido para ver salir esa Luna Roja que desencadenará la era de las rarezas y los milagros.
Fuera clichés en El ciclo de la Luna Roja
Puede que cuando empieces este libro (si has leído otros del autor, como La canción secreta del mundo, tan original y tan poco tópico), arrugues un poco el ceño. Noche de Halloween, adolescentes llevados a otro mundo que tienen que luchar por su vida, monstruos… ¿Cuántos guiones de cine, cuántos libros hemos visto que parten de la misma premisa? Pero estamos hablando de Cotrina, un mago a la hora de darle el giro al cliché y convertirlo en algo totalmente insospechado y original. El ritmo comienza pausado, a pesar de ese inicio tan trepidante en el que casi parece que oigo de fondo la música de This is Halloween poniéndome los pelos de punta. El autor nos deja conocer de la mano de los doce jóvenes la ciudad, nos deja confiarnos y admirar su belleza salvaje, conocer a los otros seres que también la habitan, para luego empezar a acelerar y terminar en un final apoteósico que te hará ir a buscar desesperado la continuación de la saga de El ciclo de la Luna Roja. Afortunadamente, salen las tres en menos de un mes.
En resumen, que vale que se me nota que soy fan, pero es que estos libros fueron los que me atraparon entre sus redes, los que le otorgaron el mote de Maldito Cotrina (búscalo, ya es hashtag) así que no sé qué esperas para leerlos.
Empieza El ciclo de la Luna Roja con La cosecha de Samhein, la primera parte.
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Ilustraciones: Libertad Delgado