Título original: The Paper Menagerie and Other Stories
Idioma original: Inglés
Año: 2017
Editorial: Runas (Alianza)
Traducción: María Pilar San Román
Género: Fantasia y ciencia ficción
El papel de la literatura de género
Hubo un tiempo en que no leía literatura «de género». La fantasía, la ciencia-ficción y el terror, como categorías circunscritas en sí mismas, no tenían mucho significado para mí. Hasta que, por una sucesión de acontecimientos más o menos aleatoria, conocí a Javier Miró y comencé a colaborar en Libros Prohibidos.
Aún hoy, habiendo reseñado ya varios libros y tras haber adquirido ciertos conocimientos acerca de la literatura de género, tal categorización me resulta sospechosa. Quiero decir, ¿García Márquez y el realismo mágico son literatura fantástica? ¿Kafka es fantasía? ¿Pulp, de Bukowski, o El almuerzo desnudo, de Burroughs, son literatura bizarra? ¿El Quijote o La Ilíada son literatura de género? ¿Obras aparentemente realistas, como El viaje al fin de la noche o El corazón de las tinieblas, no incorporan múltiples elementos de corte fantástico?
En la introducción a El zoo de papel, Ken Liu da una clave importante:
No presto demasiada atención a la distinción entre fantasía y ciencia ficción —ni, ya puestos, entre «obras de género» y «literatura generalista»—. Para mí, la esencia de la ficción es que en ella se prioriza la lógica que rige las metáforas —que es la lógica que rige las narraciones en general— por delante de la realidad, que es irremediablemente aleatoria y carece de sentido.
Haciendo abstracción de la idea de que las metáforas de hecho otorguen cierta lógica al ámbito de lo real, no hay duda de que cualquier construcción literaria, tomada en su conjunto, no es otra cosa que una metáfora. Los grandes literatos utilizan un sin fin de herramientas —distribución del tiempo y el espacio, poetización del lenguaje, construcción de arquetipos— para otorgarle al lector una visión particular del mundo (utilizando un concepto de origen orteguiano, una percepción subjetiva que al cabo permite vislumbrar un fragmento objetivo —perspectiva— de la realidad). Dice Nietzsche, en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral:
La cosa en sí (esto sería justamente la verdad pura y sin consecuencias) es también totalmente inaprehensible y absoluto deseable para el creador del lenguaje. Éste se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas recurre a las metáforas más atrevidas. […] ¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible.
Una metáfora dentro de otra
Si el olvido del origen metafórico de nuestras construcciones del mundo es el drama de la sociedad moderna —la asunción de verdades que derivan en estructuras sociales fijas—, la tarea del artista es sin duda construir nuevas metáforas, alterar el orden de lo real —lo establecido—. Y en ese sentido todo autor lo es «de género», en la medida en que sea capaz de distorsionar nuestra manera prefijada de comunicarnos.
Lo que hace increíble a El zoo de papel es la manera en que Ken Liu utiliza los arquetipos de la fantasía y la ciencia ficción para transmitir distintas metáforas individuales del mundo en que vivimos, de nuestra historia o nuestros ideales. En ese sentido, «El hombre que puso fin a la historia: documental», sin ser ni de lejos el mejor relato de la antología desde un punto de vista técnico, refleja muy bien el espíritu que anima toda la obra, siendo quizás el que contenga mayor carga teórica:
Hay que tener cuidado cada vez que se narra la historia de una gran injusticia. Somos una especie que adora la narrativa, pero también se nos ha enseñado a no confiar en el orador individual.
Y sí, es cierto que ninguna nación ni ningún historiador pueden contar una historia que englobe todas las facetas de la verdad; pero lo que no es cierto es que, porque todas las narraciones se construyan a partir de múltiples elementos, todas sean equidistantes de la verdad. La Tierra ni es una esfera perfecta ni es un disco plano, pero el modelo de la esfera se acerca mucho más a la verdad. De manera similar, hay historias que están más próximas a la verdad que otras, y siempre debemos intentar contar aquella que esté tan cercana a la verdad como nos resulte humanamente posible.
Este relato, que para mí cierra con enorme acierto El zoo de papel, narra, y no parece que por azar, las atrocidades cometidas por los japoneses en la II Guerra Mundial. Precisamente, en nombre de la Verdad (con mayúsculas, como el Bien, el Conocimiento o Dios) se han justificado las mayores crueldades de la historia. El enfoque de Ortega, que deriva de Nietzsche, se puede rastrear en cada uno de los relatos de El zoo de papel, pese a la altísima improbabilidad de que Ken Liu conozca siquiera el nombre del filósofo español. De lo que se trata es de reivindicar la capacidad de la visión subjetiva para construir una metáfora siempre parcial e incompleta de lo real, pero cercana a la verdad. Dice Ortega, en Meditaciones sobre el Quijote:
El bosque está siempre un poco más allá de donde nosotros estamos. De donde nosotros estamos acaba de marcharse y queda sólo su huella aún fresca […] Los árboles no dejan ver el bosque, y gracias a que es así, en efecto, el bosque existe. La misión de los arboles patentes es hacer latente el resto de ellos y sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible está ocultando otros paisajes invisibles nos sentimos dentro de un bosque.
Los árboles que nos enseñará Liu serán siempre percepciones individuales. A través de la metáfora de mundos imaginarios, viajes al espacio, elementos mágicos en sociedades pretéritas o cuentos de animismo y fantasía; pondrá sobre el papel vivencias de individuos concretos capaces de articular un sistema propio de valores y arrojar una compresión personal de su mundo. A partir de ellos construirá una nueva metáfora: la serie de visiones parciales e incompletas de cuestiones universales, relativas a nuestro propia comprensión de la realidad.
El sufrimiento de los olvidados por la historia, el anhelo de inmortalidad o la segregación racial; la confrontación entre tradición y progreso, la soledad, el amor, la inocencia y el encantamiento del mundo. La manera en que Liu aborda tales conceptos es lo que hace que El zoo de papel resulte brillante: se trata de una sucesión de metáforas dúctiles e íntimamente individuales, unas serie de perspectivas novedosas por únicas y pasajeras, que interpelan de manera inmediata al lector. De nuevo, en la introducción a El zoo de papel:
¿Quién puede saber si los pensamientos en tu cabeza cuando lees estas palabras son los mismos pensamientos que yo tuve en la mía en el momento de escribirlas? Tú y yo somos distintos, y los qualia de nuestra conciencia son tan divergentes como dos estrellas en extremos opuestos del universo.
Sin embargo, por mucho que se haya perdido en la traducción en el largo viaje que mis ideas han realizado a través del laberinto de la civilización hasta llegara a tu cabeza, creo que me comprendes, y tú crees comprenderme. Nuestras mentes han logrado establecer una conexión, por breve e imperfecta que pueda ser.
Quizás esa sea la tarea del artista. No tanto circunscribirse a un género literario — si nuestra propia cosmovisión personal es metafórica, ¿qué sentido tendría esa categorización?—, ni siquiera explicitar la reivindicación de tal o cual lucha sociopolítica, o hacer explícita la inclusión de personajes con unos u otros caracteres. Tal vez todo sea mucho más sencillo y a la vez mucho más complicado que eso. Quizás sólo se trate de inventar metáforas.