Nos hemos retrasado un poco, pero en los últimos tiempos Libros Prohibidos se ha instalado en la locura y apenas hay tiempo para nada. Hoy traemos por fin la entrevista a Daniel Pérez Navarro, ganador del Premio Guillermo de Baskerville 2017 a la mejor novela corta por Los príncipes de madera.
Antes que nada, Daniel Pérez Navarro, enhorabuena por el premio.
Ha sido un placer recibirlo. Muchas gracias.
Los príncipes de madera ha estrenado la categoría de novela corta de nuestros premios. ¿Lo esperabas?
Pues no. Sé que suena a respuesta oportuna y educada, pero es la verdad. También es un tópico que diga que cualquiera de las cuatro novelas cortas podría haber ganado, pero es que en este caso también es la pura verdad. Aunque las redes sociales a veces son un termómetro engañoso, me daba la sensación de que la actividad entusiasta que desarrollaban los lectores en torno a las ficciones de Nieves Delgado, Cristina Jurado y Felicidad Martínez, tanto en Goodreads, como en facebook, Twitter o blogs, las convertía en favoritas. Como digo, cualquier finalista se podría haber alzado con el galardón.
El formato de los Premios Guillermo de Baskerville hace los finalistas reciban reseñas de distintos blogs a lo largo de dos meses. ¿Cómo viviste el proceso?
Procuré distanciarme. Cada vez me molesta más el ruido, y no hablo de la jauría sorda de las rrss, sino del que yo genero. Puede parecer que monto poco, y mucho me parece. Me dije: si te lo dan, genial; y si no, igual de genial. Me parece estupendo que tres de los cuatro finalistas hayan sido mujeres que escriben ciencia ficción, fantasía y terror, y no porque se le haya dado la vuelta a lo que han sido tradicionalmente las cuotas de género a la hora de seleccionar en la mayoría de premios literarios. Las historias se lo merecían. Creo que se puede afirmar que en el género fantástico español, y en novela corta en concreto, en estos dos últimos años la situación ha mejorado para las autoras. No es que se les hayan abierto las puertas. Diría que las han echado abajo. Y lo han hecho con un mayor número de títulos publicados, con calidad, con inventiva y con nuevos puntos de vista.
«¿Por qué algunos críticos aplauden el ritmo de una película o de una novela cuando se mantiene constante? ¿Por qué hablan de ejercicio de contención narrativa y de espléndido uso del tiempo? ¿Espléndido?»
Se ha especulado un poco (mucho) sobre el significado de Los príncipes de madera y su estrecha relación con la obra de Béla Bartók. ¿Podrías desvelar esto?
Bartók forma parte del andamiaje de la novela. Creo que no es necesario darse cuenta de que está ahí, de hecho me molesta cuando en alguna obra, sea musical, cinematográfica o novelesca, el autor se empeña en que se vean los cimientos. El método tiene que estar presente, sin planificación y estructura difícilmente vamos a montar nada, pero la armadura se debe quitar de la vista cuando la construcción está levantada. Hay miles de ejemplos de buenas edificaciones, en obras que conocemos al dedillo. Uno de ellos sería El resplandor. Kubrick recurrió a Béla Bartók, pero El Resplandor va más allá de meter música del húngaro en algunas escenas de la película. La historia se va acelerando. Kubrick, como Bartók, dibujó una espiral. Primero pasan semanas, después días, después solo horas. Conforme el tiempo se acorta, la tensión va en aumento. Lo mejor es que da lo mismo si el espectador se da cuenta o no. De manera inconsciente, es más que probable que le esté perturbando, que aunque muchos de los que vean la peli no lo sepan explicar con números de Fibonacci, se dan cuenta de la tensión creciente y de la aceleración. Eso es construir. Y también un buen ejemplo de cómo hacer invisibles los andamios. No soy ni de lejos el primero que lo ha hecho. ¿Por qué algunos críticos aplauden el ritmo de una película o de una novela cuando se mantiene constante? ¿Por qué hablan de ejercicio de contención narrativa y de espléndido uso del tiempo? ¿Espléndido? ¿Un 4/4 aplicado también al cine y la novela? ¿Por qué nos tenemos que quedar solo con las canciones de Los 40 principales en 4/4? Claro que se pueden escribir maravillosas novelas en tres actos, con planteamiento, nudo y desenlace, y destinar un tercio de páginas a cada una de esos espacios, pero se pueden hacer otras cosas. Los príncipes de madera, además de hacer referencia explícita al ballet de Bela Bartók, traslada a la narración las espirales que aparecen en la música del ballet. La idea es provocar una aceleración emocional, además de en el tiempo. Seguro que habrá lectores que prefieran escuchar canciones en 4/4. Algunos verán un final atropellado, o constreñido por las limitaciones de la novela corta. No es así. De hecho, aunque amplié la narración de Los príncipes de madera para un proyecto que al final no vio la luz, ese crecimiento no conllevaba más explicaciones ni más páginas en la parte final. Añadí narraciones que tenían lugar en otros escenarios, siempre con el común denominador del Arco, esa macroempresa tecnológica que, a lo Espejico Negro (o, en su versión inglesa, Black Mirror), va provocando desastres con la tecnología que debería hacernos la vida más sencilla. Esas historias complementarias del Arco se han publicado en diversas editoriales y medios, como Mimicry, Kalamazoo, Integrado, Flow dijo el gato o Quien cuando yo grite me escuchará. Han aparecido en SuperSonic, NGC, Cerbero o como audio relatos en Noviembre Nocturno.
¿Crees que la novela corta de género está en auge?
Con todas las excepciones que se quieran poner, el relato y la novela corta han sido los medios en los que más ha brillado la narrativa de terror y ciencia ficción. No me refiero al hecho de que la imaginación se haya tenido que adaptar al máximo número de palabras que admiten las páginas de una revista o un libro de bolsillo, sino al hecho de que Machen, Howard, Lovecraft, Poe, Le Fanu, Blackwood, Hawthorne, Hodgson, Ashton Smith, Vernon Lee, Tiptree, Ballard, Bradbury, Asimov, Dick y un largo etcétera han dado golpes sobre la mesa en las distancias cortas. Las modas han sido eso, modas, y parece que de las trilogías, tetralogías y heptalogías de los últimos años algunos han vuelto a la novela corta, la que se puede leer en una tarde o en cuatro viajes de metro. Me parece genial, también en lo egoísta. Mi manera de contar es la del mínimo de palabras. Buscar la mayor expresividad con el menor número de párrafos. Ideas que se agolpen de una página a la siguiente. ¿Quién inventó la expresión idea desaprovechada para sugerir que el autor debe dedicar decenas de páginas a cada imagen que plantee? Como lector, huyo de eso. Aparecen esas tesis doctorales de la idea y cierro el libro de puro aburrimiento o leo en transversal. ¿Aprovechar y expandir un escenario como es debido? Eso es muy discutible. No es que los que solo apuntamos o sugerimos vayamos de listos. Creo que el lector no es tonto, no lo tenemos que llevar de la mano. Ahí tienes una idea. Imagina, o escribe tu propia historia, o habla de ella, o la olvidas. Haz con ella lo que quieras, pero no me pidas un tratado ni un completo árbol familiar. Así que bienvenida la novela corta.
«Parece un poco aberrante que le propongamos hoy al lector que nos dedique semanas de su tiempo, para que se lea algo nuestro que quizá le podíamos haber contado en un tercio de paginas»
Intuimos entonces que tienes pensado seguir escribiendo en este formato reducido.
Casi todo lo que he escrito son relatos, novelas cortas o novelas de 50.000-60.000 palabras. Me siento más cómodo con esos formatos. Creo que hay espacio suficiente, que se pueden contar miles de cosas con ese tope. Vale, al comprimir la escritura, si te despistas durante un par de páginas, puede que te pierdas. Pero volvemos a lo de antes. Algunos lo llaman una lectura exigente. Yo prefiero llamarlo respeto al lector. Y más hoy en día, una época en la que el ocio hay que compartirlo con el cine, las series, el móvil… Parece un poco aberrante que le propongamos hoy al lector que nos dedique semanas de su tiempo, para que se lea algo nuestro que quizá le podíamos haber contado en un tercio de paginas. Hay lectores a los que les encanta meterse en un universo de ficción, vivir dentro de él, perderse en los meandros de un río con cientos de afluentes, pero ese lector que desea que un libro no se acabe nunca no es de los míos. Luego están las editoriales que piden una cantidad concreta de páginas al autor, en torno a las 500, para ponerlas en la mesa de novedades y venderlas en tapa dura a 25 €. ¿Es en serio?
También estamos asistiendo a un despunte de escritoras en géneros hasta ahora capitalizados por hombres, como la ciencia ficción. ¿Cómo lo ve Daniel Pérez Navarro desde su experiencia?
Es un momento único. Bienvenidas. Todas. Las que aportan más y las que menos. Y si de camino arrasan con quienes no estemos a la altura o no nos adaptemos, pues nos lo tendremos merecido. Del mismo modo que quienes escribimos creo que deberíamos alejarnos a la hora de juntar letras de ciertas ideas de consumo, más propias del liberalismo que de la escritura (que nada tienen que ver con el hecho de ser comunicativo con el lector, como falazmente se vende), también creo que deberíamos desterrar la palabra competencia, más aún referida a los géneros.
«Lo que está haciendo Libros Prohibidos me parece encomiable. A pequeña escala, un Sundance español dedicado a la literatura independiente»
En Libros Prohibidos estamos especializados en literatura independiente. ¿Qué papel crees que juega el panorama más underground en estos momentos en el mundo del libro?
Si establecemos otro símil con el cine, es parecido al que juegan la producción independiente y los festivales menos convencionales. Podemos disfrutar de una sesión de palomitas e Infinity War, pero debe haber otros circuitos. Sin ellos, nos habríamos quedado sin Lumet, Ritt o Altman, sin Rosellini, sin producciones de la Hammer, sin Romero, hasta sin Monty Python. En un momento en el que para algunos el género fantástico solo es la Coca-Cola, necesitamos editoriales que digan lo contrario, como Orcinny, GasMask, Antipersona, ElTransbordador, Dilatando Mentes, Cerbero, Nevsky o la madre del cordero, la incombustible Valdemar, además de proyectos como la revista SuperSonic o páginas como La nave invisible, entre muchos otros. En ese sentido, lo que está haciendo Libros Prohibidos me parece encomiable. A pequeña escala, un Sundance español dedicado a la literatura independiente.
Hace un par de meses publicaste Fafner, tu última novela con la editorial Antipersona ¿Podrías contarnos un poquito sobre ella?
Odio que alguien diga que lo último es lo mejor, pero toca soltar algo así: creo que, de las que he escrito hasta ahora, es la novela mejor acabada. Sigue la línea de narraciones secas, directas y salvajes de McCarthy o de Vann, quizá por eso los lectores dicen que ninguna de las mías les había enganchado tanto. Antes he hablado de romper con el 4/4, y Fafner en ese sentido es una novela “casi normal”, una que mantiene el mismo ritmo el 95% del tiempo. Planteamiento, nudo y desenlace: tres actos, con 4 capítulos en cada una de las tres partes. La trampa, el otro 5%, es el penúltimo capítulo. Los comentarios de Goodreads que he leído señalan cómo les ha descolocado ese penúltimo capítulo, y aún así dan 4 o 5 estrellas, ponen por encima lo que la novela da. En Fafner, tenemos un escenario de western postapocalíptico en el que los diálogos no tienen peso o ni siquiera existen, en el que los personajes se definen por sus actos y la supervivencia es lo primero. El salto temporal al mundo anterior no solo lo veo necesario para la trama, para aclarar quién es quién, de dónde viene y por qué actúa como actúa, sino que hace de necesario contrapunto. Fafner no habla. Las generaciones anteriores, en cambio, no paran de farfullar, más que de hablar, y lo hacen de manera neurótica, unas veces sin sentido y otras contradiciéndose. El mundo de Fafner, taquicárdico, invadido por una nueva naturaleza, es muy diferente, y cobra sentido cuando sabemos lo que ocurrió antes.
¿En qué proyecto trabaja ahora Daniel Pérez Navarro?
El año que viene, si nada se tuerce, se publicará un libro que complementa a Fafner y a El hombre que llegó con la marea, el relato largo que apareció en Aguas profundas de Valdemar. Es otra aventura claustrofóbica, tensa, oscura, que creo que va a dar que hablar, pero la polémica que tal vez genere no es nada gratuita. Y con eso, por ahora, he tenido suficiente negrura. Necesito un respiro. Proyecto un cambio, a una niebla que deje pasar la luz. La primera piedra en este giro “más luminoso” es un relato que anda en manos de Cristina Jurado para el especial Úrsula K. Le Guin.
Es de sobra conocida tu pasión por la música clásica. Si tuvieras que salvar de urgencia obras de tu estantería, ¿qué habría, más libros o discos?
Más música, sin duda. Es lo que me hace más feliz. Lo bueno que tienen los tiempos actuales es que en un juguetito que cabe en la palma de una mano se pueden meter cientos de discos con calidad óptima. De entre los libros, Moby Dick, siempre. Puedes leer un capítulo suelto, y otro día abrir la novela al azar y sumergirte en otras páginas, un poco como los creyentes hacen con sus libros sagrados.
Recomiéndanos una obra (de cifi, fantasía o terror) que creas imprescindible para que la reseñemos.
A fecha de hoy, el título que es el último de Gótica: Vampiro, de Hans Heinz Ewers. Maravillosa novela, sepultada por la fama que arrastra el autor. Hay que situarla en su momento. Y enterarse de qué pasó realmente con Ewers, antes de soltar que vaya puto nazi y pasar de él. Vampiro es puro expresionismo. Aquí tenemos ese ambiente tóxico que quiso recrear Coppola en su Drácula, sin que le saliera tan bien, con un vampiro que nada tiene que ver con la criatura de Stoker ni con la mitología fílmica. A ver: que Ewers escribió Mandrágora. Y un buen puñado de estupendos relatos negros. Un magnífico autor al que hay que descubrir.
Muchas gracias por tu tiempo.
A vosotros. Un placer.